Un trozo

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Sin embargo, la mañana no trajo la disipación de dichas dudas, sino que ensombreció más los pensamientos de su dueño que no despegó la mirada sobre el cuerpo de su esposa tras llevar un buen rato despierto y no haber podido conciliar el sueño, teniendo aún grabados los rescoldos de la pasión bajo su piel.

No fueron los remordimientos que mordieron a la conciencia del hombre, sino el peso que llevaba en la espalda que se había convertido más notorio sobre él, el que no le dejaba tranquilo, ni en buen lugar; había cedido a sus deseos primitivos y no había vuelta atrás.

Se pasó una mano por el rostro, pero que no le quitó el malestar, lo llevaba dentro.

Antes del alba, se levantó de la cama, con cierta reticencia porque, aunque no lo quería reconocer, no le apetecía alejarse de ella.

De Bonnie.

¿Qué había hecho?

***

La segunda vez que se despertó no fue tan idílico como la anterior, ya que cuando abrió los ojos, su esposo no estaba en el lecho, lo que le provocó cierto deje de tristeza en ella, pero que no la desanimó del todo.

Podía ser que se mantuviera en sus trece, pero eso no quería decir que no pudiera hacerle cambiar de opinión. La noche que pasaron juntos se lo confirmaba; no era una prueba que uno podía podía desdeñar fácilmente. Así que sin dejarse llevar por los miedos, se preparó para afrontar un nuevo día, con la circunstancia nueva de que estaba casada y no estaba en la casa de sus padres. No contaba más con su protección y tenía que moverse sola.

Lo primero que hizo fue ordenar un baño y vestirse con la ayuda de su doncella que no mencionó palabra sobre los últimos acontecimientos sucedidos, sobre todo, en esas cuatro paredes. Tampoco ella hizo mención sobre ello, más absorta en sus cavilaciones y menos preocupada por las agujetas de su cuerpo. 

No estaba segura si en el desayuno se encontraría con lord Rhett, lo que le creaba un nudo de nervios, sin saber qué esperarse de su reacción después de haber consumado la noche de bodas.

Tan indiferente no puedo serle, se dijo intentando no estar tan nerviosa y mantenerse serena cuando bajó las escaleras directa al comedor. Pero estaba vacío, lo que le generó un ligero fruncimiento de cejas. Preguntó al mayordomo sobre la ausencia de su marido en la mesa.

— Ha salido, milady.

Se sintió muy torpe cuando escuchó la respuesta que era claramente obvia, pero que ella no tenía conocimiento de ello.

— ¿Desea algo más, milady?

— Nada más, gracias. 

Se sentó con la boquita cerrada y sin muchas ganas de hincar el diente, mas su estómago no opinaba igual y tuvo que hacer el esfuerzo por comer. 

¿Dónde podría haber ido?

No se atrevió a levantarse y molestar al pobre hombre que tampoco tenía culpa de que dicha personita no le informaba de sus planes.  Ella podía hacer lo mismo. Acabó de desayunar y en vez de subir a su cuarto, desechando la idea de languidecer mientras lo esperaba, salió a dar un paseo, avisando a la servidumbre de su actividad; no iba a ser que pensaran que habría escapado. Tal pensamiento le ocasionó gracia interna.

Deséame  #8 Saga MatrimoniosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora