Capítulo 15 - Catalina en la Biblioteca

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No pude dormir por la emoción de invitar a Catalina casa del tío. Además me asaltaban otras ideas: ¿su madre la dejaría venir?, ¿habría leído Un amigo en el río en forma de corazón?
Me presenté en la farmacia cuando apenas descorrián la cortina metálica. Me sorprendió que Catalina ya estuviera dentro.

ㅡHay una puerta trasera para los empleados ㅡexplicóㅡ:llegamos media hora antes que los clientes ㅡestaba chupando una perita de anís y sus palabras olieron deliciosas.

Sus mejillas habían recuperado el color rosa pálido que tanto me gustaba y su pelo parecía más esponjoso. Antes de conocerla a ella, no me importaba la forma en que alguien pudiera chuparse un dedo donde le crecía un pellejito o rascarse la cabeza. Pero si Catalina se chupaba un dedo o se rascaba la cabeza yo me quedaba embobado. Nada me gustaba tanto como verla. Sí Catalina fuera una película, yo viviría dentro del cine.
Le pregunté si había leído el libro.

ㅡ¡Me encantó! ㅡfue su maravillosa respuestaㅡ. Después del otro libro, pensé que no volvería a leer nada que me gustara.

Comentamos la aventura de Bruno, el niño cantor perdido en el bosque. En esta ocasión ella leyó exactamente lo mismo que yo. Tal vez por estar cansada no agregó detalles, como lo había hecho en otras ocasiones. Sin embargo, ése era su episodio favorito.
Por alguna razón, me sentí muy orgulloso, como si yo fuera el autor. Tal vez leí el libro con más emoción que en otras ocasiones. Por eso ella no había tenido que mejorarlo.
Esta explicación es un poco vanidosa, lo sé, pero me propuse escribir este libro con toda sinceridad. Al ver la sonrisa de Catalina, sentí una rara confianza. En ese momento hubiera aceptado hacerme cargo de una familia de ornitorrincos. Todo me parecía posible.

Esta seguridad me ayudó cuando su madre se acercó a nosotros. Normalmente me ponía nervioso con ella. Ahora le dije con calma:

ㅡCatalina se enfermó con un libro y se curó con otro.

ㅡMi hija está sana porque toma las vitaminas de esta farmacia.

ㅡ El libro que leyó ayer hizo que se sintiera mejor ㅡinsistí.

ㅡAyudó a que estuviera contenta, eso no lo niego.

La mujer me vio con los ojos color miel que había heredado Catalina. A pesar de que desconfiaba de las lecturas que desvelaban a su hija, le había entregado el libro que dejé con ella. Podía haberlo escondido, pero no lo hizo. En cierta forma estaba de nuestra parte, pero quería darnos una lección:

ㅡDeben medir sus fuerzas ㅡañadióㅡ. Son demasiado jóvenes. Tarde o temprano, las personas que exageran acaban en esta farmacia.

ㅡNosotros no exageramos, mamá ㅡprotestó Catalina.

ㅡ¿Te parece normal leer a todas horas? Sé que te gusta, pero lo bueno, cuando no tiene límites, se convierte en un vicio.

ㅡYa me siento bien. Fue sólo un libro el que me cayó mal.

ㅡMi tío tiene demasiados libros en su biblioteca, pero el más importante de todos está perdido y él no puede encontrarlo. Quiere que Catalina yo lo busquemos ㅡvi a la señora para calcular el efecto de mis palabras: su cara estaba tiesa, como si aún no decidiera qué emoción sentir.

ㅡNo vamos a ir a leer sino a buscar un libro ㅡcomentó Catalinaㅡ. El ejercicio me hará bien.

ㅡNo se trata de leer cosas raras sino de buscar un libro perdido ㅡinsistí.

ㅡ¿Qué clase de libro? ㅡpreguntó la madre.

¿Cómo describir algo que no conocía? Aquello era como describir lo que pasa dentro de un volcán o en las profundidades del mar, donde los peces están ciegos. Me arriesgué a decir:

El libró salvaje de Juan VilloroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora