Capítulo II parte 4

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En aquellos meses Stephen se acercó más a su padre, y ello en cierto modo fue a causa de Collins. No hubiera podido explicar por qué era así; solamente sabía que así era. Sir Philip y su hija salían a pasear por los bosques que tapizaban las colinas; caminaban por entre el negro de los endrinos y el verde tierno de los helechales cogidos de la mano, unidos por una gran amistad y una honda sensación de recíproca comprensión.

Sir Philip conocía todas las flores y baya silvestres, y las costumbres de los cachorros de la zorra, de los conejos y otros animales que pueblan el bosque. En las colinas de Malvern había también muchos pájaros, que mostraba a Stephen señalándolos con el dedo. Enseñaba a su hija las leyes de la naturaleza, que a pesar, o tal vez a causa de su simplicidad siempre le habían maravillado: la ley de la savia que fluye por las ramas, la ley de reino de las aves según la cual construyen sus nidos, la ley del cariado canto del cuclillo, que en junio altera sus notas. Le enseñaba esas cosas porque amaba a la naturaleza y a su hija, y mientras la hacía partícipe de sus conocimientos observaba a Stephen.

En ocasiones, cuando su corazón rebosaba hasta el punto de no poder contenerse, la niña le confiaba sus problemas con frases breves y entrecortadas, y le decía entonces cuánto ansiaba ser diferente, cuánto anhelaba ser como Nelson.

-¿Crees que podría llegar a ser un hombre, si pensara siempre en ello o si rezase mucho, papá?

Y sir Philip sonreía y bromeaba y le decía que día a día llegaría en que querría tener bonitos vestidos, y sus bromas eran siempre cariñosas, de modo que no dolían. Pero a veces observaba a su hija con profunda seriedad, con el firme mentón hendido apoyado fuertemente en la mano. La observaba jugar con los perros en el jardín, advirtiendo la curiosa sensación de fuerza que producían los movimientos de su hija, la silueta alargada de sus miembros -era alta para su edad-, la elegancia de la perpendicular de la cabeza sobre aquellos hombros anchos que tenía. Y, entonces, o fruncía el ceño y se abstraía en sus pensamientos o la llamaba:

-¡Stephen, ven aquí!

Y ella acudía presurosa, aguardando con ilusión lo que su padre fuese a decirle, pero la mayoría de las veces se limitaba a abrazarla unos instantes y luego se desprendía de ella bruscamente, y poniéndose en pie regresaba a la casa y se encerraba en su estudio, donde pasaba el resto del día entre sus libros.

Insólita combinación: Sir Philip, amante del campo y del estudio en partes iguales. Poseía una de las bibliotecas más completas de Inglaterra, y desde hacía tiempo había adoptado la costumbre de leer hasta altas horas de la noche. A solas, en la quietud de aquella estancia austera y recogida, cogía una llave, abría uno de los cajones de su amplia mesa de trabajo, sacaba un volumen delgado, recientemente adquirido, y en silencio leía y releía las páginas de aquel libro. Su autor era un alemán, Karl  Heinrich Ulrichs, y su lectura sumía a sir Philip en una perplejidad que se reflejaba en su mirada y le hacía buscar tientas un lápiz y efectuar menudas anotaciones en los inmaculados márgenes del texto. A veces se levantaba con brusquedad y recorría la estancia a paso vivo, deteniéndose de tarde en tarde ante un cuadro que contemplaba con atención: era el retrato de Stephen en compañía de su madre, pintado el año anterior por Millais. Observaba entonces la belleza de Anna, tan agraciada, tan perfecta, tan absolutamente tranquilizadora, y luego aquel indefinible elemento de Stephen que hacía que las prendas que vestía pareciesen inapropiadas, como si no le correspondiesen, sobre todo al compararla con Anna. Y al cabo de un rato subía a acostarse, procurando andar de puntillas por temor a despertar a su esposa y que ésta le preguntase:

-Philip, amor mío, es muy tarde... ¿Qué leías?

Era una pregunta que no quería responder, no quería decírselo, por eso andaba de puntillas.

A la mañana siguiente se mostraba muy cariñoso, con Anna, pero todavía más con Stephen.

El Pozo De La SoledadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora