Fourteen

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Arantza debía estar muy entusiasmada, puesto que en menos de dos días era su cumpleaños. Enoch no había tenido mucho tiempo para pasar con ella, pues entre la terapia, hacer sus tareas y hacer las tareas de Horace para pagarle lo que él estaba haciendo, no le quedaba mucho tiempo para otras cosas, sin embargo, había notado que desde que empezó a venir la señorita Priscilla, Arantza estaba más animada, menos pensativa, más como ella misma.

El regalo de Arantza ya estaba casi listo, a excepción de unos pocos detalles, pero Enoch tenía que aguantarse las ganas de preguntarle a Horace acerca de ello o terminaría con un alfiler en alguna parte de la cara.

Los cumpleaños en el hogar nunca fueron tomados a la ligera, era un día importante en el que el cumpleañero recibía toda la atención, pero el cumpleaños de Arantza era el más importante de todos, pues era ella quien se encargaba de que todos se sintieran queridos en su día especial, y ahora debían hacerla sentir especial a ella.

Pero lo cierto era que Arantza no estaba nada entusiasmada por su cumpleaños, pues le faltaba una persona muy importante para poder estarlo; era Victor quien se encargaba de hacerla sentir emocionada por la cercanía de ese día, sin él el día de su cumpleaños podía pasar desapercibido y ella ni lo notaría.

El esperado día llegó y para alivio de la chica nadie hizo nada fuera de lo normal, la saludaron con naturalidad, aunque Arantza no pudo pasar desapercibida la ausencia de Enoch y Horace.

- Arantza- la llamó miss Peregrine, a lo que la chica levantó la vista de su plato-. Dada la fecha real del día de hoy, necesito que estés fuera de la casa y los al rededores hasta poco antes de la hora de la cena. - explicó la matriarca, Arantza agradeció que fuera tan directa en lugar de irse por las ramas.

- ¿Hay alguna razón en específico? - preguntó la muchacha con expresión tranquila.

- Me temo que arruinaría la sorpresa, los niños quieren hacer algo especial para ti. - respondió Alma llevándose un trozo de comida a la boca.

- Entiendo, señorita Peregrine, saldré en cuanto termine mi tarea diaria. - asintió la chica con una sonrisa y se dispuso a volver a comer.

- No te preocupes por tu tarea, querida, termina tu desayuno y sal a donde quieras, puedes salir del bucle si quieres, siempre y cuando no pases mucho tiempo fuera. - habló la mujer con una sonrisa amplia, dando por terminada la conversación.

El resto del día Arantza lo paso vagando por el bosque que rodeaba el hogar, recorrió el pueblo, salió del bucle y fue al que en el tiempo actual era su hogar en ruinas, le pareció curioso como ese mismo lugar lleno de vida del que venía podía sentirse tan melancólico en el tiempo actuar, recorrió también el pueblo, llamando la atención por su alegría desbordante en el ambiente sombrío que creaba la neblina que rodeaba la isla. Cuando se cansó de caminar fue a la playa que se veía tan gris y serena, tan misteriosa con esa capa de niebla que cubría el mar.

Pasaba no más de una hora decidió volver al bucle y contemplar esa versión más soleada de la misma playa. Su reloj le confirmó que faltaba una hora y media para la cena, por lo que decidió volver al hogar. Podría haber entrado simple y sencillamente por la puerta principal, pero recordando lo que Peregrine le dijo que planeaban los niños, decidió tocar para anunciar su regreso, escuchando un pequeño alboroto adentro que la hizo reír.

La señorita Peregrine abrió la puerta un minuto después de que ella llegó.

- Bienvenida de vuelta, querida. - sonrió la mujer dejándola pasar. La muchacha solo sonrió y subió a su habitación para darse un baño rápido y despejarse de su día en el exterior.

Crystals (Enoch O'Connor)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora