Capítulo 3 - El tío Tito

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Mi tío vivía en la parte antigua de la ciudad. En ese barrio, algunas casas eran derruidas con golpes de martillo para construir edificios modernos, otras estaban apunto de venirse abajo solas; otras más tenían amarrados los balcones para que no se fueran a pique y descalabraran a quienes caminaban por la calle.

En esta zona de derrumbes, que los adultos llamaban "el Centro", estaba la casa del tío Ernesto, conocido como "Tito" por la familia y como "Don Tito" por los mensajeros que le llevaban los libros que pedía a las más variadas librerías del mundo.

El tío vivía con tres gatos: uno era negro y se llamaba Obsidiana; otro era blanco y se llamaba Marfil; el hijo de ambos, mi favorito, era blanco con manchas negras y se llamaba Dominó.

Durante cincuenta y ocho años, el tío vivía sin otra compañía que sus libros y sus gatos. De pronto, para sorpresa de la familia, decidió que había llegado el momento de contraer matrimonio.

Estuvo casado durante un año con una señora de la que sólo recuerdo sus anteojos redondos y que estornudaba mucho por el polvo de los libros. En un momento de desesperación, aquella señora le dijo a mi tío: "No podemos vivir en este laberinto, soy alérgica a los papeles viejos". Mi tío le dio la razón: dejó la casa para los libros y se mudó con su esposa un pequeño departamento. Pero la vida sin biblioteca fue muy triste para él, así es que decidió dejar a su esposa y volver con sus libros.

Por todo esto, me sorprendió mucho que me mandara su casa. El tío se sentía bien en soledad; no acostumbraba hacer fiestas ni reuniones, ni parecía necesitar otra compañía que sus tres gatos. ¿Porqué había querido que yo fuera ahí? Todo era muy raro.

En mi maleta llevaba un libro: Todo sobre las arañas. Ya lo había leído y lo escogí precisamente por eso: me gustaba más volver a leer un libro estupendo que arriesgarme con uno desconocido.

Cuando llegamos a casa del tío, me gustó la cabeza de león que mordiá una media luna de metal y servía para golpear la puerta.
Estaban derribando la casa de junto y eso provocaba mucho ruido. Nuestros toquidos apenas se oyeron. Mi madre me pidió que pateara con fuerza, pero como yo llevaba zapatos con suelas de goma no logré hacer mucho ruido. Por un momento tuve la esperanza de que mi tío no abriera nunca y yo pudiera regresar con mi madre. Justo entonces, la puerta se abrió.

ㅡ¿Llevaban mucho tiempo tocando? ㅡpreguntó el tíoㅡ. Adentro apenas se oye lo que pasa afuera.

Era cierto. En cuánto cerró el portón, se produjo un gran silencio, como si estuviéramos en el fondo del mar.

ㅡHe colocado aislantes especiales. Sólo así puedo concentrarme para leer ㅡel tío me vio de frente, con ojos tan atentos que parecían a punto de salirse de su cara.

Tuve ganas de decirle: "No me veas así que no soy un libro", pero no me atreví.
En todas partes había libreros y volúmenes apilados en columnas que llegaban al techo.

ㅡVengan a la sala de estar ㅡdijo el tío.

La "sala de estar" era un cuarto un poco más despejado. Había libros en las paredes pero no en las sillas. Pudimos sentarnos ante una mesa donde un mapa servía de mantel. Australia me tocó justo enfrente. Dije que era mi país preferido.

ㅡEstupenda elección, querido sobrino ㅡcomentó el tíoㅡ. No hay mucha cultura ni muchas antigüedades en ese rojo desierto, pero es la casa del ornitorrinco, el más fabuloso de los animales, un resumen biológico, una enciclopedia de lo que se puede ser sin serlo del todo: el ornitorrinco podría ser un pato, un castor o una marmota. Su secreto consiste en disfrazarse de otros animales para ser él mismo.
Un gran actor de reparto.

No entendí nada. ¿El tío se habría vuelto loco en los últimos tiempos?
Luego agregó, con mucho entusiasmo:

ㅡAdemás, Australia tiene las mejores olas marinas, no tanto por su forma, sino porque bañan a las australianas, especie superior al ornitorrinco. En algún lugar tengo un calendario de australianas en bikini.

El libró salvaje de Juan VilloroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora