Capítulo 19 - El Club de la Sombra

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Esa noche no me puse la piyama. Dejé pasar un largo rato en mi cuarto hasta que no oí otra cosa que los crujidos y los rechinidos que hacen las casas antiguas, como si recordaran los pasos de todos los que alguna vez han caminado por sus pasillos.
Tenía que actuar solo. El tío no podía volver a entrar en contacto con el libro maligno, pues había demostrado ser más débil que él. Por otra parte, no quería poner en riesgo a Catalina.
En las historias del río en forma de corazón, Ernesto y Marina solían enfrentarse a la decisión de qué camino tomar en medio del bosque. Cuando había dos posibilidades, cada uno seguía una ruta distinta para enfrentar distintos peligros. Si alguno se topaba con algo tremendo, el otro tenía la oportunidad de salvarse.
Había llegado el momento de que yo hiciera algo parecido. Si el libro de tapas azules me hacía daño o me volvía loco, los demás podrían continuar la búsqueda de El libro salvaje.

Abrí la puerta, dispuesto a actuar en total soledad, pero me encontré a Carmen sentada en el pasillo:

ㅡTe estaba esperando ㅡdijo.

Llevaba a su muñeco Juanito del brazo.

ㅡ¿Vas a ir al Club de la Sombra? ㅡme preguntó.

¿Podía decirle una mentira? Mi hermana me veía con enorme ilusión.

ㅡTus peluches necesitan que los cuides de noche ㅡle dije, tratando de ganar tiempo para pensar en excusas.

ㅡAcaban de elegir presidente. Ganó el conejo Campanito y me dijo que yo podía ir contigo.

Carmen vivía en un mundo de fantasía que la ayudaba en todo lo que quería
No tenía argumentos para impedir que me compañera, de modo que dije lo que menos pensaba decir esa noche:

ㅡEstá bien: puedes acompañarme.

Tomé la linterna que había traído de mi casa (sabía que no iba de campamento, pero me hizo ilusión empacarla) y caminé sobre el piso de madera que cada tres pasos producía un rechinido. Mi hermana me tomó de la mano y con la otra sustuvo a su muñeco Juanito.

Carmen se asombró de lo bien que yo conocía los recovecos de esa casona, llena de pasillos torcidos, escalones desiguales, libreros que cerraban el paso.
Avanzamos hacia la zona donde el aire empezaba a oler a encierro. Luego llegamos a la parte en la que parecía haber más polvo que aire. Por último, pasamos a la región donde el piso de madera rechinaba más y percibimos el extraño aroma de la emoción y del miedo. Olía a un animal de otra época. Olía a dragón. Nos detuvimos frente al cuarto de los libros de sombra. De algún lado llegaba el tictac de un reloj de pared. Una lechuza cantó en la oscuridad. ¿Habría lechuzas afuera de la casa? ¿Se trataría de una lechuza imaginaria? ¿El reloj producía ese sonido? Demasiadas preguntas.
Para calmarme un poco, le conté a Carmen que nuestro tatarabuelo y nuestro tío abuelo habían sido ciegos. Le hablé de los libros de sombra y del ejemplar de tapas azules que había dejado ahí.

ㅡLos libros buenos lo están vigilando ㅡagregué.

ㅡ¿Es un libro hechizado? ㅡpreguntó ella.

ㅡEs un libro maligno.

ㅡ¿Lo vas a destruir?

Era una buena pregunta que yo no me había planteado. Sólo sabía que tenía un asunto pendiente en ese cuarto: había dejado ahí un libro que no debía estar en la biblioteca. No era bueno tener a un prisionero de tanto peligro.

ㅡ¿Lo vas a quemar? ㅡinsistió Carmen.

Entonces recordé un fragmento de Medianoche en el río en forma de corazón. Ernesto les pregunta a los guardabosques si el material radiactivo puede ser destruido para que deje de causar problemas: "Eso causaría un daño mayor: podría contaminar todo el bosque". Luego Ojo de Águila decía: "Si encuentras un árbol que tiene una plaga, lo peor que puedes hacer es quemarlo: tratando de salvarte de un árbol, podrías provocar un incendio y destruir a todos los demás". Marina concluía la discusión: " Los árboles son como los libros: el que se atreve a quemar uno, corre el riesgo de quemarlos todos".
No se puede destruir un libro, por malo que sea. Aunque se trate de un libro pirata que roba y destruye lo que dicen los demás.

El libró salvaje de Juan VilloroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora