Capítulo 7 - La historia que cuenta un libro no siempre es igual

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Para no despertar las sospechas del tío con mis idas a la farmacia, empecé a salir a escondidas.
Aguardaba el momento en que él se fuera al cuarto de los helechos o a alguna parte alejada de la biblioteca y tomaba las llaves que Eufrosia colgaba de un clavo en la cocina.
Viaje por el río en forma de corazón le gustó tanto a Catalina que no dejó de leerlo ni cuando tuvo que vendar a una señora que se había torcido la pierna. Terminó el último episodio entre dos inyecciones.
Su lectura había sido más agitada y tal vez más emocionante que la mía. También había sido algo distinta. Me asombró enormidades que dijera:

ㅡLa niña me cayó muy bien.

Estuve a punto de preguntar: "¿Cuál niña?", pero Catalina no podía decir algo sin que yo estuviera de acuerdo.

ㅡ¿Y Ernesto? ㅡle pregunté.

ㅡTambién, aunque es un poco presumido.

ㅡ¿Y Pepe?

ㅡ¿Cuál Pepe? ㅡfue su sorprendente respuesta.

Yo había leído la historia de dos muchachos, Ernesto y Pepe. En cambio, ella había leído la historia de Ernesto y Marina. Tal vez estaba tan distraída vendiendo pastillas y poniendo vendas que había imaginado otra historia.
Me devolvió el libro y yo le presté el del incendio.

ㅡTienes algo ahí ㅡme dijo, cuando yo me despedía.

Catalina metió su mano en mi pelo y sacó un hilo largo color rojo.

ㅡParece un pelo de muñeco ㅡCatalina sonrío y pude ver su magnífico diente desviado.

Las cortinas del tío eran rojas, roja era su piyama y roja su bata. El hilo debía venir de alguna de esas telas.

ㅡVen a que te acomode el pelo ㅡme dijo ella.

Pasó sus manos sobre mí. Fue como si sus dedos me pusieran una corona.
Le di el libro y regresé a la casa a releer Viaje por el río en forma de corazón.
Me serví un vaso de leche, pero la lectura me cautivó tanto que no llegué a probarlo. ¡El libro había cambiado! Ya no era la historia de Ernesto y Pepe, sino de Ernesto y Marina. Me pareció que, en efecto, Ernesto era un poco presumido. ¿Era posible que yo no hubiera leído bien el libro?
Esa noche quise hablar con mi tío de la extraña modificación de la historia en el bosque, pero él no bajó a cenar.

ㅡSalió de la casa ㅡme dijo Eufrosiaㅡ. Se nos acabó el té y él no puede vivir sin sus quince tazas al día.

Desperté muy temprano, ansioso de hablar con el tío. Él tardó tanto en llegar a la cocina que fui a buscarlo a su cuarto.
Era la primera vez que iba ahí. Su habitación estaba en la parte más alta de la casa. Los últimos escalones para llegar a su puerta eran libros.
Cuando entré, él seguía roncando. Tenía un libro sobre la cara: las hojas se movían con sus ronquidos.
Mi padre se enojaba cuando yo tenía una pesadilla y lo despertaba en las noches. En cambio, al tío le pareció perfectamente natural que yo estuviera ahí, con ganas de hablar con él.

ㅡEs bueno tener una conversación mañanera ㅡdijo con entusiasmoㅡ, pero en estos momentos soy como un libro en blanco. Necesito té para que me lleguen las palabras.

Bajé a la cocina y Eufrosia me dio un termo. Con eso podríamos hablar durante un par de horas. Subí otra vez al cuarto. El tío seguía tumbado en la cama pero me miró con ojos alertas:

ㅡDescorre las cortinas para que el cuarto brille como una página de Borges ㅡme pidió.

Descorrí las rojas cortinas y el sol inundó la recámara.

ㅡNo hay mejor prosa que la luz ㅡdijo el tío.

Hablaba de un modo muy raro, como si siguiera dormido.

ㅡ¿Qué es prosa? ㅡpregunté.

