Capítulo 17 - Motores que no hacen ruido

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Cuando entramos a la sección "Motores que no hacen ruido", Catalina fue al fondo del cuarto y yo me quedé cerca de la puerta. Revisaríamos libro por libro, título por título, autor por autor, en busca de nuestra presa.
Habían pasado unos veinte minutos cuando algo empezó a zumbar. Parecía el ronroneo de una tubería o de un aparato en otra parte de la casa. Pensé que el tío preparado algo de la licuadora, pero el zumbido duró demasiado para que ésa fuera la causa.
Vi el librero que tenía frente a mí y me pareció que la madera vibraba, como si el metro pasara bajo la casa. Pero en aquella parte de la ciudad no había metro.
Los ojos de Catalina brillaban al fondo del cuarto. Tenía la expresión de quién contempla algo muy interesante que se puede volver peligroso. Con señas me pidió que me acercara.
Di unos pasos y sucedió algo curioso. No puedo decir que se escuchara un sonido; era otra cosa, como si el aire acumulara fuerzas para estallar, un silencio que sonaba, una energía a punto de reventar.
Catalina me mostró el libro del que no se había desprendido desde que llegó a la casa: Reloj de letras.
Puso el índice sobre los labios para que yo no dijera nada. Entonces me mostró un libro que había encontrado: Ajustes de tiempo. Pensé que se trataba de un volumen extraviado en esa sección, pero en cuanto lo abrí supe que trataba de mecánica. Era un manual para ajustar los motores al ritmo en el que deben funcionar. Yo no sabía que un motor pudiera estar fuera de tiempo.
Catalina me pidió que volviera a poner libro en el estante y a su lado colocó Reloj de letras. El zumbido cesó en el acto. Ella sonrío de un modo maravilloso.
Luego me hizo una seña para que saliéramos de la habitación.

ㅡ¿Qué fue eso? ㅡle pregunté.

ㅡUna buena señal. Los libros se inquietaron cuando llegamos. ¿Notastes el zumbido?

ㅡClaro.

ㅡSe pusieron como motores a punto de arrancar. Fue como si nosotros les sirviéramos de gasolina y pidieran que los encendiéramos.

Catalina parecía entender los misterios de la biblioteca mejor que yo.
Aunque han pasado muchos años desde entonces, recuerdo muy bien que en ese momento llevaba una blusa azul, con estrellas amarillas bordadas en el cuello. No pude olvidar ningún detalle de esa escena en la que le pregunté, lleno de curiosidad:

ㅡ¿Y por qué dejaste ahí Reloj de letras?

ㅡTeníamos que mandarles una señal. Los libros se relacionan entre sí, es lo que dijo tu tío. Ahora dos libros que tratan del tiempo están juntos: uno trata del tiempo de los humanos y otro del tiempo de los motores. A ver qué pasa.

ㅡ¿Qué crees que suceda?

El libro salvaje ha estado muy tranquilo. ¿Te acuerdas de la trucha azul en El río en forma de corazón?

¿Cómo podía olvidarla? Era uno de mis episodios favoritos. Ernesto y Marina subían a una canoa a pescar. Pasaban toda la tarde sacando peces. Antes de regresar al campamento revisaban la pesca: era abundante pero poco valiosa. Todos los peces eran pequeños. Eso no podía conformar una rica cena. Entonces se daban cuenta de que esa pesca podía ser sabrosa, no para ellos, sino para un pez de las profundidades. ¡No habían pescado su cena sino la del pez que querían pescar! Acto seguido, colocaban los pescados pequeños en los anzuelos y hundían la carnada muy hondo. Después de varios esfuerzos atrapaban una trucha azul, especie muy rara y de gran tamaño, cuya carne era muy apreciada por su sabor y porque los brujos de la región decían que daba grandes poderes.
A veces uno atrapa algo que parece insignificante pero sirve para atrapar otra cosa. El buen pescador consigue pescados sin chiste que lo ayudan a llegar al que vale la pena. Algo parecido sucede con las personas: es necesario conocer bastantes para llegar a las que en verdad interesan.

El libro salvaje es como la trucha azul ㅡdijo Catalina.

ㅡ¿Le pusiste Reloj de letras como carnada?

El libró salvaje de Juan VilloroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora