Capítulo 38

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El despertar fue más delicioso de lo que esperó, aún estando medio dormida con el abrigo de las mantas, ni acordarse de cuándo se había dormido. Aunque sus músculos estaban resentidos por ciertas actividades nocturnas muy activas de las cuales participó hacía unas horas, se estiró indolente en la cama como un gato remolón cuando sintió un cosquilleo en la nuca. Se giró hacia un lado, atrapando la almohada, no supo si para alejarse o encogerse de él. Mas eso no le detuvo, divertido con su reacción. Dicho hormigueo se repitió en su omoplato, bajó a lo largo de su espalda, provocando que se erizara aún más con el toque de sus labios y sintiera una necesidad en su interior que no era de hambre. Inconsciente de que la sábana se había deslizado hacia abajo, le permitió que fuera un lienzo desnudo, listo para que lo pintaran. Así fue; le prodigó besos hasta detenerse en el bajo de su espalda, cerca de sus nalgas, donde no dudó en darle un ligero mordisco en la carne que la hizo jadear, pero no se despertó del todo, intrigada y palpitante. Antes de que pudiera prepararse a  recibir otra sensación, no se esperó su siguiente y sibilino movimiento, girándola y tumbándola en el colchón, para darse él mismo un festín del cual la dejó más temblorosa e indefensa a su perverso ataque, más consciente de su boca y de la marejada que le provocaba, acercándola más, más... a la cima, a la punta, para caer en picado por un precipicio, rompiéndose en mil pedazos. 

Satisfecha, pero no saciada, abrió los ojos medio adormilada y atisbó que su esposo se movía, para colocarse y acoplarse a ella, a su espalda, sintiendo que entraba en ella como el mar bravío que la golpeaba. Su mirada la atrapó bajo su hechizo. A su alrededor, los débiles rayos del amanecer que se introducían en la habitación a través de las ventanas. Deslizó sus dedos a sus rizos, agarrándose a él. No le molestó su agarre; su nariz acarició su mejilla mientras la llenaba, le arrebataba los jirones del sentido común, si es que hubiera alguno después de su comilona. Sus manos grandes rodearon sus senos, dándoles cobijo y apretándolos. Aunque pudiera, no se separó de él. Se miraron mientras  las respiraciones se aceleraban, las sensaciones se agudizaban y los inducían en un vaivén hipnótico y placentero que acabó en explotar. 

Todavía con los temblores, no se separaron, abrazados y quedándose en un sopor tranquilo que los llevó a los brazos de Morfeo. Nadie estaba dispuesto a romper esa delicia descubierta, que era el de dormir juntos, aunque fuera el fin del mundo. 

Deséame  #8 Saga MatrimoniosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora