Capítulo V parte 4

10 2 0
                                    

-Llegas muy pronto a casa, Stephen -dijo Anna.

Sir Philip observaba el rostro de su hija.

-¿Qué ha ocurrido, pequeña? -le preguntó con una nota de inquietud en la voz-. Ven aquí y cuéntamelo.

Stephen no contestó. De pronto, rompió a llorar con desconsuelo, y de pie ante sus padres desahogó su vergüenza y su humillación, y les contó todo lo que Roger había dicho de su madre y todo lo que ella hubiera hecho para defenderla y que no pudo hacer porque Roger se negó a pelear con una niña. Lloraba sin contenerse, sin saber apenas lo que decía, sin importarle lo que pudiese decir. Y sir Philip la escuchaba con la cabeza apoyada en la mano. Anna también la escuchaba, muda de asombro y perpleja; en determinado momento quiso besar a Stephen, estrecharla entre sus brazos, pero la niña, sollozando todavía, la apartó de un empujón. Era tal su orgía de dolor que la afrentaba el consuelo, de modo que Anna, persuadida de que su hija rechazaba su cariño, la llevó al cuarto a jugar y la dejó al cuidado de la señora Bingham.

Cuando Anna regresó al estudio, sir Philip continuaba con la cabeza apoyada en la mano.

-Es hora de que comprendas, Philip, que si tú eres el padre de Stephen, yo soy su madre -le dijo-. Hasta ahora has educado tu a la niña, a tu modo, y creo que con escasos resultados. Siempre has tratado a Stephen como si fuera un chico, quizá porque nunca pude darte un hijo... -Aquí le tembló un poco la voz, aunque prosiguió diciendo-: Y eso no es bueno para Stephen; estoy convencida de que no es bueno, y a veces me da miedo, Philip.

-¡No por Dios! -exclamó él con aspereza.

-Si, Philip, a veces me da miedo -insistió Anna-. No puedo explicarte el porqué, pero todo me parece equivocado. Me hace sentir... extraña con la niña.

-¿Ya no confías en mí, Anna? -replicó él mirándola con ojos melancólicos-. ¿Por qué no intentas confiar en mi?

Anna hizo un gesto de negación con la cabeza.

-Lo que no comprendo es por qué no confías tú en mí, Philip.

Y, entonces, no pudiendo vencer el terror que le infundía hacer sufrir a su esposa, sir Philip cometió la primera cobardía de su vida, porque él, que no se hubiera ahorrado ningún sufrimiento, no podía soportar causar dolor a Anna. Y por misericordia hacia la madre de Stephen, pecó profunda y gravemente contra Stephen, ocultándole a su esposa la propia convicción de que su hija no era como las otras niñas.

-No hay nada que comprender -manifestó con firmeza-, salvo que quiero que confíes en mí plenamente.

Y tras estas rotundas palabras, siguieron hablando de su hija, sir Philip en tono sosegado y tranquilizador.

-Siempre he querido que Stephen gozase de un cuerpo sano y vigoroso -explicó-. Quizá por eso he permitido que creciese más o menos salvaje. Pero es posible que tengas razón y sea hora de contratar a una institutriz, francesa si te parece bien, querida mía. Luego buscaremos a una mujer cultivadora , una licenciada por Oxford porque siempre ha sido mi intención que Stephen reciba la educación mejor y más completa que la posición social de sus padres pueda proporcionarle.

-No veo la necesidad de tanto estudio para una niña -protestó Anna-. ¿Acaso cuando te enamoraste de mí pensaste que me amarías menos por no saber de matemáticas? ¿Me quieres menos ahora porque cuento con los dedos?

Sir Philip besó a su esposa.

-No tiene nada que ver -replicó-. Tú eres tú -añadió sonriendo pero con una sombra en la mirada que ella conocía bien, una expresión fría y resuelta, signo inequívoco de que cualquier intento de persuasión fracasaría.

Subieron luego a la habitación de Stephen. Sir Philip protegía la llama de la vela con la mano mientras contemplaban ambos a la niña que dormía profundamente.

-¡Mira, Philip! -murmuró Anna conmovida hasta la  ternura por una oleada de lástima-. ¡Mira qué dos lagrimones tiene en sus mejillas!

Sir Philip asintió y deslizó un brazo por los hombros de su esposa.

-Vámonos -musitó-, no sea que la despertemos.




El Pozo De La SoledadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora