¿Quién soy?

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Tyler

La chica que me persigue en sueños, está a un lado de la cueva revisando un libro. Por mi parte, no puedo evitar perderme en la interrogante que me ha dejado mi alma al tocar a la mujer que descansa casi en coma sobre un sillón prácticamente nuevo. ¿Quién soy? Desde el accidente para acá, mi vida ha dado un giro.

            Aún recuerdo cuando todo era normal. O eso creía. Tenía sueños por cumplir al lado de quien se suponía quería y una familia que mantenía con amor. Ya sé, no eran cosas muy grandes comparadas con las huellas que otros han dejado en el mundo, pero en promedio 100 de cada 101 personas, sueñan sencillamente con encontrar la tranquilidad, la felicidad.

            ¿Qué se supone que sea entonces la felicidad? Mi cabeza vuela mientras me doy cuenta que es la misma caverna que visité estando al filo de la muerte.

            — He estado aquí…—murmuro provocando que la chica del libro se voltee a mirarme.

            —Más de una vez, supongo —se coloca bajo el traga luz y el sol le ilumina de una forma que irradia pureza. Me extiende la mano y voy guiado hacia ella casi en medio de la inconsciencia.

            —Dijiste que era especial —aseguro casi llegando a ella y su brillo. Esta vez, no es necesario para mí cerrar los ojos. No me molesta, su luz es etérea y reconfortante.

            — ¿Por qué aceptaste?

            Estoy junto a ella bajo el halo de luz que entra a la cueva. Parece que estamos dentro de un volcán. Me pierdo en el pedazo de cielo que se ve desde aquí. ¿Por qué las personas o espíritus que rigen el mundo, viven en un volcán?

            — ¿Por qué tu especie es tan curiosa? —ella ríe y de repente, el cielo cambia. Ahora la mitad está oscura y la otra brillando como un sol. Día y noche. Nubes y estrellas. Luna y sol.

            —Beberly —me extiende su mano que queda en el aire porque estoy estupefacto observando hacia arriba.

            — ¿Disculpa?

            —Ya no tendrás que pensar en mí como la chica que te acosa, Tyler Mcarby.

 

            Mi atención es robada por la mención de mi nombre entre sus labios.

            —Entonces…

            —Entonces, ¿por qué aceptaste quien eres?

            No he aceptado quien soy, ni si quiera lo sé. Sin embargo, la cara de mi hija volvió a mi cabeza.

            —Te diré quién eres… O que.

            Estamos en la Italia del renacimiento. Beberly sostiene entre sus manos un libro. La gente pasa con prisa entre nosotros, parecen no vernos y nuevamente, me doy cuenta de que es así.

 

            — ¿Cómo se supone que sé donde estamos? —la exactitud de saber el tiempo, el dónde y el cuándo con la precisión de reconocer el sitio, me ha dejado con un impacto que no he sentido antes.

 

            En mis venas, siento la adrenalina, en mi corazón una atracción inconfundible y un amor casi palpable. Es como si respirara el siglo y abrazara el idioma. Es como si le hiciera el amor a esta ciudad y amara cada piedra colocada y construida por el hombre.

 

            Beberly me toma de la mano y sonríe.

 

            —Nunca he hecho esto, de hecho, poco he conocido sobre el tema, pero si no me equivoco tú cuerpo nació aquí por primera vez. Tu molde nació aquí y tú solo eres la copia.

 

            La miro, esta vez sin extrañeza. Nada puede sorprenderme. Beberly señala hacia un balcón y veo a un hombre dibujar con pasión; sigo su mirada y en la plaza del pueblo, me veo.

 

            El tiempo se congela, miro a mi acompañante y ella me devuelve a mi sitio inicial: Mi departamento. Ya es de noche, las luces de New York se reflejan desde mi ventana.

            — ¿Soy una copia?

            —No, eres un marcado. Alelí marco tu alma, pero tu físico, tu figura… Pensaba que desde ese entonces, tu alma tenía que hacer algo, pero me equivoqué.

            — ¿Desde ese entonces? —me lanza el cuaderno que ha sostenido y veo mi dibujo en aquellas hojas antiguas.

            —No sé porque exististe en aquella época o porque cuando Alelí te encontró estabas en este cuerpo, pero algo sí se: Descansa, mañana comenzaremos a trabajar.

            — ¿Trabajar? —me siento en mi desordenada cama. Me percato  de que mi departamento no está para visitas.

            —Haces esto por tu hija, ¿no? —me quedo mirándola fijamente—. Te enseñaré lo que necesitas y luego, podrás hacer que la niña tenga el mundo y la vida que no pudiste darle.

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