Una suave llovizna cubría toda la ciudad de Tokio. Una mujer tenía la vista puesta sobre algún punto de ese delgado cristal, tal vez la sincronía que poseían las gotas al caer, quien sabe. Levantó la mirada al escuchar un quejido tras ella, sonrió antes de girarse y encontrar a ese joven, parado tras ella, esperándola con una pequeña mochila en el hombro. Ambos sonrieron.
-Nos vamos a mojar¿Y si esperamos a que termine la lluvia, Kag?—preguntaba al ver como el viento se llevaba algunas gotas, estaba empeorando.
-No, hay que salir a mojarnos bajo la lluvia—respondió de manera infantil, levantándose y jalándolo fuera de esa habitación de tonos blancos. Tantos días allí encerrado, lo mejor era definitivamente sacarlo al aire fresco. Le importaba muy poco la tormenta que se desarrollaba afuera.
-Adiós joven Ariwa—decía una enfermera de ya avanzada edad. Ella había sido la encargada de atenderlo durante su estancia en el hospital.
-¡Adiós Tsubaki!—respondió en un grito, pues la chica ya lo jalaba hacia la salida.
-¡Shhhhh!—exclamaron otras enfermeras, justo después de que ambos jóvenes chillaran ante el contacto con el agua helada que caía desde las alturas.
-¡Nos vamos a enfermar, nos vamos a enfermar!—se quejaba el chico, corriendo hacia el automóvil, donde un joven se reía a carcajadas de las expresiones que él ponía.
-Ah, InuYasha, disfruta de esto…-decía estirando sus brazos, recibiendo la lluvia con alegría.
-Khe, disfrútalo tú, yo ya no quiero estar encerrado ni un segundo más en ese hospital—respondió lanzando la mochila y metiéndose al auto-¡Entra ahora mismo, si no quieres enfermar y cancelar el viaje!-
Soltó un suspiro y se encaminó al auto, donde el joven la esperaba algo molesto. Se sentó a su lado, sin siquiera mirarlo, sabía que estaría muy molesto por haberlo echo salir a la mitad de la tormenta, recién recuperado del incidente con Sesshoumaru. Sintió como el auto se movía y lo miró de reojo.
-¿Estás enojado?-
Una traviesa sonrisa se formó en su rostro.
-No, pequeña infantil—respondió rodeándola con su brazo izquierdo.
-Ah ah ah, nada de besos par de pillos¡Qué dirá la abuela si llega y están todos despeinados, sudados y medio desvestidos!—decía Miroku en burla.
-Cállate y conduce, pedazo de animal.
-Claro, insúltame—decía ofendido, mirando la carretera—Pero has de saber que en este mismo instante tengo tu insignificante vida en mis manos. Si suelto el volante…
-Te matas tú, puesto que me llevaré a Kagome en un santiamén y te estrellaras solito, idiota—respondió sonriendo arrogantemente.
Contestó unas cuantas cosas incoherentes, antes de girar en la última esquina y detenerse en la puerta de la casa. La reja se abrió y entraron sin problema alguno. Un hombre ayudo a bajar la mochila, y una mujer los esperaba con un paraguas abierto. Corrieron el último tramo hacia la entrada, ignorando a la pobre mujer que sólo protegió de la lluvia al joven de la coleta.
-Par de infantiles—decía Miroku caminando hacia la casa.
-¡InuYasha, Kagome!—gritó la mujer viéndolos entrar totalmente empapados-¿¡Por qué están tan mojados!?-
-Bueno, desde el hospital vienen jugueteando sin fijarse en la tormenta, y no usaron el paraguas de la entrada, parecen niños chiquitos—añadió Miroku dejando el paraguas recargado en la pared.-No—decía Midoriko apareciendo frente a todos, provocando algunas reacciones inesperadas—Parecen un par de enamorados recién reencontrados.
Un fulminante sonrojo cubrió la mejilla de los antes mencionados. ¿Por qué aparecía en ese preciso instante? Refunfuñando se encaminaron a distintas habitaciones, donde su ropa se había mantenido guardada. Ambas mujeres se miraron y sonrieron cómplices, mientras que el joven suspiro y se encaminó hacia la cocina, donde su novia lo estaría esperando.