Capítulo 19: El retorno de los discípulos (6)

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Solía vivir una criatura de extensa cabellera, sus hebras blancas hasta la cintura brillaban todas las noches solitarias, recostado sobre un valle rodeado de grandes y robustos árboles, un lugar llano con pequeños arbustos y un riachuelo que goteaba agua de cristal, la zona fértil era siempre iluminada por inquietas luciérnagas que con sus cuerpos esmeralda flotaban por el aire. Si en los días el paisaje se admiraba como una belleza sobrenatural, digna de ser el hogar de una sirena; por las noches, se volvía la residencia de todo amable ser fantástico. Sin embargo, la única criatura que se mostraba en tal pintura, era un ser de rojas vestiduras que lloraba hasta dormirse.

Esa noche, el lirio vestido rojo volvió a deambular por aquel lugar, recordando quizá aquellas épocas en la que no podía tocar la felicidad; ahogado en soledad. Una suave sonrisa se formó en sus labios, admitía que era vergonzoso y ahora los sentimientos del tiempo pasado solo eran una huella en su corazón.

Observó el agua circulando con lentitud, el líquido cristalino reflejaba la luna y las estrellas del cielo oscuro, mientras las luciérnagas volaban sobre los árboles.

"Buenas noches, Hanyou" la jovial voz del 'demonio' resuena como un agradable cantar, el Han'yō gira su cuerpo para enfrentar a la criatura que yacia detrás.

No hubo sorpresa cuando cerca de su rostro un gran ramo de gardenias se posicionó, parpadeó algunas veces y alzó la mirada cuando el 'demonio' aclaro su garganta.

"¿Puedo hacerte compañía?" el Han'yō, casi demasiado acostumbrado a los regalos y presencia, asintió debilmente "Tomalas, son para ti" aclara, con una sonrisa divertida en sus labios.

"Se lo agradezco, Akaza" el Han'yō sostiene el conjunto de raíces y los blancos pétalos se acunan cerca de su pecho. Akaza mantiene una de sus manos detrás de él, observando a la criatura, sonriendo ante sus suaves palabras.

"No es nada, Hanyou" tararea, acercándose un poco más a la criatura que le regala un gesto tierno "Estaré ocupado los próximos días y creí que estaría bien decírtelo" la criatura ladea tenuemente su rostro.

"¿Es así?" susurra, la cabellera trenzada se inclina junto a él y el lazo de plata se remueve "Lo entiendo, agradezco el presente y le deseo buena fortuna" los ojos dorados descansan rendidos.

"No esperaba menos del frío Hanyou" se lamenta y el Han'yō solo lo mira un poco confundido, Akaza da un paso más y las flores son lo único que se interpone entre ambos "Creo que ya debo irme, disfruta la noche y envíale mis saludos a tus estudiantes" cuando está por dar un solo paso atrás, la aterciopelada voz lo detiene.

"Espere" el 'demonio', ciertamente incrédulo, no mueve ni un músculo de su posición, observando con grandes ojos al Han'yō; perplejo por sus repentinas e inesperadas palabras, sonriendo casi al instante; está es la primera vez en la Han'yō lo detiene.

"¿Sucede algo, Hanyou?" es bromista al respecto, usando las mismas palabras que aquella criatura usa con él, demasiado interesado en lo que tuviera que decir.

"Akaza... ¿usted conoce el lenguaje de las flores?" su voz es siempre tan clara como el agua de esas tierras, nunca muestra titubeos o un ápice de duda y; sin embargo, para Akaza resuena con unas gotas de timidez, cuando el 'demonio' observa las flores que el Han'yō sostiene, repara su mirada en aquel rostro sereno.

"¿Lenguaje de las flores?" pregunta con interés, fingiendo demencia ante algo que conocía muy bien, el Han'yō niega con la cabeza, separando sus pequeños labios para hablar "He de suponer que te refieres al significado que adquieren las flores cuando una persona se la regala a otra, ¿verdad?"

"Así es"

"Pues..." el 'demonio' se inclina hacia el Han'yō, las flores que los apartaban se arrugan ante el roce de su cuerpo y Akaza escucha la débil respiración de la criatura, que permanece como una bella estatua en su lugar, esperando pacientemente la respuesta; como si sus rostros no estuviera tan cerca que la punta de su nariz casi se tocan. Akaza reclina su rostro cerca de los pómulos blanquecinos y susurra sobre el lóbulo de la oreja "Creo que conozco bien el significado de está" la mano que había mantenido oculta demuestra una flor de pétalos rojos, que lentamente se dirigen a la cabellera del Han'yō.

Los dedos del 'demonio' peinan lenta y suavemente las hebras hacia atrás, entrelazando cada una de ellas entre la flor, la cual se enreda y descansa el oreja del Hanyou.

"Espero que también lo entiendas" susurra con voz ronca, retrocediendo largos pasos y perdiendo la respiración cuando bajo el reflector de la luna, yacia entre las luciérnagas una criatura vestida de blanco, envuelta en flores de gardenia, de noble apariencia vistiendo un haori rojo que realzan la magnificencia de su presencia.

Aquella criatura posee delicados rasgos, casi como una muñeca, aquellas que no cualquiera puede conseguir, porque es tan frágil pero hermosa, es tan fino y extraño. Sus ojos son oscuros pero no se asemejan a la noche, siempre brillan como el cielo pero son imponentes y nobles, rodeadas de abundantes pestañas, largas y que siempre parecen cubiertos por un suave rímel natural, no solo es hermoso, con el tiempo se vuelven más y más cautivadores, una pequeña nariz que encaja con su ser, unos pálidos labios, que se encuentran bien cuidados, con un dulce brillo que reluce con dignidad; son pequeños y delgados, que se vuelven aún más hermosos ante una gentil sonrisa de su poseedor, pero, todo ellos es propio de la criatura, no obstante hay un suave rubor rosa que se cierne delicadamente sobre sus mejillas, es tan débil que no podría ser glorificado adecuadamente; sin embargo, hoy la luna se siente aún más benevolente e irradia su grandeza sobre el rostro de pálidos colores.

Akaza solo quiere suspirar, grabando en su retina aquella imagen que debería recordar como un logro; la vez en la que consiguió que ese siempre calmado y paciente Han'yō adquirió una expresión desconcertada pero suave y unas mejillas teñidas en rosa.

No hay palabras, solo miradas silenciosas y, ya que una acción vale más que mil palabras, Akaza se retira fugazmente siendo un mar de sonrisas. Y el Han'yō solo está ahí, con la garganta seca, conmocionado por lo que acaba de suceder.

Vuelve a la finca, con ramo en brazos y sin ningún cambio, siendo recibido por cinco rostros que se vuelven blanco, los saluda pero se despide rápidamente volviendo a sus aposentos.

El Tanuki tiene la quijada golpeando el suelo, mientras que los discípulos parecen papel, escuchan el shōji cerrarse y casi de inmediato gritan en silencio.

"¡¿A-a-acaban de ver?!" el Raijū, como siempre, es el primero en hablar.

"¡S-sí!" tartamudea la Yūrei.

"¡¿Esas eran-?!" chilla la Oni.

"¡Gardenias!" la interrumpe el Tengu.

Todos están hiperventilandose, dijeron que estaba bien, pero incluso su maestro se veía afectado por ello.

"¿Realmente le prestaron atención a algo tan poco importante?" sisea el Kitsune y todos lo miran "¿Acaso ustedes...?" sus palabras se hacen un nudo sobre su garganta, que traga y tose un par de veces "¿Acaso no vieron el tulipán rojo sobre su cabello?" como si el rubor del Han'yō y aquel ramo no hubieran sido suficientes para asesinar a los discípulos, las palabras del Kitsune lo fueron.

Sienten espirales sobre sus ojos, casi desfallecen.

La conmoción duro una hora, hasta que todos se tranquilizaron e hicieron una junta formal de discípulos.

"Entonces, ¿todos estamos de acuerdo?" pregunta el Kitsune, mientras con rostros serios sus compañeros asienten "Está bien, por sobre todas las cosas, siempre estará la felicidad de Hanyou-sama" alzan sus manos con sonrisas brillantes y vuelven a sus posiciones de ocio.

Su maestro a pasado por mucho, ¿por qué sus discípulos desearían ser otros verdugos de su vida? Si era feliz, entonces lo dejarían ser feliz, porque no permitirían que su puro amor hacia el Han'yō se volviera amargo. Así que acordaron hacer hasta lo imposible para que esa tímida alegría perdure y se llene de prosperidad, porque su maestro merecía eso y más.

Oculto | Kimetsu no YaibaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora