¿T

20 6 0
                                    


Los pobladores de los territorios Jiang se quedaron pasmados, anonadados y aterrorizados cuando de entre la tierra surgió una mano. Más tardaron sus gritos que Sandu ShengShou en llegar al lugar. 

Tumbado en el suelo, con una mirada perdida. Sudado, manchado en lodo, sangre y dolor, Yuan alzó la cabeza, mirando a los que no paraban de verlo asombrados. Jiang WanYin se acercó cauteloso, dudando porque no podía creerse que se tratara de Lan SiZhui, el perfecto hijo desaparecido de HanGuang-Jun desde hacía dos eclipses lunares. 

Se agachó en cuclillas, analizándolo. Tratando de mirar más allá de lo que el barro le dejaba. Sacó de sus túnicas una tela blanca y lisa con la cual limpió suavemente el rostro del muchacho, quien se dejó tocar aturdido por todo lo que sucedía a su alrededor. Más asustado él de ellos que los que lo tenían encerrado en un círculo. 

Tardó en confirmarlo pero era él. 

—Venga, Lan SiZhui —El líder de la secta Jiang le extendió la mano—. Te llevaré a descansar. 

Era como ver a un niño en lugar de un cultivador. No uno cualquiera, el mejor de su generación. Un muchacho que tenía la madera de un líder nato, amable y el perfecto ejemplo a seguir para todos los que tenían casi su edad. Un cultivador al cual se le había puesto el ojo para tomar el liderazgo una vez ZeWu-Jun se retirara del cargo. Un joven que lo tenía todo para triunfar volviéndose otra vez en un niño que desconocía todo lo que le rodeaba.

Miraba con sorpresa la tierra que se cultivaba dando frutos y vegetales, los lotos nacientes en el lago, los peces. Miraba incrédulo a las personas del pueblo, miraba sorprendido como los cultivadores se acercaban a su líder y pedían indicaciones. Sandu ShengShou jamás se separó de su lado, desorientado por la imagen que daba. Porque lo dudaba, dudaba que fuera el mismo muchacho al que conoció alguna vez. No parecía ser el mismo aunque fuera idéntico, pero sucio. 

—Te daremos túnicas nuevas —Jiang Cheng habló duro pero a la vez con confort —, tu habitación para esta noche está lista. Toma un baño y descansa, enviaré una carta a Gusu y partiremos al amanecer. 

Hasta ahí llegaba su viaje juntos. Fueron dos muchachos quienes lo guiaron hasta una habitación pulcra y bien ordenada, con decoraciones violetas como la mayoría de las cosas en el lugar, los almohadones blancos y dos ventanas que, al abrirlas, daban la vista perfecta de uno de los tantos lagos de Yunmeng. 

—El agua esta lista para que tome un baño, joven maestro Lan.

No contestó, más ensimismado en mirar por la ventana los árboles bailar con el viento y las flores mecerse conforme los peces en el agua nadaban. El césped arreglado y los caminos de piedra, los pájaros cantando y el sol calentando pero no quemando, unas terribles ganas de correr hasta allá le inundaron. 

Los dos chicos se miraron confundidos pero no dijeron nada, no estaban en la posición para decir algo al respecto— Sin más nos retiramos, con su permiso.

Segundos después de que la puerta se cerrase, una pierna se posicionó sobre la madera de la ventana, dispuesto a correr hasta el lago. Mas sin embargo, un punzante dolor de cabeza le detuvo, tomándola entre sus manos y echándose para atrás, apretando los ojos y gimiendo del dolor. Se aferró a lo primero que encontró, el biombo pintado de un paisaje típico de Yunmeng -regalo de HuaiSang para Jiang Cheng hacía meses atrás-. Mala idea porque al momento de tomarse de él con fuerza, este cayó al suelo en un golpe seco.

Por instantes todo se vio borroso. Se hizo pequeño hasta que el dolor desapareció, dejándolo respirar en paz. Se levantó confundido, aún con su cabeza apoyada sobre su mano derecha. Miró su alrededor turbado, sin reconocer del todo el lugar exacto donde se encontraba. Mareado caminó hasta la cama, sobre ella unas túnicas lilas hicieron acto de presencia. Entonces, mirar hasta la ventana abierta le dio una idea de donde estaba, por supuesto. Yunmeng Jiang.

Levantó el biombo con cuidado y decidió tomar el baño en lugar de sobrepensar las cosas, quitando sus túnicas sucias mirando como algunos escarabajos y ciempiés caían con ellas. Respiró profundo y se metió a la tina de madera, soltando su cabello y quitando de su frente la cinta maltratada. Se limpió el cuerpo con fuerza, restregando la piel con brusquedad, dejándola roja e irritada. Frustrado por la falta de memoria en cierto tramo, el olvidar cómo salió del hoyo, del cómo llegó a Yunmeng, el qué cara puso. Un remolino de emociones negativas consumiéndole el pecho. 

Lavó también su cinta y se vio obligado a pedir más agua limpia porque la inicial había quedado terriblemente oscura. Tardó mucho tiempo para quedar limpio, demasiado, pero cuando lo logró y los chicos se llevaron sus túnicas para lavarlas -dejándole solo su cinta-, por fin pudo respirar tranquilo. Bueno, todo lo que pudo.

Se sentó frente a la mesilla después de colocarse las túnicas claras, unas que era obvia la intención de hacerle sentir entre un poco parte de ellos y un poco recordarle los colores claros de la secta a la que pertenecía. 

Cepilló su cabello húmedo con cuidado, primero deshaciendo los nudos grandes con los dedos y después utilizando el peine. Y entonces, el dolor de cabeza regresó con intensidad. Soltó el peine para poder sostener su cabeza, se mareaba, el dolor era insoportable pero no podía permitirle tomar el control, no de nuevo porque las cosas se podrían salir de sus manos y, ¿Qué cara daría? Era sentir como si alguien apretara su corazón en la mano, dejándolos sin respirar por segundos. 

—¿Por qué?

—Déjame nadar.

Sería aterrador si alguien lo viera o escuchara, hablando solo y contestándose solo. Perdiendo el control de su propio cuerpo.

—No. 

—¡Déjame hacerlo!

Se sentía aturdido, aún más cuando el cuarto pareció oscurecerse y las ventanas se cerraron con fuerza. Sombras negras parecieron salir del suelo, amorfas y deplorables, con un olor moribundo que le causaban náuseas. El techo de madera parecía deshacerse como si fuera líquido. Goteando ante sus ojos, derritiéndose hasta escurrirse sobre su cuerpo ahora limpio. Sintió algo treparle por la pierna, mirando el nido de gusanos que pretendían subírsele sin aviso. Las sombras oscuras se le acercaron, sin buenas intenciones. No tuvo de otra más que sucumbir al miedo.

—¡Basta!

—¡Nadaremos!

—¡Sí, detente!

Antes de ser tocado por esas cosas, todo se disolvió en el aire. Nada más que él sentado solo en la habitación, sin nada más allá que ese peine en la mesa y la cinta inmaculada descansando en el mismo puesto.

Ahí comprendió las palabras de Yuan en la caverna. Se dio cuenta que se había vuelto el muñeco de algo que no comprendía. Era la voluntad de algo que se hacía pasar por un niño y no le quedaba de otra más que obedecer. O sufrir.




AlexG.

Tu-tu-tu-tú [MDZS].Donde viven las historias. Descúbrelo ahora