Capítulo IV parte 6

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Era tarde cuando por fin llegaron a los establos; en el patio les guardaba el viejo Williams  que sostenía en la mano un farol.

-¿Se cobró la pieza? -preguntó cumpliendo con las costumbre, y al ver el trofeo de Stephen se rió entre dientes.

Stephen trató de desmontar de un salto, como hizo su padre, pero no pudo; fallaron las piernas. Presa de un horror y una angustia indecibles, notó que las piernas no la obedecían; quería dominarlas y parecían un trozo de madera, justo en el momento en que, para colmo, Collins impaciente echaba a andar hacia la cuadra. Entonces sir Philipp cogió a Stephen en brazos y como si fuera una criatura la llevó hasta la casa, y haciendo caso omiso de las débiles protestas de la niña, la subió hasta su cuarto, donde le guardaba el placer de un baño bien caliente. Era tal su fatiga que apoyó la cabeza en el hombro de su padre y se le cerraron los ojos y tuvo que parpadear varias veces para no dejarse vencer por aquel merecido sueño.

-¿Estás contenta, querida mía? -musitó sir Philips aproximando el rostro al de su hija.

Ella notó en la frente la aspereza de aquella mejilla y fue tanto su amor que levantó una mano y la acarició.

-Mucho, papá, muchísimo -murmuró.

El Pozo De La SoledadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora