A lo largo de esta historia he hablado bien y mal de mi tío. Según yo, si pudiéramos contar lo bueno y lo malo que he dicho de él, el marcador iría ocho a tres en favor de sus aspectos positivos.
Prometí ser sincero. Por eso me he atrevido a decir cosas incómodas de alguien que me trató con tanto cariño. Ahora debo confesar algo aún más difícil. Soltaré de un tirón lo que necesito comunicar: el tío parecía idiotizado por sus guisos.
Al principio me llamó la atención que combinara historias con recetas de cocina. Luego me encantó que sus mezclas fueran tan deliciosas. También fue bueno verlo ocupado y compartir su buen humor.
Sin embargo, cuando se convirtió en un especialista en la cocina, se concentró tanto en los ingredientes que no pudo hablar de otra cosa. Era capaz de discutir media hora sobre la pimienta o la mayonesa.
Si al principio usaba su biblioteca para hacer platillos que recordaran historias, ahora hablaba de las verduras como si fueran libros: se refería al apio como si se tratara de un personaje apasionante y a los tomates como si fueran protagonistas de una novela de aventuras.
El tío se dejaba afectar demasiado por sus aficiones. El libro de tapas azules le cambió el carácter y ahora la cocina lo tenía prisionero. Carmen, que había estado feliz ayudándolo, se aburría con el tío, capaz de dar conferencias sobre la espinaca.
Hay que reconocer que los platillos eran cada vez más originales y sabrosos. Tío Tito se había convertido en un experto. Lo que no resultaba divertido es que hablara como experto. Nada es tan aburrido como saber mucho de muy poco. Llegó un momento en que se volvió casi imposible conversar con tío Tito. Para decirle algo, había que saber mucho del ajo.Fueron días difíciles. Catalina y yo recorrimos una y otra vez la sección "Motores que no hacen ruido", colocando libros que pudieran interesarle al que deseábamos encontrar.
Queríamos caerle bien y le llevamos obras sobre el tiempo y la lectura, temas que asociábamos con su vida del libro.
Nos habíamos librado del libro de tapas azules: El libro salvaje se podía mover con mayor libertad. Pero eso no parecía suficiente. No basta con que te deshagas de un tiburón para que los demás peces se acerquen a ti.
Nuestra presa había mostrado curiosidad, como una trucha que se acerca a la superficie, pero no habíamos hallado la carnada definitiva.
En los largos ratos en los que aguardábamos que algo sucediera, como si estuviésemos pescando en un estanque de agua inmóvil, yo pensaba mucho en mi madre.
Llevaba muchos días sin verla y temía que se me olvidará su rostro. Cometí el error de no llevar una foto de ella a casa del tío. La única que había ahí era de hacia mucho tiempo, cuando ella se quedó dormida durante un día de campo. A veces trataba de recordar sus facciones en detalle y sentía que algo no encajaba, como si las semanas de separación hubieran sido una terrible goma de borrar. Sabía que tenía el pelo y los ojos castaños, que su nariz era recta y su risa la más maravilloso que había, pero no podía ver todo eso en su ausencia.
¡El tío se había convertido en un cocinero lunático y a mí se me borraba el rostro de mi madre!
Para colmo, empezaba a perder la fe en encontrar El libro salvaje, pero no quería demostrarlo y esto me ponía más nervioso. Si Catalina se daba por vencida, no volvería a la biblioteca.
Hasta ese momento no me había atrevido a decirle que estaba enamorado de ella, porque temía que eso le pareciera ridículo y dejara de ir a casa del tío. Prefería ser su sombra a que me rechazara como novio.
Tío Tito, Carmen, Eufrosia y hasta los gatos parecían enterados de que ella me gustaba mucho, pero yo no me atrevía a dar el siguiente paso. ¡Qué terrible situación!Todo esto me bajó los ánimos. Yo quería ser alguien decidido, una persona que no se equivoca, pero no sabía qué hacer.
Por fortuna, cuando más desesperado estaba, Catalina encontró una solución. Me explicó lo que sucedía: al buscar una carnada para El libro salvaje nos habíamos comportado como el tío en la cocina. Escogimos libros para expertos, libros que sólo hablaban de otros libros.ㅡEl libro salvaje quiere algo más divertido ㅡopinó Catalinaㅡ. Si sólo le ofrecemos libros sobre libros va a pensar que lo queremos clasificar. Lleva mucho tiempo escondido y no creo que quiera ser un aburrido libro de consulta. Debemos mostrarle que ser leído puede ser una aventura muy divertida.
ㅡEs cierto, ¿pero qué libro le puede gustar?
ㅡ¿Sabes qué creo? ㅡlos ojos color miel de Catalina brillaron como cada vez que se le ocurría algo importante.
Estaba tan ansioso de oírla que ni siquiera pude contestar. Entonces ella dijo:
ㅡSi ese libro va a vivir entre nosotros, debemos ofrecerle algo más tentador.
ㅡ¿Como qué?
ㅡ¡Algo que nos guste a nosotros! Debemos mostrarle lo que nos gusta para que nos conozca de verdad.
ㅡComo las historias de El río en forma de corazón ㅡpropuse.
ㅡ¿Y si no le interesan? ㅡpreguntó Catalina, repentinamente preocupada por su propia idea.
Traté de reanimarla:
ㅡDebe conocernos tal como somos. Si no le gusta lo que más nos gusta, no tiene caso que esté con nosotros.
ㅡTienes razón.
Así fue como decidimos colocar distintos episodios de El río en forma de corazón en sitios donde suponíamos que podía estar El libro salvaje.
¿Le gustaría lo mismo que a nosotros? Lo más sincero que podíamos hacer era confesar qué clase de lectores éramos.
Las historias de El río en forma de corazón habían sido modificadas por la lectura que habíamos hecho; contenían la historia original, pero también lo que nosotros habíamos puesto en ella. Si El libro salvaje quería conocer a quienes podían ser sus amigos, era lo mejor que podíamos ofrecerle.
Dejamos la carnada y fuimos a la cocina, donde el tío quiso hablar de la cáscara de cacahuate. Eso nos confirmó que habíamos tomado la decisión correcta con El libro salvaje. Durante días y días le llevamos libros que nos hacían ver como especialistas en cosas muy serias. Ahora podría saber que también nos interesaban historias tan variadas como la vida.
Lo que pasó al día siguiente fue positivo pero raro.
Recorrimos la sección "Motores que no hacen ruido" hasta percibir una extraña vibración. De nuevo algo parecía a punto de estallar en ese cuarto.
Fue entonces cuando, al lado de Un hallazgo en el río en forma de corazón, avistamos un destello de papel, un lomo blanco, sin letras, un libro que parecía casi listo, pero aún no estaba impreso.
Se asomó por uno de los estantes superiores, los más difíciles de alcanzar.
Me puse en el suelo, en cuatro patas, para que Catalina subiera sobre mi espalda, pero fue inútil.
Un segundo más tarde el libro había desaparecido.
El pez se acercaba a la carnada, pero no mordía el anzuelo.
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El libró salvaje de Juan Villoro
Teen FictionJuan es un muchacho como cualquier otro, lleva una vida normal para un chico de su edad, pero a veces la vida da vueltas. Se trata de cambios que ni uno mismo puede controlar, y cuando menos se da uno cuenta, la vida te pone en un lugar inesperado...