Vendetta

556 83 1
                                    

Gibrain observó a Iriender correr hasta donde Gideon estaba parado.
Algo traía el viejo rey en la mano, pero por la lejanía no podía distinguir que era.

Iriender blandio la espada, en su rostro se podía leer una furia cegadora.
Gideon sonrió fuera de sí, con una mueca reservada solamente para quienes ya han perdido la realidad con la vida.
-¿Lo reconoces?, Gideon mostraba la cabeza cercenada a Iriender, -¡mataste a un hombre leal!, gritó Iriender mientras sus ojos luchaban por no cegarse en lágrimas, -Víctor Calmes era leal, respondió Gideon con una sonrisa de lado, por desgracia no era leal a mí.

Gideon aventó a un lado la cabeza de Víctor, rodando esta algo lejos de donde el rey estaba parado. Iriender entonces se fijó que las mallas y las botas del rey estaban manchadas de sangre, sangre de un buen hombre.
-Puedo sentir tu locura y tu miedo, puedo sentir como tu mente se torna oscura y queda atrapada como en un matorral con espinas, Gideon miraba a su hijo con odio, -yo la amaba, amé a Alana hasta su último aliento, pero ella pudo haberme matado si hubiera querido. Iriender presentó la espada bastarda y el rey mostró la suya.
Dejando caer el primer golpe de esta la cual chocó con el metal de la espada de iriender.
-Te dejaste consumir por la ignorancia y el miedo, mi madre nunca hubiera levantado su mano en contra tuya porque te amaba, Iriender se movía fluidamente, nada le perturbaba mientras tuviera un arma en la mano.
Gideon trataba de esquivar los golpes, sin embargo sabía que su hijo era mas diestro con el uso de las armas, su juventud y agilidad eran cualidades a su favor.

Gibrain peleaba con algunos soldados que se le atravesaban, obviamente bloqueando su llegada hasta Iriender, Angus llegó por fin cerca de su rey y peleó espalda con espalda, las tropas del rey Gideon eran muchas, pronto Gibrain se dio cuenta que sus soldados caían él no permitiría mas muertes, sus hombres eran valerosos, tenían familias, hijos, madres ancianas, habían quienes eran el único sustento de su casa y había prometido tras la última visita a Saris, que no habría mas batallas. Esos soldados sin cuestionar le siguieron, sin quejarse o atemorizarse.

Iriender miró a Gibrain, a sus hombres y a los soldados de Saris que peleaban por miedo a diferencia de los soldados de Gibrain que peleaban por honor.
Iriender rugió y el gran dragón dorado batió sus alas recibiendo la señal de su jinete...
Al tiempo que Iriender levantó la espada con fuerza el dragón planeó sobre el campo de batalla, lanzando fuego, quemando hasta los huesos a las cobardes tropas del rey Gideon Marts.
Gideon lanzó un ataque feroz, estaba dispuesto a acabar con la vida de su hijo y poco le importaba llevarlo vivo para juzgarlo tal como había prometido.
Deseaba su sangre. Deseaba su vida.

Iriender se movía blandiendo la espada, el ritmo melódico de los metales chocando, el grito de aquellos hombres que eran quemados hasta los huesos, de aquellos hombres que se arriesgaban por Gibrain y por él. Porque era por él, por ser el príncipe Ireinder de Leporem, último gran canal de magia sino rescataban la magia y la hacían resurgir esta se perdería para siempre. Iriender también era el último jinete enlazado, sino cuidaban de los dragones y los protegían todo estaría acabado.
Él era libre... Él era alguien, Iriem sería llamado por las hadas y sería honrado. Él mataría a su padre.
Con ese último pensamiento Iriender de Leporem dio un giro y su espada tocó la espalda del rey Gideon, haciendo que este caiga de rodillas herido.
Irien quedó frente al rey, -¿matarás a tu padre?, Gideon abrió los brazos, Irien sonrió malicioso, -mataré al hombre que tomó la vida de mi madre, que mató a dragones, magos y hadas, el mismo que ejecutó como a un perro a un valiente soldado, mi padre murió cuando mi madre fue quemada.
Con esas palabras Iriender levantó la espada alto y de un solo golpe la atravesó en el pecho del rey.
Sangre corrió por la boca del monarca mientras su rostro se tornaba lívido.
Gibrain por fin pudo llegar hasta Iriender, quien frío miraba como la vida de su padre se extinguía.
Uno de los soldados de Saris notó que el rey había muerto.

-¡El rey Gideon ha caído!
Las tropas de inmediato se replegaron quedando frente a Iriender.

-¡Salve el rey Iriender!, ¡Salve el rey Iriender de Leporem señor de Saris!.
Todos los soldados tanto de las tropas de Devasting como de Saris levantaron sus armas en medio de un salvaje rugido.
Iriender volteo a ver a Gibrain que tenía un pequeño corte en la mejilla. Iriender extendió su mano y la limpió, Gibrain sonrió cansado, mas sus ojos pudieron captar al guerrero que era Iriender, al monarca, al gran mago, pues fue a su señal que el dragón dorado reaccionó.
Los dragones rugieron y se alegraron, todos seguían al dragón dorado que aterrizó detrás de Iriender como el guardián que era.
Angus y los demás soldados de Gibrain observaban expectantes.
-Es hora de que ustedes regresen a casa, Iriender miró a Gibrain quien apretó la mandíbula.
Gibrain hizo una seña, uno de los soldados se acercó y este habló al oído, asintiendo el soldado corrió obediente perdiéndose momentáneamente.
-Gracias por la ayuda príncipe Iriender de Leporem, Gibrain quedó de rodillas delante del nuevo monarca, pronto una carreta se abría paso en medio de los soldados, en ella estaba los dos baules que fue entregado por Gideon como parte del acuerdo.
-Este presente regresa a manos del nuevo rey, uselo según su conveniencia.
La mano de Gibrain señalaba la carreta,
Iriender miró el campo... Mucha gente buena que fue muerta por el orgullo de su padre.
Y vio la lealtad y compromiso del rey dragón para con sus soldados.
-Levántate Gibrain Devasting, y toma ese tesoro, repartelo entre las familias de los soldados caídos o heridos y protege a los dragones a tu cargo.
Gibrain alzó la vista, la armadura de Irien estaba manchada de tierra y sangre, -dejame ir contigo, déjame servirte, déjame ayudarte.
Irien miró a Gibrain, nunca se imaginó que ese hermoso rey quisiera acompañarlo.
Gibrain tomó la mano de Irien y la besó.
-Déjame demostrar mi lealtad, mi admiración y si crece como la hierba en la lluvia, mi amor.
Irien volteó a ver a Tine, el dragón observaba con cautela a Gibrain.
-Aliados, recuerda, escuchó en su mente...
-Me encantaría ser guiado por un rey tan noble y quiero que me acompañes.

Cuando las hadas digan mi nombreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora