Capítulo 16 - El tiempo y las galletas

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La lectura de Reloj de letras le descubrió cosas importantes a Catalina.
Se llevó el libro por accidente y de nueva cuenta entendimos que ciertas historias buscan a sus lectores. Aquel volumen de tapas grises, con un reloj de arena lleno de letras en la portada, la había seguido como un cachorro sigue a quién quiere que sea su amo.
Según me contó después, el libro también les interesó a sus padres. Catalina les leyó unas páginas antes de dormir y la madre recordó la época en que su hija era pequeña y ella le leía historias. Ahora las cosas pasaban al revés: la joven le leía a los padres, que ya no tenían buena vista (sus ojos se habían gastado de tanto leer las letras diminutas en las medicinas).
Catalina llevó a sus padres por los laberintos del tiempo.
De pronto leyó una frase que tuvo grandes efectos: "Los libros sirven para recordar lo que se ha escrito pero también cosas que están fuera de los libros".
En ese momento, el padre de Catalina exclamó:

ㅡ¡Mi chaleco verde!

¿Qué había sucedido?
Algo bastante curioso: el padre había perdido su chaleco en la farmacia y de pronto recordaba dónde lo había dejado. Apenas dijo esto la madre gritó con entusiasmo:

ㅡ¡Mi mascada de seda!

También a ella se le había perdido esa prenda y ahora recordaba que la había dejado en casa de una amiga.
Por su parte, Catalina recordó dónde había dejado la pluma roja que buscaba desde hacía varios días y que quería usar cuando volviera a la escuela.
¿Cómo fue posible que lograrán eso? El libro daba la siguiente explicación: "Cuando lees algo que tiene que ver con aviones, puedes recordar algo parecido: un avión de juguete, un objeto en el cielo, un pájaro, un disfraz con plumas, y así por el estilo".
Lo que leyeron les permitió hallar un chaleco, una mascada y una pluma.
Catalina se preguntó si eso podría ayudar a encontrar El libro Salvaje.
La solución no parecía fácil, pues el libro se movía de lugar. Era como un apache que vive en una cueva, como un soldado que no quiere volver al ejército, como un bombero que huye y se dedica a provocar incendios, como un marciano que no se adapta la Tierra y quiere volver a su planeta. A veces yo me sentía así, como un libro solitario que nadie comprende y quiere ser salvaje para que no lo molesten.
Esa tarde, Catalina leyó en voz alta con gran atención: "Los seres humanos tienen una memoria personal para recordar las cosas que han vivido. Algunos ancianos tienen tan buenos recuerdos que no han olvidado su primer chupón. Sin embargo, es imposible que alguien se acuerde de todo. Los libros son la memoria externa de los hombres: un almacén de recuerdos".
Catalina guardó silencio. ¿Habría un libro que ayudara a recordar la vida fugitiva de El libro salvaje?
Más adelante leyó algo que le interesó aún más: "No hay que olvidar que los recuerdos sólo existen desde el presente; alguien tiene que estar vivo para que el pasado exista y esa persona es el lector: el mundo de ayer sólo existe cuando alguien lo recuerda hoy".
La última palabra aparecía en letras inclinadas para recalcar su importancia.

Al día siguiente, Catalina llegó muy temprano a la biblioteca. Llevaba Reloj de letras en alto, como si fuera una antorcha y, entre otras cosas fantásticas, me dijo:

ㅡEste libro me ayudó a entender las galletas de tu tío.

La vi con mucha atención: era tan hermosa como siempre, pero los ojos le brillaban más.
En ese momento, Catalina desvío la vista, como si presintiera algo.
Se oyó un crujido.
Un rumor de pasos llegó de algún lado de la casa.

ㅡVamos a un sitio seguro ㅡpropuso ella.

ㅡToda la casa es segura ㅡcontesté. Luego pensé en el libro azul, encerrado junto a los libros de sombra, pero no dije nada.

ㅡNo quiero que tu tío nos oiga ㅡcometó ella.

ㅡVen por aquí ㅡpropuse.

Subimos al cuarto de las estatuas. El tío nunca entraba ahí.

El libró salvaje de Juan VilloroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora