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Eduard Lough

Las llamas parecieron intensificarse cuando los bomberos intentaron apagarlo. Todo el vecindario era un absoluto caos. Había niños corriendo de un lado a otro, gritando y llorando. Los hombres trataban de ayudar. Las mujeres rezaban y clamaban a Dios para que aquella catástrofe terminara. Todo eso mientras el equipo de policías los apartaba de la zona. La lluvia había cesado, no parecía querer apoyar a la causa. De poco en poco la casa se fue consumiendo. El fuego no tardó en propagarse por los jardines de los alrededores.

Los alaridos de Martha Crimson se podían escuchar desde varias cuadras a la distancia. La garganta de la mujer comenzaba a desgarrarse con cada grito de dolor que soltaba. Estaba demasiado alterada. Jordan se aproximó y la rodeó con sus brazos. Eso no fue suficiente para tranquilizarla y los paramédicos que acompañaban a los bomberos tuvieron que sedarla para poder trasladarla al hospital.

Al igual que el cuerpo de Elizabeth.

Andrew Hemmings llegó en el momento en que al fin el fuego parecía ceder ante el chorro de agua que expulsa la manguera. Ya había cumplido con su cometido, no quedaba nada más que pudiera destruir. Todo estaba perdido y eso lo supo el mayor de los Hemmings cuando bajó de su auto. Simplemente se quedó ahí, contemplando como toda su vida se convertía en cenizas. En esta ocasión Matthew fue quien se acercó, para ponerlo al tanto de lo poco que se sabía. De la muerte de su esposa, el incendio de la casa. Cuando pareció enterarse de la pérdida, volvió a meterse a su auto y aceleró hasta desaparecer al final de la calle.

Tal vez iba detrás de la ambulancia. Tal vez volvería a salir del pueblo.

Aquello no le importaba a Eduard Lough.

*

El hombre recuperó la consciencia lentamente debido a que un rayo de luz le daba directamente al rostro. Parpadeó varias veces hasta acostumbrarse a la iluminación de su habitación. Una vez estando completamente consciente de todo, el dolor de cabeza se hizo mucho más notorio. Gruñó, mientras hundía más su cabeza en la almohada. Si era posible ahogarse, no haría nada para detenerlo.

Quizás hubiera cumplido con su cometido, si Reese no se interpusiera en sus planes como siempre.

Tomándose la libertad de conocerlo de hace años y por tener su llave de repuesto, fue que quince minutos más tarde irrumpió en la habitación. Llevaba consigo una caja de donas glaseadas y un par de vasos de café. Fue directamente a la ventana para correr por completo la cortina para que la luz pudiera cubrir hasta el último rincón.

—Demonios —contrajo su rostro en una mueca de desagrado—. Si que tienes un basurero en este lugar.

Pateó una de las botellas de alcohol vacías que se encontraban alrededor de la cama. Esta fue rodando hasta llegar a la gabardina tirada hecha bola. Reese la tomó y extendió sobre las cobijas. Finalmente, dejó las donas y el café sobre la mesa de noche antes de tomar asiento en un diminuto espacio junto al cuerpo inmóvil de Eduard.

—Vamos ya, hombrecito —retiró las cobijas—. Tienes que levantarte para ir a trabajar.

—¿Qué demonios haces aquí, Reese? —habló amortiguado por la almohada— Quiero estar solo.

—Te he traído unas rosquillas y un poco de café para levantar tus ánimos —dijo en voz cantada—. También vine para llevarte al trabajo.

—Vete de una vez porque no pienso ir. Pedí incapacidad por unos cuantos días.

—Si y todavía no te han dado una respuesta —recalcó con la esperanza de provocar alguna reacción, pero fue en vano—. ¡Oh por favor!

Se levantó para jalar con todas sus fuerzas las sábanas y dejar al descubierto a Eduard con solo unos boxers puestos. Reese acercó la tela a su nariz para corroborar que apestaban a alcohol igual que el hombre. Tenía pinta de no haberse levantado en días o de haberse duchado hace mucho tiempo. Las tiró lejos y regresó a su lugar para intentar moverlo. Lough era mucho más grande que ella y pesado, fue inútil cualquier intento de hacerlo mover.

Beautiful Hell | lrhDonde viven las historias. Descúbrelo ahora