Capítulo 1

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 Nunca me habían gustado los domingos.

 Tal vez se debiera al hecho de que, como primer día de la semana, estaba predestinado a ser odiado. O quizás era la sensación de las horas cayendo sobre tu cabeza, como una cuenta regresiva para el lunes. El hecho es que en ningún momento de mi vida había logrado superar esa inevitable aversión, esa sensación de ahogamiento, que me producía.

  Hoy era domingo. No es que resulte un dato relevante, pero contribuyó de algún modo a que la atmósfera de fatalidad y desesperanza se incrementara.

  Claro que cuando te das cuenta que hay una posibilidad muy real de que sea tu último día, o el de las personas que te importan, las horas, minutos y segundos caen con un peso asfixiante.

  Todo eso pasó por mi cabeza al contemplar la sonrisa de suficiencia del rey Ezran, soberano del Reino Oeste, que se encontraba sentado en su trono, a unos diez metros de mí. Otras cosas también pasaron por mi mente: ira, odio, miedo, incertidumbre. El monarca, vestido completamente de negro y con una corona de oro puro, parecía estar divirtiéndose. Sabía que tenía el control de la situación en sus manos, y eso me estaba matando.

—Supongo que no encontraste a tu padre—no me molesté en responder. Hace algún tiempo, había tenido una visión de mi papá volviéndose loco en una celda, lo que me llevó a suponer que el rey Sivan, del Este, lo retenía en su castillo. Por supuesto, había ido a buscarlo (aunque no había tenido permiso, exactamente) Había estado equivocada —. ¿Valió la pena?

—En realidad, sí —el rey arqueó una ceja—. Me hizo darme cuenta de algunas cosas. No es Sivan el culpable del estado en el que se encuentra su reino. Es usted.

  El territorio de Aden estaba dividido en dos territorios: el reino Este y Oeste. El primero estaba gobernado por Sivan, y otro por el hombre que tenía enfrente, el rey Ezran. Desde que había llegado a Aden, hace algunos meses, creía que la desgracia, el hambre y la pobreza del Reino Oeste  se debía a los constantes ataques que supuestamente Sivan enviaba. Me había creído cada palabra, cada acusación, en su contra. Hace unas horas, sin embargo, las cosas habían dado un giro…interesante, y me percaté de que era la corrupción de su mismo rey la que mataba poco a poco al reino.  ¿En que me baso?

  Dato relevante uno: el Reino Este tenía magia, por lo que sus habitantes llevan un modo de vida bastante confortable, sin necesidad de obtener recursos del reino vecino.

  Dato relevante dos: el odio irracional  del rey Ezran hacia todo lo que incluyera la palabra “magia”, por lo cual odiaba también a las personas que las portaban, ya sean sus súbditos o no. Atacaba contantemente al Este en lo que parecía ser una irrefrenable e inexplicable vendetta, y que solamente lograba desencadenar hambre y miseria.

  Dato relevante tres: intentó matar a su hijo, el príncipe heredero, quien tuvo que marcharse del castillo.

  ¿Ya mencioné que tiene un hechicero maniático a su servicio y que también intentó matarme?

—Eso es una acusación muy grande, señorita Hale. —la voz grave del hombre interrumpió mis pensamientos— Un rey solo quiere lo mejor para su pueblo.

—Entonces usted no es un verdadero monarca—vi como sus ojos se encendían—. En vez de seguir atacando al Reino Este, podría emplear los recursos para alimentar y fortalecer a su pueblo. ¿Qué pretende ganar?

—Lo que me pertenece por derecho—exclamó, firme. El rey se levantó de su trono—. Desde que Aden fue dividido en dos territorios, hemos estado a merced de aquellos que tienen magia. Si realmente lo quisieran, podrían arrasar con el Reino en cualquier momento, y eso no puedo permitirlo. Puedes llamarlo “guerra preventiva”, si lo deseas.

Los Reinos de Aden II: Promesa #WSAwardsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora