Estás a salvo

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Lucifer se encontraba allí; en las puertas de la Ciudad Plateada, el lugar donde alguna vez fue su casa. Una sensación que no podía comprender le invadió su cuerpo. Se sentía extraño, pero a la vez notaba una sensación familiar. Detrás de las puertas se encontraba Raguel, uno de sus hermanos mayores y uno de los pocos que no lo odiaban por lo que había hecho. Era el custodio de las puertas de la ciudad; el que recibía a las almas que llegaban al cielo.

-Samael – dijo Raguel abriendo las puertas e invitándolo a entrar.

-Ese ya no es mi nombre – protestó Lucifer – y todavía no tengo claro que quiera entrar.

-Vamos, pasa – insistió Raguel.

Lucifer cruzó las puertas con cierto respeto. Se movía lentamente, todavía lleno de dudas sobre la decisión que había tomado. Llevaba millones de años pensando en cómo sería su reencuentro con su padre, si es que alguna vez pasaba, pero ahora mismo se encontraba perdido, sin saber cómo manejarlo. Lo único que tenía claro es que haría todo lo que estuviera en su mano para salvar a Chloe, ya que era todo lo que le importaba.

-Padre te está esperando – mencionó Raguel cerrando las puertas – me alegro de verte Samael.

Lucifer hizo una mueca de disgusto al volver a escuchar su antiguo nombre y se dirigió hacía el trono de su padre. En vez de sacar sus alas y volar hacía allí, decidió ir andando a través de la ciudad, alargando el reencuentro y recordando el lugar por donde él una vez había paseado. Vio miles de almas que recorrían la ciudad; familias enteras y también algunas que esperaban con paciencia el reencuentro con sus familiares. En cuestión de un rato llegó al trono de su padre. Dios se encontraba sentado, contemplando a todas las criaturas de la tierra desde su reino. Lucifer tragó saliva y en un momento de valentía, se acercó a su lado.

-Aquí me tienes padre.

-Samael, que bueno verte – dijo Dios lanzándole una sonrisa.

-Sabes que ya no me llamo así – protestó Lucifer visiblemente molesto - ¿para qué querías que viniera?

-Ese siempre será tú nombre – contestó Dios levantándose de su trono – como te dije en el infierno, ese ya no es tu sitio hijo. Eres bienvenido de nuevo a la Ciudad Plateada.

-Eso ya lo sé, me lo dijo Amenadiel. ¿Para eso me has hecho venir?

-Quiero arreglar las cosas contigo hijo, ya ha pasado demasiado tiempo.

Lucifer comenzó a reír irónicamente tras el comentario de Dios y se giró, dándole la espalda para contemplar la ciudad.

-Has tenido tiempo de sobra y no lo has hecho ¿Qué te hace pensar que quiero hacerlo yo ahora? – preguntó Lucifer aún de espaldas a él.

-En el fondo siento que tú también quieres quitarte este peso de encima – contestó Dios acercándose a él y posando una mano en su hombro.

-Lo que quiero ahora mismo es salvar a Chloe de las garras del desgraciado de Miguel – mencionó Lucifer mirando a los ojos de su padre.

-Miguel se siente herido. Siempre ha tenido una rivalidad contigo y está tomando malas decisiones.

-Pero la detective no tiene por qué pagar las consecuencias. Si quiere hacer algo, que lo haga conmigo – añadió Lucifer apartándose de la mano de su padre – así que necesito que me ayudes a saber dónde está.

Dios se quedó callado, escuchando las palabras de su hijo y se dirigió de nuevo a su trono para sentarse en él. Lucifer lo observó en silencio, cabreado, pensando en que su padre no haría nada por él de nuevo.

Desde el infierno con amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora