Capítulo 15

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Me sentía como me veía: para la mierda.

Me lavé la cara repetidas veces, intentando despejarme. Sin embargo, las ojeras seguían allí. Tenía los ojos rojos e irritados, y mi pelo era un desastre. Intenté hacer algo al respecto, pero sin mucho resultado. 

  Pero nada de eso me importaba ahora. Por que volvía a ser yo misma.

    Suspiré y volví a mi habitación, donde Kalen había tomado posesión de mi cama.

—¿Mejor?

—No—me quejé, dejándome caer a su lado y cubriéndome la cara con una almohada—. Es como si tuviera una resaca muy, muy fuerte.

Ojalá hubiese sido una resaca. Tal vez, de esa manera, no tendría que lidiar con la culpa de lo que inconcientemente había hecho.

Porque había colaborado una semana entera con el enemigo. Una. Semana. Entera.

Todavía recordaba los sucesos de esa madrugada. Kalen había irrumpido a la sala tras escucharme gritar, y me había encontrado llorando de rodillas. Las Sombras habían desaparecido. Mientras me abrazaba, había dirigido su mirada al rey, que se encontraba quieto como una estatua, sangrando y con los ojos perdidos. Luego, el chico había visto su daga, manchada de sangre, en el piso.

—¿Qué sucedió aquí? —había preguntado.

—Solo llévatela—el rey Sivan se había volteado y había desaparecido por el lateral de la sala.

Fruncí el ceño al recordar el episodio. ¿Por qué Sivan no había muerto? Debería estar muerto. Cualquier persona lo estaría.

—¿En qué piensas? —preguntó Kalen, levantando la almohada de mi cara.

—¿Aparte de que ayudé al rey Ezran durante una semana a atrapar a los magos y que Nathaniel jugó con mi mente durante todo ese tiempo?

Kalen suspiró.

—No fue tu culpa, Arleen. Todo el mundo lo sabe.

—¿Qué no fue mi culpa? —tomé la mano vendada de Kalen y se la enseñé—. Yo te hice esto. No Nathaniel. No Ezran. A propósito, ¿por qué curaste con magia?

—Porque eran un recordatorio—él me miró fijamente—de que no eras tú. Porque Arleen nunca haría nada para lastimarme intencionalmente.

Kalen se inclinó hacia mí, dispuesto a besarme, y mi pulso se aceleró. Como lo había extrañado.

De repente, escuché que la puerta se abría, y sobresaltada, me incorporé haciendo que Kalen callera por el otro lado de la cama justo cuando mi papá entraba al cuarto.

—Auch. Creo que retiro lo dicho—se quejó desde el piso. Papá nos miró y arqueó una ceja.

—No voy a preguntar.

—Los dejo solos—Kalen se levantó, sacudiéndose la ropa. Me dirigió una última mirada y salió.

Papá se sentó en la cama, y yo lo imité. Lucía cansado. Nos habíamos visto unas horas antes, pero no habíamos tenido oportunidad de hablar porque yo estaba prácticamente cayéndome inconsciente.

—Lo lamento, papá—dije despacio—. No debería haber ido al castillo sin permiso.

—No, no deberías haberlo hecho—refleccionó, pero junto cuando esperaba que empezara el sermón, añadió—. Pero me alegra de que lo hayas hecho.

—Espera... ¿qué?

—Ya no eres una niña, Arleen, me guste o no. Y puedes tomar tus propias decisiones, aunque tengas que enfrentar las consecuencias tarde o temprano. Que hayas decidido por ti misma demuestra madurez. Aunque la próxima vez, que sea sobre algún tema que no involucre poner tu vida en peligro, ¿está claro? —yo asentí, sonriendo—. Te pareces mucho a Celine.

Los Reinos de Aden II: Promesa #WSAwardsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora