Capítulo 20: El camino de los errores (1)

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Tres días sin rastro alguno del 'demonio'.

Esa noche fue plagada de oscuridad, la luna no bastaba para iluminar los rincones más lejanos del firmamento, copiosas nubes se encargan de opacarla y ocultarla. A pesar de ello, un Tanuki y un Han'yō se encuentran sentados bajo el engawa, disfrutando de una taza de té.

Las cinco criaturas se habían ofrecido esos días a patrullar el bosque y su maestro lo aceptó. Era una velada pacífica, hasta que un olor a cobre viajó por el aire.

Y un hilo se rompió.

El Han'yō se levantó de forma precipitada, invocando la reliquia sagrada, aquella adorada arma, el último regalo de su maestro.

"¡Ah!" exhaló ruidosamente el Tanuki, con los ojos muy abiertos, todo su cuerpo se vió drenado de sangre y movimiento, aterrado.

El Han'yō sostuvo su espada y avanzó raudo hacia la zona de pastal verdoso, escaso en árboles y de vista majestuosa. Pero, en ese instante, el Han'yō no veía el precioso paisaje de brillantes luciérnagas y manantial de cristal.

Las aguas teñidas en escarlata, cada animal erradicado a su alrededor, los gemidos lastimeros y dolorosos, las plumas carmín descendiendo por el aire y gruñidos ahogados hacían eco en sus oídos, el pastal verde rociado por un regadío con olor cobrizo y tonos negros.

"Finalmente te muestras, Hanyou" ojos rojos de luna escarlata, piel enfermiza y una sonrisa mordaz.

La sangre demoniaca brilla sobre el aire, la carne blanca se rebana del cuerpo, las extremidades se consumen en un ardiente fuego azul y se transforman en cenizas; la niña que era sostenida ahora la mantiene un toque gentil. Ni siquiera fue un segundo cuando las cinco criaturas se encontraban descansando bajo la protección de su mentor.

Muzan Kibutsuji si quiera reaccionó, no lo había sentido cuando su carne se despojó, sus brazos fueron mutilados por la hoja plateada de la espada bendita. El Han'yō frente a él ni siquiera le dirigió una mirada y no pudo decir algo más cuando el dolor abrazador se extendió hasta su médula.

Sus brazos no lograban regenerarse y el pecho ardía, picaba y dolía.

"Beban" demanda con voz ronca, habiendo cortado su muñeca, riachuelos de furioso rojo se deslizaron por su piel, los somnolientos estudiantes querían negarse a pesar de sus heridas mortales "No es un pedido, es una orden" las lágrimas brotan de los jóvenes ojos y hacen lo dicho por su maestro, del que ni siquiera pueden ver su expresión por la inmensurable sombra proyectada de su melena blanquecina.

Sus cuerpos renuevan sus órganos lastimados y su vitalidad está en su mejor forma.

"Vuelvan a la finca" ordena, alzándose de la hierba verde que absorbió su sangre, los niños quieren negarse y aferrarse a su maestro, pero solo el brillo amenazador de los oscuros ojos hace que obedezcan, se sienten avergonzados y solo están llorando.

Sus siluetas desaparecen.

Muzan Kibutsuji no puede moverse; sin embargo, se deleita ante tal demostración de la habilidad del Han'yō, debía conseguir aquella sangre; empero, la dicha no dura ni siquiera un suspiro. Frente a él yace una criatura de rostro lóbrego como el fondo del océano al que muchos temen mirar, con dos luces blancas iluminando la plena negrura.

"Demonio, Muzan Kibutsuji, hombre transformado por una invención humana, llamado demonio cuando en realidad nunca besó el infierno real que yace bajo nuestros pies, aquel que nunca sintió el magma quemando su piel" la entonación solo podría ser descrita como temible, que erizaba la piel de todo aquel que la oyera "Aquel que atento en contra de los futuros guardianes en su etapa de formación y asesinó a la especie del ala oeste del bosque perteneciente a la deidad del Kumio. Por los pecados que has cometido nunca deberás volver a pisar estas tierras sagradas, si un ápice de su presencia vuelve a mostrarse será declarado enemigo activo del bosque y su ejecución será inmediata. Si en este momento piensa dar un paso más hacia el interior de este bosque, la sentencia será cumplida" y el Han'yō deseaba fervientemente que ese demonio solo diera un paso más para blandir su espada y mutilarlo parte por parte, molécula por molécula hasta el amanecer "Está no es una advertencia, es una amenaza" finaliza, su porte aún es elegante y recto pero su rostro parece el de una bestia escondida en la oscuridad, ansiosa por atacar y despellejar.

Muzan Kibutsuji, el ser que muchos humanos temen y desprecian, aquel que se corona como el Rey de los Demonios, la criatura que en alguna remota época fue hombre, el cual solo necesita una pieza en su rompecabezas para gobernar en ese frágil mundo, ahora mismo, siente todo lo que significa volverse vulnerable.

Los papeles se invierten y se vuelve la víctima de una poderosa criatura, es espeluznante, toda su presencia lo hace sentirse oprimido y su mente le grita que se aleje de él. El Han'yō mueve su espada y su sangre se vuelve humo. El plan de someter a la criatura se vuelve polvo y Muzan Kibutsuji, con rabia ardiendo en sus ojos, desaparece.

El Han'yō camina entre las hierbas, todo su rostro parece tener un garabato negro nublando su expresión, su espada envainada sobre su cintura y las vestimentas están manchadas de sangre que no le pertenece.

Sentados sobre sus rodillas, sus cinco discípulos se encuentran con la cabeza golpeando el hormigón, limpios y bien vestidos, conteniendo la tormenta de sus corazones.

El Han'yō no los mira, se detiene frente a ellos con la mirada pérdida hacia la luna menguante.

"Ha-Hanyou-sama" la oni tiembla, con lágrimas acumulándose en sus ojos.

"Perdonenos... nosotros" el raijū jadea, apretando sus puños y anclando sus garras sobre su carne.

"No podemos llamarnos sus discípulos" los pálidos labios de la Yūrei se fruncen lastimeros.

"No merecemos seguir a lado de Hanyou-sama" susurra el Tengu con un nudo en la garganta.

"Fuimos débiles y un demonio vulgar... logro vencernos" el kitsune enrolla sus nueve colas, con las lágrimas deslizandose y difuminandose en el hormigón.

El Han'yō baja lentamente su mirada hacia las cinco cabezas inclinadas, que tiemblan y tiemblan, impotentes, avergonzados y temerosos.

"¿Terminaron?" un gemido se escapa de los jóvenes labios, el tono frío y directo de su maestro asfixia su corazón, asienten con pesar.

El manto blanco los envuelve delicadamente y el calor de un cuerpo escaso en color los hace derramar lágrimas. El Han'yō los estaba abrazando, quizá era un poco incómodo estar apachurrados entre ellos, pero nunca se negarían a compartir ese amado gesto de su mentor.

Todos se refugian en los brazos de su maestro, llorando sobre sus prendas y acurrucandose. La felicidad y tristeza se funden en su piel, mientras se aferran a la criatura que adoran.

Las iris del Han'yō tienen una fina capa de agua, que se mantiene firme sin escapar o acumular más, permite que los sollozos de sus estudiantes resuenen en el bosque, mientras él los consuela con su presencia, acariciando las cabelleras.

"El error lo cometí yo al permitir que humanos y demonios se adentren deliberadamente a estas tierras, ustedes solo han pagada mis errores, perdonenme, soy yo quien no es digno de ser llamado maestro"

Oculto | Kimetsu no YaibaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora