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Un cuarto dado golpeó el tablero.

Eduard gruño al ver que quedó insertado muy lejos de del centro. Suspiró y separó su trasero de la orilla del escritorio, caminó hasta el otro extremo de la habitación para quitar los únicos dardos que poseía del círculo pegado en la pared. Por el momento, aquello era lo único a la mano que podía distraerlo.

Quería despejar la mente y descargar toda la frustración que sentía por haber hecho un largo viaje hasta la ciudad. Además de haber despertado desde temprano para tomar camino, pasar tantas horas detrás del volante le estaba pasando la factura. Su espalda le dolía horrores y no podía encontrar una postura cómoda. Siempre odió conducir hasta Himlemouth, esas cuatro horas perdidas nadie se las recuperaría.

Nunca entendió el porqué la gente del pueblo siempre alucinaba con viajar hasta allá. Solo era una ciudad infestada de gente, el ruido urbano no cesaba en ningún momento y el ritmo de vida era demasiado veloz. De tan solo pensarlo sintió una enorme fatiga. La ciudad podía tener altos edificios llenos de lujos, restaurantes elegantes, centros comerciales y demás atracciones, pero nada se comparaba a la comodidad y tranquilidad de Helvethill.

Claro que, eso último era lo único que se encontraba en el pueblo.

La muerte de Luke Hemmings había alterado a la población. La gente había dejado de sentirse seguras en sus casas, en las calles y en todos lados. A petición de todos ellos, las únicas dos entradas al condado eran vigiladas por patrulleros. Nadie salía ni entraba sin que la policía no lo supiera. Los mismos pobladores habían decidido marcar un toque de queda voluntario, nadie salía a la calle cuando el sol desaparecía, a menos que fuera absolutamente necesario.

La inquietud solo aplicaba más presión para hacer su trabajo.

Cuando retiro los dardos, se quedó de pie repasando su visita al señor Matthew. No podía decir que había salido mal, pero quedaba enormemente insatisfecho. Wainwright parecía ser el hombre correcto de siempre, no parecía tener motivo para asesinar a Luke. Tampoco podía inculparlo, ya que tenía una coartada sólida que su misma secretaria confirmó. Podría descartarlo, pero prefería mantenerse alerta.

Eso lo llevaba a la siguiente persona de la lista. Andrew Hemmings.

No había obtenido mucho acerca del padre de la víctima, pero su curiosidad había crecido. El señor Hemmings parecía haber roto lazos tanto como con su hijo, como con Matthew. Recordó la última vez que lo había visto frente a frente, incluso hasta llegar a intercambiar unas palabras. Había sido dos años atrás, en una feria local que el mismo pueblo organiza anualmente. Eduard se encontraba degustando una manzana acaramelada cuando vio a los Hemmings pasar a un costado de la iglesia central. Andrew y Elizabeth iban tomados del brazo, dando un paseo mientras disfrutaban del evento. Había logrado detenerlos para saludar y platicar unos momentos.

No entendía como Luke se había apartado de un hombre como su padre. Tenía una vida perfecta, un buen trabajo, una hermosa esposa con la que vivir en la mejor casa del pueblo y una bella familia.

Esa sí que era una buena vida.

Dejó de fantasear cuando escuchó golpes de la puerta. Dejó los dardos sobre el escritorio y pasó a abrir. Betty estaba detrás, cargando una pila de expedientes con sus delgados brazos. Por un momento se había olvidado de ellos. Los tomó y agradeció por su labor. Antes de irse, la chica leyó su reporte de las llamadas recibidas durante la ausencia del agente. Ninguna le interesaba, menos la del superintendente. Él era con el que menos quería hablar en esos momentos.

—Si vuelve a llamar dile que no estoy. No le des explicaciones, solo que no estoy —Betty asintió y salió.

Eduard pateó la puerta para cerrarla, pero Reese interpuso su pie.

—Veo que has llegado —sonrió cordialmente antes de pasar—. Por un momento pensé que no vendrías, este lugar es bastante aburrido sin nadie con quien platicar.

—¿Qué necesitas, Reese? —preguntó colocando los expedientes sobre el escritorio sin observarla aun—. Tengo mucho trabajo por hacer, agradecería que no me interrumpieras por hoy.

—Vaya que no estas de humor, pero descuida, solo necesito tu firma aquí —extendió un portapapeles.

Lough lo tomó de mala gana y revisó todas las hojas por firmar. Bufó al corroborar que todos ellos pudieron haber sido firmados por ella misma sin tener que molestarlo. Había entablado una buena amistad con ella, pero le gustaba tener su espacio. Reese era demasiado pegajosa yendo y viniendo detrás de él a toda oportunidad que tuviera.

A pesar de estimarla y confiar en ella, no quería arriesgarse a que alguien supiera las investigaciones que estaba realizando. Reese era una mujer, y las mujeres son bastantes chismosas, entrometidas y habladoras. Harper era prueba de ello. El pueblo no necesitaba saber que el agente estaba detrás de la familia Hemmings, justo cuando ellos se encuentran en luto. No perdería su prestigio solo por ella.

Se aseguró de firmar todas las hojas para no darle otro motivo para regresar. Le entregó el sujetapapeles, y pasó a tomar asiento en su reconfortante silla. Al menos antes de que el dolor de espalda volviera a molestarlo. Acomodó las carpetas frente a si y cuando estuvo a punto de abrir la primera, notó que Reese seguía ahí.

—¿Esperas algo más? —pregunto brusco.

—No es necesario que uses ese tono conmigo, sé que no me quieres aquí. Solo quería jugar contigo —dijo risueña—. Me voy entonces. La última vez que estabas así, te desquitaste conmigo. Si lo vuelves a hacer, te dispararé —con sus manos hizo el gesto como si realmente le fuera a disparar. Esperó escuchar una risa de su parte, pero no ocurrió. Rodó los ojos y se levantó—. A veces eres demasiado aguafiestas.

Se dirigió hacia la puerta con la esperanza de que Eduard mostrara algún signo de arrepentimiento por lo más que la estaba tratando. Se quedó esperando nuevamente. Suspiró resignada a recibir su indiferencia.

—No se te olvide ir con Andrew Hemmings —mencionó al tiempo que tomaba el picaporte.

—¿Qué? —la miró alarmado, pero se recompuso casi al instante—. ¿Por qué debería ir con él?

—No lo sé. Tal vez porque es familiar de la víctima, sin mencionar que es su padre, y existe la mínima posibilidad de que tenga información sobre quien mató a su hijo. Realmente no lo sé, Eduard. Tú dime —habló sarcástica—. ¿Qué te está ocurriendo? ¿Estás bien?

—Si —reaccionó—. Estoy bien, solo estoy cansado.

—¿Estás seguro? Puedo ir yo si lo prefieres.

—¿Tú? —preguntó seguido de una risa— ¿¿Tu que vas a hacer ahí? Tu lugar es aquí.

—Puedo hacer los interrogatorios tan bien como cualquiera...

—Lo que tú haces son archivar reportes, ordenar papeleo y preparar café. Nolo saliste una vez de esta oficina, no esperes más —le dedicó una dura mirada para hacerla callar—. Iré yo mañana. Solo debo descansar un poco.

—De acuerdo, me voy —lo observó—. Deja de comportarte tan raro.

Eduard se relajó sobre su asiento cuando la vio marchar. Podía jurar que su presión había bajado drásticamente con la mención de Andrew. Se había descolocado tanto que había olvidado que ciertamente si tenía que visitar a la familia Hemmings. Al menos así tendría un motivo para interrogarlos sin parecer sospechoso.

Se prometió ser más cuidadoso y actuar con cautela. Antes de abrir el primer expediente, miró a su alrededor. No le apetecía estar en su oficina, si quería más privacidad, su casa era la mejor opción. Tomó todo lo necesario para llevarlo en su auto. Le caería bien una cerveza y algunos bocadillos. Así planearía mejor su próxima interrogación. 

Beautiful Hell | lrhDonde viven las historias. Descúbrelo ahora