Ferguein el retorcido

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Sensualmente Ferguein Navaloa acariciaba la entrepierna de su tío.
Sus manos tocaban e incitaban al hombre mayor para que este lo posea, pues hasta ahora nadie podía someterlo como lo hacía el rey.
Gideon dio una señal con la cabeza a uno de los guardias que custodiaban las pesadas puertas de su estudio para que éste niegue la entrada de alguien más al salón.
Ferguein no tenía problema en mostrarse de piernas abiertas siendo follado con fuerza por el soberano, por el contrario se aseguraba de ser visto por un público morboso, pues de esa forma se había ganado cierto paradójico respeto en el castillo al ser conocido como el amante del rey.
Gideon despojó a Ferguein de sus pantalones, y con desesperación sobo rudamente su pesada polla, sólo para asegurar la firmeza y para provocar al muchacho que ya se había empinado en el fino escritorio ofreciendo su agujero hambriento.
Gideon sonrió con lujuria mientras lamía su dedo pulgar y lo forzaba en el deseoso ano.
—Asegúrate de gritar tu placer, quiero que todos en el castillo te escuchen gemir mi nombre y sepan que eres mío. Después de escupir en el ano del muchacho de un solo golpe Gideon invadió esa entrada que tantas veces había mancillado sin algún tipo de arrepentimiento.
—¡Aaaaaaah!, follame su real majestad, soy tuyo, Gideon amaba escuchar la declaración tan necesitada. Eso le provocaba que su ego creciera exponencialmente, pues Ferguein era muy hermoso y astuto.
-Gime puta, las implacables caderas de Gideon se mecían con violenta lujuria.
El salón olía a sexo. —Aaaaaah, mi señor, amo que me folle, obediente Ferguein gemía con fuerza, llenando la mente del hombre con las palabras que sabía que el otro moría por escuchar, —tan grande y tan duro, jodame más fuerte, las entrañas de Ferguein eran saqueadas y eso era un eufemismo, pues Gideon era brutal.
Ferguein se aferraba con fuerza al escritorio el cual crujía gracias a la fuerza del empuje de aquellas fuertes caderas.
Gideon se aseguró de marcar el cuello de su sobrino mientras ambos derramaban sus semillas y aullaban su liberación.
Sin ceremonias Gideon salió del cálido interior y con calma limpió aquel bello cuerpo, mientras una vez más sus morbosas manos tocaban y apretaban las calientes carnes.
—¿Qué puedo hacer por ti, mi dulce niño?, Gideon acomodó un mechón de cabello oscuro detrás de la oreja de Ferguein quien dio un suave beso a su tío, —tú mi señor haces todo para que tu gente sea feliz. así que yo sólo agradezco, Gideon sonrió con cierta ironía, pues tanto como estaba enloquecido de lujuria por Ferguein, también estaba consciente de que el joven hombre bien podría matarlo sin mucha ceremonia, pero eso era algo que , con nadie se atrevía a comentar.
—Eres un verdadero hombre, y eres lo mas valioso de mi reino, anda a descansar y ordena que nadie te moleste, Ferguein sonrió complacido, abrazó al rey y se despidió para obedecer las órdenes.
Ferguein nunca imaginó que cuando su madre lo llevó hasta el reino de Saris, se encontraría sacando provecho de tal situación. Tenía solo quince años y ya su cuerpo sabía de las delicias del sexo, pero cuando conoció al rey, primo de su padre, nunca imaginó enamorarse.
Aquel gallardo hombre que le miraba con mal disimulada lujuria le hizo sentir un deseo abrasador.
Ferguein suplicó a su madre que le permitiera quedarse, él rey disfrazó un fraternal interés en educar al muchacho y así convenció a la madre del chico para que esta cediera a la petición del rey.
Pronto le fue ofrecido lo que planeaba tomar de forma violenta, y desde que probó aquel cuerpo, su razón se perdió, cayendo preso de la sensualidad de Ferguein.
Por su parte Ferguein pronto tomó ventaja de los innegables coqueteo de su tío dejando a este entrar en sus aposentos y siendo poseído con placentera brutalidad.
Ferguein se encargó de ocupar el lugar honorífico de pareja del rey, y al hijo de éste al cual detestaba, lo asoló cada día desde que llegó.
En un principio el joven heredero se amedrentaba pero ahora su lengua filosa osaba enfrentarlo sin temor.
La misión personal de Ferguein era deshacerse de Irien, para así tener un reino y a un rey a su disposición.
A pesar de su amor por el rey, su hambre de poder solo era rebasada por la experta necesidad de su tío, pero eso no era problema.
Ferguein sabía usar muy bien su cuerpo y se encargaba de que él rey lo necesitara como a su siguiente latido.
Los guardias le temían, y el reino entero se dirigía a él como su excelencia, así que solo faltaba que el nefasto Irien se vaya del clan para ser nombrado consorte.
Sin heredero próximo, Ferguein veía el camino al trono, libre.



Fue necesario un viaje a su pueblo para deshacerse de su madre. Su conocimiento del uso de plantas venenosas y soporíferas era muy útil para él, por eso se aseguró de que nadie se interponga entre él y sus planes.
A su pesar muchas veces trató de envenenar a Irien pero este no moría, en cambio parecía que cada vez que Ferguein atentaba contra la vida de su primo, era él quien terminaba con fuertes fiebres,Ferguein no podía expresar abiertamente su frustración, porque eso significaba la decapitación.
Pero encontró la manera de deshacerse de Irien.
Aprovechó cuando. Los rumores de que el rey Gibrain Devasting estaba asolando reinos, para sugerir un enlace entre el reino de Saris y el sanguinario reino de Devasting.
La fama de Gibrain Devasting era la de un hombre brutal e intransigente, un violador y retorcido hombre que gustaba de hacer sufrir a sus víctimas, especialmente reyes a los cuales mataba de forma cruenta. Así que le vendió la idea a su tío y este viendo reinos caer en manos del mercenario rey, aceptó ansioso por evitar una guerra.




Ferguein se metió a la tina para lavar su cuerpo, mientras disfrutaba ver las marcas en su piel morena, marcas que mostraba orgulloso, como una especie de trofeo y alerta para los demás. En su retorcido pensamiento de esa manera reafirmaba su posición de amante.

Una vez limpio y mojado sonrió al ver la mirada hambrienta del guardia, con lujuria se acarició una tetilla gimiendo, —¡aaaah!, su sonrisa provocativa y maliciosa surtió efecto pero el guardia con aplomo se mantuvo en su sitio, más sus ojos devoraban hambrientos aquel manjar prohibido.
—Por orden de mi señor el rey, asegúrate que nadie me moleste.
Con el suave bamboleo de caderas, Feguein se alejó sabiendo que todo río seguía su cauce, y el de él no se detendría.

Cuando las hadas digan mi nombreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora