Capítulo VI parte 3

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Poco tardó el ex sargento Smylie en descubrir que Stephen era la alumna estrella de su clase y no dudó en manifestarle que trabajando con aplicación podía llegar a convertirse en una verdadera campeona del florete.


Stephen no aprendió a levantar pianos con el estómago, aunque sí se tornó, en muy escasos meses, una experta gimnasta, la elasticidad, rapidez y precisión de cuyos movimiento era, como mademoiselle Duphot no se cansaba de repetirle a Anna, una delicia contemplar.


-Y en esgrima es extraordinaria -añadía, rezumando admiración la institutriz-.Maneja el florete casi con la misma perfección con que monta a caballo.


Anna se limitaba a asentir con un gesto de cabeza. Había asistido a las clases muchas veces y aun reconociendo que Stephen esgrimía con una destreza impropia de su edad, la esgrima en sí le desagradaba, por lo cual, por más que se esforzase, elogiar a su hija le costaba.


-Detesto a las niñas que practican este tipo de deportes-sentenció con lentitud.


-¡Pero si se bate como un hombre, con una fuerza y una agilidad sobresalientes! -exclamé mademoiselle Duphot con notable falta de tacto.


La vida cobró para Stephen un interés insospechado, centrado exclusivamente alrededor de su cuerpo. Descubrió el cuerpo como objeto digno de cuidado y elemento de valor incalculable por obra de la fuerza que de él emanaba y que tanta satisfacción le procuraba; y a pesar de su juventud, comenzó a cuidarse con extrema diligencia, a bañarse por la mañana y por la noche en agua tibia -los baños fríos estaban prohibidos-, evitando tomar baños calientes porque, según le habían dicho, debilitaban la potencia muscular. Para hacer gimnasia, se recogía el pelo en una cola de caballo, peinado que empezó a adoptar también para otras ocasiones. Pese a las continuas protestas de su madre, olvidaba cada vez con más frecuencia peinárselo en melena y bajaba a desayunar luciendo una trenza brillante y realizada con suma pulcritud, de tal modo que un día Anna por fin transigió y profiriendo un suspiro le dijo:


-Si tanto te empeñas, péinate con trenza, hija, pero no esperes que diga que ese pelo tirante te favorece, Stephen. Por fortuna contaba con el necio cariño de mademoiselle Duphot, quien permitía que, hallándose en clase, Stephen se arremangase y sin venir a cuento empezase a examinar los músculos de sus brazos, ante lo cual, la institutriz, en lugar de reprenderla, se echaba a reír admirando los absurdos bíceps de su alumna. La obsesión de Stephen por el ejercicio físico aumentaba día a día y empezó a invadir la sala de estudio. Por las estanterías empezaron a verse pesas de todos los tamaños y en algunos rincones asomaban zapatillas de gimnasia deslucidas por el uso. Todo lo que no fuese esa pasión de la niña por adiestrar su cuerpo sufrió el más absoluto abandono. Y ante ese estado de cosas, ¿Qué actitud adoptó sir Philip? Pues nada más y nada menos que la de escribir a Irlanda y encargar para su hija un caballo comme il faut «como se debe», un corcel de pura raza, especial para la caza. ¿Y no se dio además el gusto de acompañar la noticia con el siguiente comentario: «Para que Roger se quede con un palmo de narices»? Stephen se encontró, pues, riéndose a carcajadas al pensar en el desaire del cretino y es indudable que ello contribuyó en buena medida a que cicatrizase el profundo dolor de aquella herida. Quizá fue ése el motivo que indujo a sir Philip a escribir a Irlanda encargando aquel caballo.


Llegó por fin el caballo, que era de pelaje gris, esbelto y dueño de unos ojos dulces como una mañana irlandesa, de un valor esplendoroso como un amanecer irlandés, de un corazón tan joven como el impetuoso corazón de Irlanda y al mismo tiempo leal, entregado y deseoso de servir, y dueño de un nombre hermoso de pronunciar, pues se llamaba Raftery, como elpoeta.


Desde el primer momento en que se vieron, Stephen y Raftery se amaron con un amor tumultuoso y duradero. Pasaron en la cuadra horas enteras hablando, no en inglés ni en irlandés sino en un lenguaje mudo, hecho de pocas palabras pero cuajado de apagados murmullos, leves sonidos y gestos apenas perceptibles, harto más significativos para ambos que cualquier palabra. Y Raftery le dijo: «Te transportaré con valentía. Te serviré todos los días de mi vida.» Y Stephen replicó: «Cuidaré de ti de día y de noche, Raftery, durante todos los días de tu vida.» Y de este modo, Stephen y Raftery sellaron su pacto de mutuo afecto, en la soledad de aquel establo invadido por la fragancia del heno. Raftery tenía cinco años y Stephen doce cuando se prometieron solemnemente amor eterno.Jamás hubo en el mundo jinete más ufano ni gozoso que Stephen el día en que Raftery y ella asistieron a su primera cacería; jamás hubo corcel más experto o valeroso en los obstáculos que Raftery; ni pudo Belerofontes, caballero en su Pegaso, sentir mayor emoción que Stephen ese día en que a lomos de Raftery cabalgó con el viento en la cara y un fuego en el corazón que hacían de la vida una experiencia gloriosa. Ya desde el principio de la batida, el zorro tomó la dirección de Morton y llegó a atravesar el picadero grande, el situado al norte, antes de cambiar de dirección y encaminarse hacia Upton. En el picadero había un seto enorme, una mampara arbolada de formidables dimensiones usada para esconder leña, y ¿Qué hicieron esas dos jóvenes criaturas sino dirigirse en línea recta hacia ella y cruzarla limpiamente por los aires? Quienes vieron a Raftery cruzar ese obstáculo jamás pudieron dudar de su valor. Ycuando jinete y montura llegaron a casa, allí estaba Anna esperando para felicitar a Raftery con unas palmadas, porque, siendo irlandesa, no podía resistirse a un buen corcel y sus manos amaban más que nada el tacto de un hermoso caballo, y también porque quería mostrarse cariñosa y comprensiva con Stephen. Pero al ver desmontar a la niña, despeinada, cubiertade manchas y con aquella obstinada semejanza a su padre, las palabras de afecto que Anna pensaba decirle murieron antes de ser pronunciadas, y una cierta repulsión impidió que la madre se acercase a su hija; pero ésta estaba tan rebosante de alegría que no lo percibió.

El Pozo De La SoledadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora