Capítulo 28: Háblame con sinceridad (2)

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Es una noche de lluvia.

Una cortina gruesa e incesante de gotas desconsideradas chasquea rítmicamente contra la copa de los árboles, se acumulan y se deslizan sobre las hojas, cayendo entre una y otro hasta gotear intermitente sobre la tierra que se humedece.

Y ahí, en una finca, unos animados discípulos colocan alegremente unos lindos teru teru bōzu* en las ventanas, deseando que las nubes cargadas de agua se disipen para el día siguiente. Terminaron y se juntaron a comer algunos dulces de frutas. La oscuridad teñia el cielo y, a pesar de haber cenado, el apetito por un añadido fue incontrolable, mientras las voces felices llenaban la sala; una criatura se colocaba las getas, abriendo un paraguas de papel aceite, su tono rojo con grabados dorados brilló bajo el mal tiempo. El haori carmín se desvaneció entre la oscuridad acuosa del bosque profundo.

Quién diría que, a las doce de la medianoche, la luna brillaría tan intensamente; incluso si las nubes seguían llorando a su lado.

La criatura de yukata blanca se mantuvo de pie en un agradable canto de gotas volviendo a la tierra, el petricor arremolinaba a su alrededor, eran sutiles compañeros que lo acompañaron por dos horas. La luz de la luna era encantadora, pero pensó que era suficiente por esa noche. Giró su cuerpo para sumergirse nuevamente en la selva espesa, sabía que debía descansar las horas restantes, incluso para un cuerpo como el suyo era esencial un descanso adecuado.

Y fue solo instante, todo ruido, olor y sentir se eclipsó.

"¡Hanyou!" una voz que conocía bien, aquella que detuvo el mundo a su alrededor con un simple llamado, detuvo su paso bajo el arco de violetas.

Ni siquiera se oía su propia respiración.

Giró su rostro, lento y tortuoso, sin recibir más sonidos que el suave siseo aguoso sobre el ente ajeno. Cuando finalmente sus iris se enfocaron en la silueta; las gotas, el aroma y su propio latir resonaron en sus oídos.

Se mantuvo en su lugar, sin demostrar incredulidad, sin girar mucho más, solamente en el silencio de un reencuentro que parecía de años. No habían lágrimas, ni sonrisas, era solo un cuadro de mutismo, entre dos miradas de lluvia.

Aquel lirio de carmín, aislado de la lluvia y rodeado por un arco lavanda, aquellas de aroma picante y desagradable de inhalar, a la cual desearías apartar porque te hace estremecer; sin embargo, el costo era insignificante cuando desde aquel lugar lograbas admirar a una rosa escarlata, si tan pequeño era lo que debía pagar entonces someterse a esa fragancia venenosa para adorar de buena forma a la bella flor, no era tan descabellado de pensar.

Unos ojos oscuros de la noche, donde se albergan pensamientos indescifrables, un rostro pálido de tersa piel, incluso la escasez de expresión es la magia del misticismo que aguarda, uno que vuelve curioso al más temeroso y lo obliga a convertirse en un pequeño gato fisgón.

Y el encanto, en lugar de desvanecerse con el tiempo, solo se intensifica porque no son las redes de una sirena, aquellas que requieren de su voz para llamar al más avezado navegante. No, es un hechizo que se graba en tu cabeza y en tu corazón, que con solo una mirada arderán profundamente sin dolor.

Es elegante, su andar de pluma que sisea sobre la tierra mojada, las suelas de madera no arrastran lodo entre paso y paso, una criatura tan digna que no perdería su porte ni en el camino más intrincado.

Ahora, están a solo un paso, los ojos oscuros se dirigen hacia su mano, mirando contemplativo aquella camelia que sostiene, echando un vistazo a las prendas mojadas y después a su rostro. No hay palabras, ni siquiera una, es un silencio dónde Akaza sigue los ojos del Han'yō. La inspección no se detiene ahí, y esos ojos observan la cabellera roja cayendo sobre su rostro, después eleva su mirada hacia el cielo, donde la luna y las nubes siguen sobre el firmamento.

Los párpados bajan y las pestañas abundantes cubren sus iris, y son esos sutiles movimientos, tan nobles y refinado, que convocan el deseo de admirarlo sin importar qué. Y cuando creía que no podía caer bajo otro hechizo, aquella criatura demostró que estaba equivocado.

La delgada mano tomó la suya, robando la flor como el más hábil ladrón, observa la flor de cerca por unos segundos y cuando Akaza separa sus labios, deseando bromear por aquella acción inesperada.

Surge la duda, ¿qué le hizo creer que aquel Han'yō le daría tiempo a pensar?

Es una sonrisa, tan sencilla y casual, no es amplia o pequeña, no la acompaña una risa suave o escandalosa. Es solo un gesto demasiado dulce, demasiado bonito que detiene el bombeo de la sangre.

Ni siquiera el más hábil pintor o el más perfeccionista escultor lograrían plasmar una belleza tal, solo se volverían impotentes ante una musa que no pueden replicar, ni un millón de obras o monumentos serían capaces de tocar los rastros de la divinidad que rebosa la criatura. Y, ni un cántico de amor o un poema en su honor lograría expresar el festival de emociones que arden en un corazón.

Hay un caluroso bermellón que se expande por su rostro cuando aquella camelia es devuelta y redada sobre su cabello húmedo, es un déjà vu donde los papeles se han invertido. Esos ojos de la noche se encuentran con el sol líquido fundido en ambas esferas doradas que replican su esplendor.

Esas delicadas manos entregan algo sobre su mano, que lo sostiene por simple inercia y cuando a penas puede reaccionar su mirada se encuentra con sus dedos empuñando el palo de bambú teñido en colores oscuros y cuando logra comprender, algo se acentua sobre sus hombros, es suave, cálido y agradable.

Alza su vista y solo puede ver a un lirio blanco en medio de la tormenta, con su cabello goteando por lluvia despiadada, con la yukata fundiéndose contra su piel blanca, con riachuelos de agua acunandose sobre sus pestañas y deslizandose sobre su rostro, siguiendo su camino por su cuello y difuminando su rastro sobre aquella clavícula remarcada.

Trata de inclinar el paraguas para cubrir a la delicada criatura que solo de blanco viste, pero el cuerpo de piel fría retrocede unos largos pasos. Su expresión sigue siendo suave y las palabras ni siquiera parecen desear hacer acto de presencia. Es solo una última mirada antes de marcharse, donde la criatura inclina hacia un lado su cabeza y cubre con el dorso de su mano aquella risilla silenciosa, y su silueta se desvanece entre la flora violeta.

Es solo en ese momento cuando Akaza puede respirar, su sangre se extiende hasta sus orejas y arden en un calor que no lástima, sus dedos empuñan el haori rojo que yace en sus hombros y cierra la ojos; avergonzado, encantado y con una dicha a la cual las palabras no logran describir. Su corazón golpea su pecho y cuando su mano toca los pétalos de la camelia, solo puede sentirse en delirio.

[1]

Teru Teru Bōzu: es un pequeño muñeco tradicional japonés hecho con papel blanco o tela, que se cuelga en las ventanas en los días de lluvia. Es, según la tradición, un amuleto que sirve para prevenir los días de lluvia y atraer el buen tiempo.

Oculto | Kimetsu no YaibaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora