Capítulo VI parte 1

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Nota: Los textos en frances fueron traducidos con traductor google.

La señora Bingham se despidió sin llorar ni ser llorada y en su lugar pasó a reinar mademoiselle Duphot, una joven institutriz francesa, dueña de una cara alargada y simpática que a Stephen le recordaba la de un caballo. Esta semejanza equina, afortunada en cierto modo, porque Stephen tomó inmediato cariño a mademoiselle, no fomentó el respeto ni la obediencia sino todo lo contrario. Stephen se encontraba tan a gusto con ella que se deshacía en mimos con mademoiselle, la cual, además de sentirse sola y añorada de los suyos, adoraba, preciso es reconocerlo, que la mimasen. Y Stephen corría para mullirle el asiento, añadirle un almohadón, traerle un taburete para los pies o servirle el vaso de leche que acostumbraba a tomar a media mañana.

«Comme elle est gentille, cette drôle de petite fille, elle a si bon ceur» «Qué niña tan dulce, tiene tan buen corazón», pensaba mademoiselle Duphot, y al socaire de tales pensamientos la lección la lección de la geografía importaba un poco menos y la de aritmética también . Ya podía mademoiselle esforzarse en ser severa; su alumna siempre lograba embaucarla.

Como a pesar de su similitud con los caballos la institutriz lo ignoraba todo de esos animales, nada complacía más a Stephen que explicarle prolija y minuciosamente todo cuanto sabía de entablillamientos y esparavanes, cólicos y calenturas, en un batiburrillo que despedía un penetrante olor veterinario. Si Williams le hubiese oído, seguramente se habría frotado la barbilla, pero el caballerizo nunca se hallaba cerca y por fortuna no la oía. En cuanto a mademoiselle Duphot, Stephen la dejaba auténticamente impresionada. 

-Mais quel type, quel type!-«-¡Pero qué tío, qué tío!» -exclamaba constantemente-.Vous étes, déja une vraie petite amazone, Stévenne.«Ya eres una auténtica amazona, Stephen.»

N'est-ce pas? «¿No es así?»—corroboraba Stephen, que empezaba a aprender el francés.

La niña mostraba una rara aptitud para esa lengua, lo cual entusiasmaba a su maestra; tanto era así que al cabo de seis meses se expresaba ya con bastante fluidez, reproducía con gran fidelidad la entonación y el acento y hasta se alzaba de hombros como una nativa. Hablar francés le encantaba, lo encontraba divertido, y no le disgustaba la gramática; en cambio, lo que no podía sufrir eran los interminables y sosos dictados extraídos de la edificante Bibliothèque Rose. Débil en todos los demás aspectos con su alumna, mademoiselle Duphot se obstinaba en mantener dichos dictados; la Bibliotheque Rose constituía el último reducto de su autoridad y a ella se aferraba contra viento y marea.

-«Les Petites Filles Modèles» «Pequeñas niñas modelo» -anunciaba mademoiselle, mientras Stephen bostezaba presa de un inefable aburrimiento-. «Maintenant nous allons retrouver Sophie...» «Ahora vamos a encontrar a Sophie...» ¿Hasta dónde llegamos? Ah, oui, ya me acuerdo: «Cette preuve de confiance toucha Sophie et augmenta encore son regret d'avoir été si méchante. Comment, se dit-elle, ai-je pu me livrer à une telle colère? Comment ai-je été si méchante avec des amies aussi bonnes que celles que j'ai ici, et si hardie envers une personne aussi douce, aussi tendre que Mme. de Fleurville!»«Esta prueba de confianza conmovió a Sophie y la hizo lamentar aún más haber sido tan poco amable. Se preguntó: "¿Cómo he podido entregarme a semejante cólera? ¿Cómo he podido ser tan poco amable con tan buenos amigos como los que tengo aquí, y tan atrevida con una persona tan gentil? ...tan tierna como la Sra. de Fleurville. »

De vez en cuando, el programa variaba con fragmentos de naturaleza aún más edificante, y, entonces, para burla y escarnio de Stephen, se elegía como dictado «Les Bons Enfants» «Los niños buenos».                                                                                                                                                                  

«La Maman: Donne-lui ton coeur, mon Henri: c'est ce que tu pourras lui donner de plus agréable.»«Mamá: Dale tu corazón, Henri: es lo más bonito que puedes darle.» 

«-Mon coeur?, dit Henri en déboutonnant so habit et on ouvrant sa chemise. Mais comment faire? Il me faudrait un couteau» «¿Cariño? -dijo Henri, desabrochándose el traje y abriéndose la camisa-. Pero, ¿cómo lo hago? Necesitaría un cuchillo», al oír lo cual Stephen no pudo contener la risa.                                                                                                                                                       

Cierto día añadió de su coleto un comentario al margen del texto: «El muy bobo sólo fingía», y mademoiselle, que tropezó con ello inesperadamente, fue atrapada por su alumna en plena carcajada, después de lo cual, naturalmente, en la sala de estudio hubo mucha menos disciplina pero bastante más amistad.

No obstante, como Stephen hacía tan notables progresos en francés, Anna parecía satisfecha y sir Philip, advirtiendo que su esposa se mostraba menos intranquila, no decía nada y aguardaba paciente su momento, pues había resuelto que esa franca y gozosa pereza de su hija fuese corregida más adelante. Entretanto, Stephen tomaba cada día más cariño a aquella francesade rostro bondadoso, quien a su vez adoraba a la insólita criatura. Y tomó la costumbre de confiarle sus penas, esas penas familiares que tanto abundan en la vida de las institutrices: sumadre (Maman) era ya anciana, estaba delicada de salud y pasaba apuros económicos; su hermana tenía un marido malvado que derrochaba el dinero a manos llenas, motivo por el cual su hermana confeccionaba bolsos de noche para las tiendas elegantes de París, que los pagaban a muy poco precio, y a causa de tanto bordar y ensartar cuentecitas de filigrana su hermanaestaba perdiendo la vista, total para unas tiendas que no querían saber nada de problemas y encima pagaban muy mal. Mademoiselle le enviaba a Maman una parte de su sueldo y aveces, claro, también ayudaba a su hermana. Porque Maman tenía que comer pollo los domingos: «Bon Dieu, il faut vivre... il faut manger au moins.» «Por el amor de Dios, tienes que vivir... tienes que comer al menos.» Además, comprar pollo no era un despilfarro, porque luego venía muy bien para preparar una Petite Marmite, potaje que se confeccionaba con los hueso del ave y unas hojas de col... A Maman le gustaba mucho la Petite Marmite; era un guiso caliente y fácil de comer para sus viejas encías desdentadas.

Stephen escuchaba esas larguísimas disertaciones con paciencia y aparente comprensión. A ratos asentía con la cabeza y comentaba:  -Mais c'est dur, c'est terriblement dur la vie! «Pero la vida es dura, terriblemente dura.» En cambio, jamás confiaba sus propios problemas, hasta el punto que a veces mademoiselle Duphot se preguntaba: «Est-elle heureuse, cet étrange petit étre? Sera-t-elle heureuse plus tard? Qui sait!»  «¿Es feliz, este pequeño ser extraño? ¿Será feliz más adelante? ¿Quién lo sabe?»



El Pozo De La SoledadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora