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Jiang WanYin se tuvo que morder la lengua todo el día para no decir nada frente a la mirada inquisidora de Lan XiChen. Y es que cuando le veía de esa manera, con esos ojos miel más oscuros que los de su hermano menor, se sentía culpable. Lan Huan nunca le pedía que le contara sus problemas, bien sabía que podía contárselos si así lo necesitaba y quería, pero cuando lo veía tenso y sin querer hablar, entonces apretaba. Un poco, solo un poco. Sin palabras.

Haciéndole creer que si decía algo entonces era por decisión propia y no porque se lo había estado comiendo y suplicando con miraditas todo el día. 

Y ese era el caso, el maldito caso. Tener que pasar por alto sus ojos perspicaces, su preocupación oculta, su reproche. Pero, ¿cómo diablos podía darle la cara a ese hombre sabiendo lo que sabía? ¿cómo si tenía el recuerdo claro de la madrugada acarreando agua? Tuvo que ayudar a limpiar a un joven bañado en sangre, limpiarle las manos, la boca. Tuvo que enterrar en las profundidades de Gusu dos esqueletos y pieles de conejos que antes brincaban con entusiasmo al verle llegar.

Y es que se le acercaron con pura inocencia. Jamás imaginaron que aquel que les dio de comer durante años terminaría devorándolos como devoraba el plato de arroz frente a su mesa. Algunas migas de arroz se aferraban en la comisura de su boca, recordándole a los pelos blancos de los animales. 

—¿Sucede algo, WanYin?

Oh, no. Claro que no. Solo se sentía enfermo por los ataques constantes de unos recuerdos terribles de acontecimientos de solo hace unas horas, nada más. Nada de que preocuparse. Ni siquiera del sabor amargo en la garganta, ni de su estomago revolviéndose. Ni la preocupación o la culpa consumiéndole el alma.

—WanYin.

Estaban dementes si creían que se quedaría toda la comida ahí sentado. Se obligó a sí mismo el levantarse y caminar rápido hasta la puerta, ignorando lo que las reglas dictaban y terminando por correr hasta perderse entre los árboles frondosos. Tenía el sabor amargo trepándole la garganta, el vómito tratando de abrirse paso hasta la boca. 

—Jiang Cheng.

Si decía una sola palabra, entonces no le quedaría más que estrangular a Wei WuXian y enterrarlo igual que como hizo con los conejos. No estaba para aguantar sus palabrerías, su intento de raciocinio porque, maldita sea, no había nada qué razonar. 

—Necesitas respirar, estás siendo muy obvio.

—¡Cállate!

—Gritar va contra las reglas, lo sabes bien.

Una carcajada seca rasgó su interior, resonando entre los árboles y haciendo temblar el tronco donde se sostenía. Su mirada plantada en el suelo, escuchando la respiración pesada del cultivador demoniaco a su espalda— ¿Desde cuando tanto respeto por las reglas, Wei WuXian?

—Desde que no soy Wei WuXian, líder de secta Jiang. 

Claro, es que había estado más centrado en evitar que el vómito se escapara de su boca y que sus rodillas no se estrellaran contra la tierra en lugar de diferenciar el sonido de sus voces. Zidian chisporroteó desde su índice, clara índole de lo que se avecinaba. 

—Vamos, por favor no se enoje Sandu ShengShou, lo menos que pretendo es hacerlo enojar. 

—¿Qué carajos eres? —Su respiración se volvió pesada al igual que el ambiente. El aire soplaba frío pero el sudor en su espalda no lo comprendía—, ¿Qué demonios has hecho con Lan SiZhui?

Y a pesar de todo, su voz se mantenía baja pero áspera. Siempre a la expectativa. Si Zidian no se estrellaba contra esa piel blanca solo era porque sabía que el molde seguía siendo del chiquillo al que Wei WuXian consideraba su hijo, ese al que crio todo lo que pudo en los Túmulos Funerarios. El que le había devuelto la sonrisa en lo poco que pudo vivir en su tiempo. No quería hacerle daño porque verlo era ver la imagen de Lan Wangji, la sonrisa de Wei WuXian. 

—Líder de secta Jiang, usted que me ha ayudado y me ha arropado cuando por fin pude salir de entre la tierra, de entre la sangre y el dolor de los inocentes, se merece saber la verdad. 

—¿De que hablas, demonio?

—Aquel día, en Yunmeng, usted me vio a la cara y supo que algo no estaba bien. Usted lo sabía y calló —Las ramas tronaron conforme el adolescente caminaba, el viento se detuvo, las hojas de los árboles pararon su danza y las aves prendieron vuelo, quien sabe si asustadas o precavidas—. Gracias. 

El mayor se mordió la lengua evitando dejar salir improperios que sabía poco ayudarían al momento. Solo necesitaba el momento perfecto, un talismán y abrazarlo con Zidian, crear una barrera que sería imposible para él escapar. Mandar al diablo la opinión de Wei Ying y encerrarlo en alguna habitación dentro del pabellón de médicos. Encontrar una solución, algo que pudiera traer de regreso al que era el niño de los ojos de ese matrimonio que tanto trabajo habían hecho para tener la aprobación de su tío. Solo tenía que esperar a que se acercara lo suficiente, solo un poco. 

—Pero me temo que, si la verdad es dicha esta tarde, se verá en la necesidad de matarme. Hacer eso no es algo que nos convenga, ni a usted ni a mi, mucho menos a SiZhui aquí presente. 

Su mano izquierda se apretó con fuerza al tronco del sauce. Pobre del árbol, pobre de los animales, al fin y al cabo, ¿qué culpa tenían de los desastres causados? Era como si el tiempo se hubiera congelado, las nubes quietas, el sol brillante pero ni un rastro de lo poco que pudiera calentar a un cuerpo helado. El silencio gobernante en donde la fauna debería de sobresalir. Mentiría si dijera que no estaba asustado pero por más que se viera encerrado contra la pared y una espada en el cuello, jamás lo admitiría. 

—Es eso o... —Sentía la respiración fría detrás de su nuca desnuda, sentía su presencia y aún así no hizo nada, aún cuando su mano se astilló después de apretar de más en la madera. ¿Dónde quedaba su promesa? ¿Qué estaba haciendo? ¿Por qué lo único que podía hacer era sudar frío? ¿Por qué de repente estaba tan asustado? Era un líder de secta hecho y derecho, esas cosas no eran nada pero es que, ¿Qué era?— que yo lo mate primero.

Ni siquiera tragó grueso, no tenía qué tragar, la boca estaba seca. Hacía semanas atrás se hubiera burlado y amenazado de romper sus piernas a cualquiera que se atreviera a comentar que estaría tan asustado de un chamaco. Uno que no siquiera tenía aire de asesino porque para todos era un pedazo de la cosa más pura jamás hallada en el mundo de la cultivación. A los ojos de todos, Lan SiZhui era el niño favorito de las deidades porque lo tenía todo para ser el número uno. ¿Quién hubiera imaginado que terminaría aterrado de las manos que ahora le abrazaban por la espalda? Los brazos rodeando su pecho, una de sus palmas sobre su estómago, la otra sobre su núcleo dorado. Su espalda sentía el calor de su cuerpo, la cabeza del que se hacía llamar SiZhui escondida en su cuello. 

La vibración del pecho del menor vino antes que su risa, sin soltarlo. —¿No lo puedes sentir aquí con nosotros, Jiang Cheng? SiZhui está igual de aterrado que tú.

Una carcajada y después un sollozo, uno quebrado que palpaba la gran diferencia de lo que era en ese momento a lo que fue segundos atrás. Era él, ese era el verdadero SiZhui. El que apretó con fuerza sus túnicas moradas y tembló al por fin controlar su cuerpo.

—Ayuda, por favor. 




AlexG.

Tu-tu-tu-tú [MDZS].Donde viven las historias. Descúbrelo ahora