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El barro no solo abrazaba sus botas sino también las túnicas de la parte más baja. Por más que trataba de caminar derecho, la cueva parecía hacerse más pequeña. El talismán ardía pero no iluminaba lo suficiente, de hecho, comenzaba a pensar que poco a poco se iba apagando. 

En una de esas en donde pisaba con cuidado, no se percató del líquido que resbalaba dentro de las paredes de piedra. Bueno, no lo hizo hasta que cayó en su frente, escurriendo por su nariz hasta amenazar con caer al suelo. Dos dedos acariciaron su rostro, sintiendo la calidez del líquido ahora en su mano. 

Respiró profundo y analizó la situación antes de dar un paso más al frente. No entraría en pánico porque las cosas no se hacían así, ya tenía una relación con este tipo de cosas pero jamás se había visto en la necesidad de atacar por su propia cuenta, estando solo, sin la guía de alguien más. Meditándolo unos segundos concluyó que lo mejor sería esperar afuera, tal vez incluso HanGuang-Jun llegara ante el llamado de la bengala. Sí, era la mejor opción. 

Dio la vuelta con cuidado, tratando de no tocar con las manos las paredes pegajosas bañadas en sangre, sangre que había caído directo en su cara y no planeaba seguir manchándose en ella. 

—¡Ayuda! ¡Por favor!

Se detuvo en seco al escuchar la voz hacer eco entre las paredes de la reducida cueva. Era un niño el que gritaba desesperado, identificaba la angustia en la voz, la impotencia y no pudo ignorarla. Porque recordaba como cuando era niño, oculto en las raíces y el tronco de un árbol viejo, él también lloraba de impotencia, de dolor y de angustia. Pero a él nadie lo había escuchado y se había quedado solo durante días. Sin una fe a la cual aferrarse. Y se hubiera muerto ahí, con su demás familia fallecida de no ser por una burda casualidad. Una rama rota, un sonido seco que había atraído a Lan WangJi hasta su escondite y lo había salvado. Una nueva vida, una nueva familia. Una nueva oportunidad de vivir. Una que tal vez no tendría ese niño si no hacía algo por él. 

Se mordió el labio inferior con fuerza, tratando de pensar en sus opciones y en qué le convenía.

—¿Hay alguien ahí? ¡Por favor, ayúdame! Tengo miedo.

El corazón se le apretó, recordando las mismas palabras que había dicho hace años atrás, cuando también estaba asustado y no sabía si moriría en cuestión de minutos, horas o días. Caminó de regreso, con lo último que le quedaba a ese talismán que se deshacía en sus manos y le quemaba en los dedos. Las botas amenazaban con atascarse en el lodo, no dejándolo caminar hasta lo que creía era el fin de la cueva. 

—¡Estoy aquí!

Solo esperaba poder hacer algo por el chiquillo, sacarlo y encontrarlo antes de que alguno de sus compañeros o algún mayor de su secta lo hallara. Confiaba que, en cuanto los cultivadores de Gusu Lan llegaran, la mujer fuera del lugar podría explicarles lo que sucedía. 

—¡Ayúdame, por favor!

Buscaba de donde nacía el sonido, tratando de ignorar el rebote de su voz. El talismán se apagó y tuvo que buscar otro entre sus túnicas más sucias que nunca. Se frustro al no encontrar otro y, armándose del valor, se vio en la necesidad de pasar las manos por las viscosas paredes, caminando a ciegas. 

—Está bien. —Bajó el volumen de su voz a consciencia, no podía estar gritando en un lugar donde no sabía nada más allá de un baño de sangre. —Está bien, estoy aquí.

—¿Y mamá?

Alzar las manos era inútil porque cada vez su cuerpo se encogía más para poder seguir el camino. Sus manos tanteaban, sintiendo la pesadez de esos líquidos que no veía y los escarabajos mezclándose con ella entre sus dedos, entrando en las uñas. 

—Ella está afuera —Su espalda se encorvó, la cabeza agachada para no chocar contra lo que sea que no pueda ver. —, Ella está esperando por ti. 

—Debe estar asustada. 

No le quedó más opción que agacharse, caminando con el apoyo de sus rodillas y sus manos, arrastrando la túnica blanca y pulcra del clan Lan entre el barro y los escarabajos. Las puntas de su cinta se arrastraban en conjunto a su cabello largo, cayéndole por el hombro derecho. Odió por unos segundos la sensación que le recorrió el cuerpo cuando una de esas gotas espesas se derramó en su nuca desnuda. 

—No pienses en eso. Mejor dime, ¿Cuál es tu nombre?

Su pecho se vio obligado a tocar el suelo, arrastrándose con los brazos y las piernas. Podía sentir los bichos subiéndole al cuerpo, los escarabajos pisando sus brazos, el lodo batiendo su rostro. Con su mano batida tomó su cabello y la cinta, mandándolo por detrás de su espalda para que no se ensuciara más. ¡Qué cosa tan inútil aquella! Se tomó un momento para respirar, tratando de no ahogarse con el barro. 

—Yuan, mi nombre es Yuan. 

Movió la cabeza afirmando en un susurro, como si de verdad pudiera verlo. No le sorprendió en lo absoluto, consciente era de que su propio nombre de nacimiento fuera común, uno de los más utilizados. 

—Bien, A-Yuan. ¿Cuántos años tienes?

—¡Cinco!

Estiró el brazo lo más que pudo, encontrándose en el camino un muro de piedra, viscoso y pegajoso, con un nido de insectos que se desperdigaron al momento en que su palma lo tocó. El sonido tenue que producían al moverse, algunos trepándole por el brazo, otros huyendo hasta el techo bajo. Aplastó con fuerza la pared, solo para confirmar que ese era el final de la cueva. 

—¿Cinco años? Ya eres un niño grande y muy valiente, A-Yuan.

Sacó su espada de la funda que la protegía. Tuvo que hacer un esfuerzo gigantesco para no maquinar más rápido de lo que su cerebro podía. Escupió a un lado cuando un animalillo se le metió a la boca. 

—¿Tú crees?

—Por supuesto. —Apretó el mango con fuerza, frunciendo el ceño y olvidando por segundos sus buenas intenciones. —A-Yuan, ahora quiero que me contestes con sinceridad, ¿De acuerdo?

—Mi nombre es Yuan. Mi nombre es Yuan.

—Lo sé.

—Mi nombre es Yuan. Mi nombre es Yuan. No estoy mintiendo.

—Jamás dije no creerte cuando me dijiste tu nombre. 

Movió los hombros cuando sintió algo arrastrarse sobre su espalda, por dentro de las túnicas.

—Entonces, ¿Por qué estás enojado?

—No estoy enojado, solo quiero que me contestes algo.

—¿Crees que estoy mintiendo?

—No.

—Pero si mi nombre es Yuan, yo soy Yuan. Soy Yuan, mi mamá me dice A-Yuan, ¡Mi nombre es Yuan! ¡Yo soy Wen Yuan!

El suelo tembló bajo su cuerpo y algo tronó. Algo que no le dio la oportunidad de analizar pero sabía que no podía significar algo bueno. ¡Ah! Si tan solo hubiera prestado atención a su intuición que le había gritado en la cara 'Peligro'. 

—¡Yo soy el verdadero Wen Yuan! ¡Y el impostor debe pagar!

En el punto exacto de su pecho, la tierra se abrió. No le dio tiempo de arrastrarse para poder salir. Y no pudo hacer más que caer en ese agujero de tierra. 




AlexG.

Tu-tu-tu-tú [MDZS].Donde viven las historias. Descúbrelo ahora