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Reese llegó a la estación echando humo por las orejas luego de su visita a la casa de Eduard. Su mal humor era visible a varios kilómetros de distancia. Ninguno de sus compañeros se atrevió a acercarse a ella a saludar como de costumbre. Esa mañana, la dulce de Reese, no tenía nada de dulce.

Caminó con paso firme hasta llegar a su escritorio. Apartó la silla de un jalón y tomó asiento de manera brusca. Cada movimiento hecho, lo exageró más de lo necesario para dejar claro que nadie debía acercarse a ella.

¿Cómo se atrevía a tratarla de esa manera? Luego de todo lo que haba hecho por él y todavía tenía el descaro que reclamarle, como si él no se hubiera aprovechado de una inocente chica con sueños que alcanzar.

Eduard se arrepentiría por sus tratos, de eso estaba segura, pero tenía que hacerlo pronto o se moriría consumida en su propia colera. Estaba hecha una furia, explotaría en cualquier instante y todos a su alrededor podían presentirlo.

Aunque claro, eso no podía interesarle menos a alguien como a Andrew Hemmings, que se acercó a ella ignorando todas las señales de advertencia.

Cuando Reese levantó la mirada para ver quién osaba contradecirla, quedó sorprendida por el aspecto del hombre. A pesar de los años transcurridos, Andrew siempre mostró un rostro jovial lleno de energía por doquier. Ahora ese mismo hombre se miraba tan abatido que la castaña creyó que se desmayaría ahí mismo.

El estupor duró solo unos segundos, ya que volvió a fruncir el ceño y atacó.

—¿Qué es lo que quiere?

—¿Esa es la manera de tratar a sus superiores? —contestó con voz bizarra—. Debería sorprenderme tanta petulancia viniendo de ustedes debido al su nulo desempeño por mantener la calma en este pueblo. Pero he de admitir que me espero cualquier cosa.

—¿Qué se le ofrece, señor Hemmings? —mostró una sonrisa falsa que desapareció un segundo después.

—Vengo en busca de Lough. Dígale que salga de su escondite ahora mismo. Necesito hablar con él.

—Como le he dicho, igual que todas las veces que ha estado aquí, Eduard no vino a trabajar. Pidió días libres. Luego de tantas veces, debería entenderlo.

—Creo que es usted la que no entiende —se apoyó sobre el escritorio para quedar sobre ella—. Exijo hablar con el agente Lough. No me importa si está de vacaciones o internado en el hospital, llámalo y haz que venga ahora mismo.

—No lo haré...

—He sido demasiado paciente estos días pero por si no lo has notado, no ha resuelto ninguno de los casos que involucra a mi familia. Necesito respuestas ya.

—Qué bueno que lo menciona —dijo repentinamente interesada. Giró el torso para alcanzar una carpeta que estaba apartada y comenzó a hojear—. Yo podría ayudarle en ello.

—Si, claro —mofó—. ¿Qué podrías hacer tu? Tal vez Lough sea un incompetente pero es el hombre a cargo.

—¿Acaso le teme a algo, señor Hemmings? —entrecerró los ojos al tiempo que una sonrisa se formaba en su rostro—. Algo por lo que siempre me he destacado es por detenerme en los más mínimos detalles y hay muchos que quisiera consultar con usted.

Andrew marcó su entrecejo mientras la miraba pasar las hojas de la carpeta. Miró su reloj impaciente por marcharse de ahí. Si Eduard no se encontraba disponible, no veía otra razón para permanecer en la comisaría. Mientras Reese seguía cambiando de página, él comenzó a mover el pie ansioso.

—¡Oh, aquí están! —retiró un par de hojas— ¿Quisiera acompañarme a una sala?

—¿Qué estupideces está diciendo? ¿Acaso...—bufó — ¿Sabe qué? Olvídelo. Lo único que hago aquí es perder mi tiempo.

Beautiful Hell | lrhDonde viven las historias. Descúbrelo ahora