01

221 17 43
                                    


Neera Crowford

La mujer pelirroja tamboreó sus dedos sobre la superficie metálica. Todo rastro de paciencia comenzaba a esfumarse de su cuerpo, había pasado mucho tiempo desde que los oficiales la habían llevado a aquella habitación para interrogarla. Estaba segura que detrás de aquel vidrio polarizado frente a ella se encontraba alguno de los agentes a cargo, por lo que debía de mostrarse tranquila y serena.

Tenía que mantener sus emociones bajo control, o ese podría ser su último día.

Soltó un suspiro antes de inspeccionar el lugar. Las paredes tenían un acabado simulación de concreto, cubriendo todo a su costado hasta llegar al suelo, donde terminaba por unirse con el tono grisáceo de este. Todo era completamente gris, pequeño, oscuro y húmedo. El espacio apenas era suficiente para colocar una mesa con tres sillas, sin invadir el espacio personal del otro. Agradeció no sufrir de claustrofobia porque el tamaño era simplemente ridículo. Si esperaba más tiempo, era posible que se acabara el oxígeno y moriría.

No sonaba tan mala idea.

Lo que odiaba de aquello, era la estúpida lámpara que tiritaba sobre ellay le producía un fuerte dolor de cabeza. ¿Cuánto tiempo más permanecería ahí? Aunque era algo que le costaba creer a los demás, era una mujer ocupada, con un trabajo que le solventaba la vida y si seguía ahí más tiempo, correría el riesgo de perderlo. No podía dar más motivos para que la despidieran. Ella no podía permitirse ese lujo porque nadie más la contrataría. Pensar tan siquiera en esa idea, hizo que un escalofríos recorriera todo su cuerpo hasta las puntas de los pies.

Maldita sea la hora en que se atrasó cinco minutos para salir esa mañana. Tal vez si hubiera salido a tiempo, no se hubiera encontrado con la patrulla estacionada frente a su casa.

Y no estaría ahí.

No se inmutó cuando el Agente Lough abrió repentinamente la puerta e ingresó a la cámara de interrogación. Se quitó la gabardina color gamuza para colgarla en el respaldo de una de las sillas. Parecía tener ya varios años de servicio puesto que algunos botones habían desaparecido y tenía muchas manchas descoloridas. Prosiguió a retirarse el sombrero, dejando ver la calva tan característica de su persona. Los niños del pueblo hacían chistes sobre ello siempre que lo veían. De eso y de mucho más, existían cientos.

Él no era más que una burla, pero no parecía saberlo o fingía no hacerlo.

La silla donde tomó asiento rechinó fuertemente al recibir todo el peso de su corpulento cuerpo. Lough aparentó no haberlo escuchado y sacó una pequeña libreta junto con una pluma del bolsillo de la camisa.

—Crowford —habló con gelidez mientras anotaba la fecha en la parte superior de la hoja.

—Buenos días, agente Lough —saludó con formalidad. Cruzó las piernas por debajo de la mesa y colocó ambas manos sobre su muslo—. ¿Puedo preguntar cuánto tiempo más permaneceré aquí?

—El tiempo que tenga que durar —contestó aun sin mirarla—. Lamento las molestias que pudieron causar mis compañeros, pero solo estamos haciendo nuestro trabajo.

—Le recuerdo que yo también tengo un empleo.

Por más desapercibido que intentó ser, Neera logró alcanzar a ver cómo la comisura de sus labios se alzaba para formar una sonrisa burlona. Suspiró profundamente y cerró los puños sin que el agente pudiera notarlo. No permitiría dejarse ver alterada. Eso era lo que él buscaba y no caería en su trampa.

Lough hizo sonar su garganta para aclarar la voz y dejar atrás el pequeño incidente. Torció su cuerpo para alcanzar el bolsillo de la gabardina, tomar su grabadora y colocarla en el centro de la mesa. La mirada azulada de la chica no se despegó en ningún momento de los movimientos del hombre, no perdería de vista sus manos en caso de que quiera tomar el arma de su cinturón. Por más hombre de ley que fuera, ya le habría incrustado una bala en medio de los ojos desde hace tiempo.

Beautiful Hell | lrhDonde viven las historias. Descúbrelo ahora