ㅡEl arte de juntar palabras que no hacen verso. Es la forma en que tú y yo hablamos. Nos comunicamos en prosa, aunque a veces hacemos algún verso sin esfuerzo. ¿Qué querías preguntarme?

ㅡ¿Es posible que un libro cambie cuando lo lee otra persona? ㅡle pregunté.

Le conté lo que había pasado con Catalina, sin mencionarla por su nombre.

ㅡLo que dices es interesante, muy interesante ㅡdijo el tío; abrió el termo y el aire se llenó de olor a pipaㅡ. Cada libro es como un espejo: refleja lo que piensas. No es lo mismo que lo lea un héroe a que lo lea un villano. Los grandes lectores le agregan algo a los libros, los hacen mejores. Pero pocas veces ocurre lo que dices. Cuando alguien modifica un libro para ti y tú puedes distinguirlo, significa que has llegado a la lectura en forma de río. Ningún río se queda quieto, sobrino, sus aguas cambian.

ㅡ¿Alguna vez te ha pasado?

El tío desvió sus ojos, cosa que nunca hacía. Miró un rincón del cuarto de manera inquietante y dijo con voz extraña:

ㅡHace mucho tiempo. Yo era joven, querido sobrino, y ella también. Pero me asustó la forma en que las historias cambiaban ante mis ojos.

ㅡ¿Se convertían en historias de terror?

ㅡNo, se volvían más interesantes, pero me dio miedo que ella tuviera ese poder. Me pareció algo demasiado fuerte, incontrolable, y dejé de verla. Muchos años después trabajó como profesora en una famosa universidad. Me mandó una postal y me arrepentí de haber tenido miedo de sus poderes como lectora. Es de lo que más me arrepiento en la vida. Luego me casé con una mujer que no amaba los libros, y tuve que dejarla. Por eso me quedé solo en esa biblioteca. Bueno, ahora estoy contigo ㅡera la segunda vez que lo decía en muy poco tiempoㅡ.

La historia del tío me dio tristeza. A él también, porque dijo:

ㅡVamos a la cocina por galletas de coco. Tenemos que endulzar este día que ya se puso amargo.

Cuatro días después, fui por el segundo libro que le había prestado a Catalina. Respiré el aroma de la farmacia que tanto me gustaba. Ella estaba ocupada con unos clientes, vi el teléfono y decidí llamar a mi madre.

ㅡ¡Juancholoncito Rey! ㅡme dijo. A mí me daba una enorme vergüenza que me dijera Juancholoncito.

Pensé que me había puesto rojo. En ese momento Catalina me vio y quise volverme invisible. Ella me saludó a la distancia como si nada, mostrando el libro que tenía listo para devolverme.
Mi madre sonaba contenta, tanto que volvía a decirme ese apodo ridículo.
Entonces pasó algo curioso. Siempre que pensaba en mamá quería estar con ella. Imaginaba que la ayudaba y ella se alegraba. Ahora, por primera vez, hablé con mucha calma y ni siquiera me pregunté si estaría fumando, como si sus problemas no fueran míos. Colgué y me acerqué a Catalina.
La escuché decir los nombres raros de unas vacunas. Luego se volvió hacia mí, feliz de verme:

ㅡÉste es todavía mejor ㅡseñaló el libro.

No hice ningún comentario y volví a casa del tío, deseoso de releerlo.
Catalina había agregado estupendos detalles a la aventura. Ernesto y Marina lograban huir por un camino que ardía sobre ellos como un túnel de fuego.
Al principio, Ernesto no se atrevía a correr por el túnel, pero ella lo tomaba de la mano y le infundía gran seguridad. Marina tenía un carácter agradable y decidido. Ernesto, que antes parecía un poco presumidillo, ahora se comportaba con sencillez y ayudaba a salir a Marina de un hoyo en el que caía; se quitaba la camisa, la mojada en el agua y se la daba a ella para que se limpiara el lodo.
Al final, cuando ya se habían salvado, nadaban en el agua fría. Marina jugaba a ser un pez y mordía a Ernesto.
Esa noche soñé que estaba en un río.

El libró salvaje de Juan VilloroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora