𝖥𝗂𝗏𝖾

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— ¿Dos semanas? ¿Quién puede declararse en dos semanas?

— Tú lo harás, por qué si no lo haces yo me encargaré de decirle cuánto lo amas y voy a exagerar como no tienes una idea— rió Victor, recibiendo un golpe de parte de Arantza— ¿Y comes ensaladas? — exclamó sorprendido por la fuerza que podía llegar a tener Arantza.

Siguieron caminando por unos minutos, hasta que Victor se detuvo de repente.

— Olvidé algo, no tardaré. — le dijo a Arantza retrocediendo unos pasos.

— ¿Qué? ¿A dónde vas? — cuestionó Arantza viéndolo regresar por donde vinieron.

— Por la aspiropeta de mi chamaldrama. — dijo con una sonrisa y se fue, dejando confundida a Arantza. Minutos después Miss Peregrine se percató de la ausencia del muchacho.

— Dijo que había olvidado algo y que ya volvía. — explicó Arantza cuando la mujer le preguntó.

— Nos detendremos un momento en la playa, ¿Arantza, podrías ir a buscarlo y jalarle las orejas hasta acá por haberse separado? — indicó la mujer con un brillo de molestia en sus ojos.

— Por supuesto señorita Peregrine. — dijo la chica, comenzando a caminar para buscar a Victor mientras sonreía para sí misma, pues por fin tenía una excusa para usar la violencia sin consecuencias.

Tras haber caminado más allá de dónde Victor se había separado Arantza empezó a preocuparse, pues no caminaba tan rápido como para haber llegado ya a la casa y, revisando las huellas, se había salido del sendero, luego recordó el cristal localizador en el que había estado trabajando, al sacarlo de su bolsa cayó el cristal de Abe, que era un pequeño anillo, se lo puso sin pensarlo mucho y susurró al localizador «Victor Buntley» el cristal le indicó el camino y ella lo siguió relajándose un poco.

Caminó por un par de minutos cuando vió a Victor parado a la orilla del acantilado iba a gritar su nombre cuando se percató de la siniestra presencia que se acercaba a él, un hueco.

Era más horrible de lo que describía Abe, la carne putrefacta, los tentáculos que le salían de la boca y se movían en todas direcciones, las cuencas de sus ojos vacías.

Arantza ahogó un gritó cuando vió que el hueco levantaba a Victor, se escondió detrás de un arbusto tapando su boca con sus manos, sabía lo que pasaría y no podía hacer nada para evitarlo. Escuchó como Victor, su mejor amigo, gritó por ayuda y se le desgarró el alma por no poder ayudarlo.

Se escuchó un sonido ahogado, luego un golpe seco, y finalmente  un silencio que le pareció abrumador. Temiendo porque el hueco siguiera cerca tardo un par de minutos en asomar la cabeza por encima del arbusto, encontrado a su amigo boca abajo en un charco de sangre.

— ¿Victor?— la voz le temblaba mientras se acercaba con cautela, temiendo que el hueco surgiera de la nada y la atacara a ella también, tras asegurarse de que el espíritu ya no estaba pudo acercarse a su amigo— ¿Victor?— repitió, sin obtener respuesta del muchacho, Arantza se arrodilló junto a él, volteando su cuerpo para ponerlo boca arriba, ahogando un gemido de horror al ver sus ojos, o donde deberían estar sus ojos, pues ahora solo habla dos agujeros desgarrados y sangrantes en un cuerpo pálido e inmóvil.

Siguió repitiendo su nombre, moviéndolo ligeramente, como si esperara que despertara, aunque sabía perfectamente que no lo haría, nunca más volvería a despertar.

— Perdóname.

En la playa alma se preguntaba donde estarían Victor y Arantza, se hacía tarde y no llegaban, por lo que decidió no preocuparse de más y llevar a los demás niños de vuelta a casa, tal vez los otros dos habían llegado y decidido quedarse allí, ya los regañaría después.

Estaban ya por llegar a casa, cuando Enoch, que siempre caminaba mirando el suelo, se percató de unas huellas que salían del sendero, yendo hacía el acantilado, se lo notificó a la señorita Peregrine y siguió el camino que indicaban.

— Oh, mierda.— murmuró al ver la escena de Arantza sosteniendo el cuerpo inmóvil de Victor, corrió hacia ellos quitándose el suéter para tapar del cadáver del chico.

— ¿Enoch? — el hilo de voz de Arantza se hizo presente cuando se percató de su presencia— no pude hacer nada...

— Tranquila, no necesitas explicar nada ahora. — musitó Enoch, mirando con pesar hacia su compañero debajo de su suéter.

La madre que perdió a un hijo, la hermana menor que queda indefensa ante el mundo tras la partida de su protector por excelencia, la mejor amiga que queda sola, la enamorada que se guarda su sentir para la eternidad. El hijo, el hermano, el ser amado, el amigo, el compañero, lavado, vestido y arropado en su cama, encerrado en su habitación bajo llave.

Las pesadillas que atormentan a la única testigo de lo ocurrido, esas pesadillas que vienen acompañadas de la culpa y el auto desprecio.

Una de las pesadillas más recurrentes de Arantza es protagonizada por Victor, ensangrentado y sin ojos, recordándole lo cobarde que es por no haberlo ayudado, diciéndole lo mala amiga que es y deseándole que le pase lo mismo a ella, luego el espíritu hueco aparece detrás de él y él sonríe, una sonrisa malévola y vengativa que jamás formo parte del semblante del verdadero Victor.

— Arantza— la voz de Enoch la sacó de su estado de shock, parpadeó varias veces tratando de averiguar que hacía Enoch en su habitación— Tranquila, yo sólo vine a ver si estabas bien— la chica asintió, haciéndose a un lado para que Enoch pudiera sentarse en su cama junto a ella— ¿Pesadillas?

— Una solamente. — respondió ella en un murmullo, a lo que Enoch asintió.

— Sé lo que se siente, también las tengo a veces— reveló él, pasando su mano inconscientemente por su cabello despeinado—, no son sobre... Lo reciente, pero sí logran despertarme a veces.

— ¿Qué sueñas?

— Al despertar es algo borroso, no recuerdo mucho, solo que son sobre mis padres o el bucle anterior en el que estuve... Aunque la que me despertó está noche fue un tanto diferente— clavó la mirada en el suelo, sintiendo un escalofrío al recordarla tan vividamente, Arantza lo miró con curiosidad.

— ¿Sobre que fue? — preguntó, arrepintiendose al instante ante la idea de estar siendo entrometida.

— No lo recuerdo— mintió Enoch después de pensarlo un poco para luego sonreír en la penumbra—. Trata de dormir ¿Sí? Si me necesitas, estoy cruzando el pasillo. — la chica asintió y se acomodó en su cama.

Antes de irse, Enoch, con los nervios de punta, le dio un beso en la frente y susurró "buenas noches", a lo que la chica sonrió.

Enoch pudo volver a su habitación aliviado, pues su pesadilla no hacía sido más que eso, un mal sueño.

Sí, tengo la mala costumbre de actualizar en la madrugada, lo siento.

Crystals (Enoch O'Connor)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora