Capítulo 11 - Un Enemigo

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ㅡLo que me cuentas es muy extraño ㅡdijo tío Tito, mientras inspeccionan un libro con una lupa.

El lente de aumento hacía que su ojo derecho, de por sí abultado, pareciera el de un pez globo.
El tío movió la lupa. A través de ella vi su cara: los pelos que le salían de la nariz se agigantaron. Luego volvió a hablar, con voz sería y afilada:

ㅡEs posible que tu amiga no sea tan buena lectora como habíamos pensado.

ㅡ¿Qué quieres decir?

ㅡCuando le prestaste un libro por primera vez lo mejoró con su lectura. Hay gente que tiene habilidad para eso, pero luego la pierde. Es suerte de principiante. Tal vez ella sólo estaba interesada en impresionante. Tu amiga me preocupa, querido sobrino.

ㅡ¿Por qué?

ㅡNo sería la primera vez que un gran lector,  un lector prínceps como tú, perdiera sus facultades por seguir unos bonitos ojos. Catalina te tiene embobado y ahora embobó al libro que le prestaste.

Aquello no me gustó nada. Cuando me devolvió el libro, Catalina estaba muy preocupada. ¡No había podido dormir en toda la noche! El libro se había vuelto extraño por otra razón, en contra de nosotros dos.
Pero el tío pensaba distinto. Empezó a caminar por el cuarto, a grandes zancadas. Luego se detuvo, cruzó los brazos y dijo:

ㅡTuve un amigo que era un genio para leer. Las universidades se disputaban su cabeza. Un sabio de esos que la humanidad produce cada cien años. Un buen día se enamoró de una alumna, se casó con ella y se dedicó a cultivar vegetales.

ㅡ¿Y fue feliz? ㅡpregunté.

ㅡ¡¿Eso qué importa?! ¿No te das cuenta del desperdicio que significa tener a un sabio cultivando zanahorias?

A mí me parecía mejor estar contento que ser un sabio, pero no dije nada porque el tío estaba tan exaltado que parecía a punto de echar humo por la nariz. Después de un rato en silencio dijo, más calmado:

ㅡLos libros plantean problemas y la obligación de un sabio es enfrentarlos. Por complicada o incómoda que sea una idea, el sabio debe valorarla. Los apicultores no se quejan de que sus abejas tengan aguijones. Lo mismo pasa con los sabios: deben cuidar la colmena de las ideas, aunque unas piquen y otras tengan veneno.

No me atreví a apartar la mirada del hombre con pelos en la nariz que se acercaba a decirme:

ㅡAunque las ideas sean un avispero o un hormiguero, el sabio debe enfrentarlas. Pueden zumbar como locas y tener el feo aspecto de los animales a los que les sobran patas, pero hay que dejar que vivan. Mi amigo se rindió: pasó sus mejores años plantando una hortaliza, junto a una hermosa muchacha que con el tiempo se convirtió en una interesante señora, eso no lo niego.

ㅡDijiste que tenías un amigo que cultiva brócoli y que además hace inventos ㅡle recordé.

ㅡEso es distinto. Estoy de acuerdo con los pasatiempos, siempre y cuando no interfieran con el desarrollo del conocimiento. A ti ¿qué te interesa más: Catalina o los libros?

Me molestó que me hiciera esa pregunta. Él no conocía a Catalina ni sabía lo mucho que ella había sufrido por la destrucción de la historia del río. En ese momento, mi pariente me pareció un viejo amargado que había pasado demasiado tiempo solo y no sabía apreciar a las personas.
Me negué a contestar.
El tío recorrió la habitación con largas zancadas, tratando de tranquilizarse. Sin embargo, cuando volvió a hablar, la voz le temblaba de furia:

ㅡ¡Ella arruinó el libro que le prestaste! No merece que le sigas pasando lecturas.

Estas palabras me enojaron tanto que salí de la habitación.

El libró salvaje de Juan VilloroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora