Capítulo 14 - Tito cocina novelas

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Al día siguiente desperté tarde, cansado de las muchas horas que pasé en la biblioteca. Decidí quedarme en la cama. El ornitorrinco, uno de mis animales favoritos, podía estar mucho tiempo inmóvil. Imaginé que vivía en Australia como un ornitorrinco feliz. Hubiera sido aún mejor un canguro. Un canguro pequeño que descansa en la bolsa de su madre. Pero no se puede tener todo en la vida: ya me había imaginado como ornitorrinco y así pase buena parte de la mañana.
Siempre amable, Eufrosia me llevó el libro que había dejado en la sala: Un amigo en el río en forma de corazón.
Pasé horas leyendo y anticipando el placer de llevarle el libro a Catalina. Aquella Aventura me gustaba cada vez más. En esta ocasión, los protagonistas encontraban en el bosque a un muchacho perdido que no sabía nada de la naturaleza. Ellos no eran tan expertos como Ojo de Águila, pero ya conocían secretos para hacer fuego y podían distinguir las huellas de los más distintos animales. El otro chico se llamaba Bruno y usaba un chaleco muy colorido porque pertenecía a un coro de niños cantores. Había llegado al bosque del modo más extraño. Estudiaba en una escuela de canto que sólo recibía alumnos con magnífica voz. Ese verano, su salón había tomado un barco para cantar en el norte del país. Cada dos días se detenían en un sitio de interés. Luego de recorrer los grandes lagos de la región, hicieron un paseo por el bosque. Bruno no era bueno para el ejercicio y se quedó atrás del grupo. Le costaba trabajo subir las colinas y avanzar entre la maleza. Se desesperó tratando de alcanzar a los demás, saltó de una roca a otra y los lentes se le cayeron a un abismo. A partir de ese momento, el paisaje se le volvió borroso, gritó con todas sus fuerzas sin que nadie lo escuchara, caminó sin rumbo hasta que cayó la noche y supo que estaba perdido.
Ernesto y Marina lo encontraron al día siguiente, muy asustado.

Bruno era bueno en matemáticas y tenía una voz estupenda, sobre todo para entonar canciones de Navidad. Esas habilidades magníficas servían de muy poco en un sitio donde había que defenderse de los lobos y saber de qué lado soplaba el viento para no provocar un incendio al encender una fogata.
Bruno no parecía especialmente simpático. Les tenía miedo a los bichos y todo le parecía pegajoso, o por lo menos sucio. Como no veía bien, a cada rato metiá un pie en un hormiguero o pisaba caca de venado. Ernesto y Marina tenían que cuidarlo como si fuera su hermano menor.
Aquel niño resultaba muy inmaduro para la vida del bosque. Hasta antes de ese viaje, sólo había visto comida en el refrigerador de su casa. No sabía cazar ni pescado ni recolectar frutos. Sólo sabía abrir cajas de cereal o latas de atún.
Mientras Ernesto y Marina cuidaban de Bruno, el barco de los niños cantores seguía su ruta. El concierto que tenían era muy importante y el director del coro decidió que veintinueve muchachos podían cantar tan bien como treinta. En el siguiente puerto avisó a las autoridades que uno de los chicos se había quedado en el bosque y pidió que fueran por él.
Varios helicópteros sobrevolaron la región en busca de Bruno. Aunque llevaba un chaleco de muchos colores, no podía ser visto a través de las tupidas copas de los árboles. Durante días los helicópteros revisaron el bosque sin poder encontrar al niño perdido.
El muchacho torpe y miedoso permitió que Ernesto y Marina comprobaran las muchas cosas que sabían. Como el recién llegado no conocía nada, tuvieron que darle consejos de cómo salar la carne para conservarla y cómo distinguir el canto de un búho del de un ruiseñor.
Una persona se entera de lo que sabe cuando debe explicarlo. Bruno hizo que Ernesto y Marina supieran todo lo que habían aprendido en el bosque.
Poco a poco, Bruno comenzó a aprovechar su oído musical para reconocer los cantos de las aves y para imitarlos con tal precisión que los pájaros más diversos acudían a su llamado.

En el último capítulo, Ernesto y Marina llevaban a Bruno al sitio donde el río juntaba sus aguas en forma de corazón. Entonces le pedían al niño cantor que imitara los sonidos de los pájaros y en el cielo se formaba un enorme círculo de aves. Los helicópteros, que no habían perdido la esperanza de encontrar a Bruno, llegaban atraídos por ese espectáculo.

El libró salvaje de Juan VilloroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora