Capítulo 4

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  Las frías corrientes de aire que atravesaban Kolda no hacían más que incrementar el ambiente gélido que se había instalado en el pueblo aquella mañana. El hombre podía sentir en su cuerpo que algo no iba bien, que algo grande estaba a punto de tener lugar.

  El hombre estaba dispuesto a averiguar que era.

  Se envolvió más fuerte con su gastada chaleco de cuero para burlar el frío y avanzó despacio entre la multitud que se estaba congregando cerca del Cuartel Principal, un pequeño edificio de manera en la que los soldados de Ezran se juntaban a beber y a jugar. Pero hoy los soldados mantenían un semblante serio mientras colocaban un gran pergamino en el tablón que estaba destinado a exponer las noticias provenientes de la Capital, pero que generalmente estaba vacío. No era una buena señal.

   El hombre mantuvo  firme el agarre de la mano de su hija, para asegurarse que no se extraviara accidentalmente. Las personas se aproximaban para leer el nuevo anuncio, o por lo menos los que sabían hacerlo. Él nunca había aprendido el arte de las letras, aunque en ese momento le hubiese servido de ayuda. En cambio, tuvo que pedir a una mujer frente a ellos que les informara.

  El hombre sintió una terrible angustia en la boca del estómago, que fue creciendo a medida que la mujer repetía el mensaje del cartel. Sus palabras iban clavándose muy dentro de él, como dagas  que se abrían paso a través de su cuerpo despertando un antiguo temor, como una herida.

Del comunicado del Rey Ezran, soberano del Reino Oeste del gran territorio de Aden:

Se comunica a los ciudadanos evitar el contacto directo o indirecto con todo tipo de magia, así también como con los portadores de la misma. Es de suma importancia no establecer relación con ninguno de estos individuos, por naturaleza inestables y peligrosos.

Se pide la denuncia inmediata de cualquier situación violenta o problemática que pudiera surgir; los responsables recibirán un castigo acorde a su actuar.

Dirigiéndose a ustedes el Consejero de su Majestad el Rey.

Que el Sol nos guarde.

 

  El hombre, sintiéndose enfermo, no se había percatado de que su hija le hablaba.

—Busquemos a tu madre, Lilian—le dijo suavemente—. Nos vamos. Nos vamos de aquí.

Alzó la cabeza buscando el sol, cubierto por una capa de nubes.

  Que el Sol nos guarde.

     Miré el reloj que se encontraba en la mesa de luz. Eran las doce y media del mediodía. Saqué el pie de Anna de mi cara y tomé mi ropa prestada para remplazar por el pijama que estaba usando (también prestado). Sentí los hombros contracturados y me dije que el sistema pies-cabeza no era muy efectivo cuando tu cuerpo superaba el metro cincuenta.

  Fue relajante poder bañarse con agua caliente y en una ducha propiamente dicha. Dejé que el agua borrara todo rastro de lo que había pasado los últimos días, y me obligué a no pensar en nada. Aun así, tenía un leve dolor de cabeza producto de estar toda la noche en vela.

  Digamos que "pizza" se convirtió en un paseo nocturno por toda la ciudad. Creo que a William se le podrían haber salido los ojos de su cara en cualquier momento. ¿Se acuerdan del príncipe de la película Encantada? Bueno, algo por el estilo. Solo que sin espada (de ninguna manera iba a permitir que la llevara consigo por las calles, a pesar de que opuso mucha resistencia). Anna, por supuesto, se veía feliz de poder explicarle todos los detalles de la vida londinense.

Los Reinos de Aden II: Promesa #WSAwardsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora