Capítulo 14

503 68 8
                                    


  Las habitaciones del rey eran un remolino de tensión y susurros y gente que entraba y salía. La agitación en el ambiente era casi palpable, y se veía reflejada en las personas de la sala.

En el momento en que Nathaniel y yo entramos, todos guardaron silencio. El rey, que se encontraba sentado en la cama con cara de estar profundamente exasperado, despidió a la multitud. Muy pronto solo fuimos el hechicero, el rey, el doctor y yo.

--¿Qué fue lo que pasó?—preguntó Nathaniel, evaluando la habitación con la mirada.

—Esa maga. Lizbeth—algo se removió en mi interior. Vergüenza. Vergüenza porque yo la había dejado en libertad y ella había intentado asesinar al rey—. Me localizó de algún modo.

—Su Majestad, no se mueva—el doctor presionaba una venda contra el cuello del rey, intentando contener el sangrado. El monarca suspiró.

—¿Nathaniel?

—Por supuesto.

El mago despidió al médico, y en ese momento la mirada del rey recayó en mí.

—¿Qué hace ella aquí?

Bastante nerviosa, musité una disculpa y salí de la habitación, cerrando la puerta tras de mí, mientras los dos hombres comentaban algo. Tomé aire. ¿En que estaba pensando al liberar a Lizbeth? Ella era peligrosa. Los magos eran peligrosos.

Tenía la intención de volver a mi cuarto cuando escuché la voz del rey a través de la puerta. Conteniendo el aliento, me acerqué a ella y presté atención.

—...sola. No había nadie con ella—Ezran guardó silencio—. ¿Cómo fue que esto pudo pasar, Nathaniel?

La voz del rey era fría, y cortó el aire como una navaja. Exigía explicaciones. ¿Por qué no estabas ahí para advertirme?, parecía decir.

Porque estaba conmigo.

—Yo...—por primera vez, Nathaniel parecía haberse quedado sin palabras—. Lo lamento, Su Majestad. No volverá a ocurrir.

—Eso espero—sonó a amenaza.

Siguieron unos minutos en que no se escuchó nada. Debía de estar sanando al rey. En el momento en que me di la vuelta para retirarme, escuché una maldición.

—¿Cuál es el problema?

—Veneno—pude oír susurrar al hechicero. Mi sangre se heló. Me lo imaginé apretando los dientes, rabia reflejada en sus ojos.

—Entonces quítame el veneno.

—No es tan sencillo, Su Majestad.

Era suficiente. No quería escuchar más. Abandoné mi posición en la puerta y me dirigí al salón principal. El castillo era un caos, y el ánimo de las personas se encontraba por el piso. El salón estaba repleto de gente gritando órdenes y lores con cara de estar pasando por un muy incómodo momento.

Decidí entonces refugiarme en la biblioteca, que estaba gracias a Dios deshabitada. ¿Quién tiene tiempo para leer cuando su rey acaba de sufrir un intento de homicidio?

Me senté en uno de los sillones y cerré los ojos. No iba a quedarme con los brazos cruzados. Lizbeth era mi responsabilidad, me gustase o no.

Y tenía que hacer algo al respecto.

Una patrulla de soldados atravesó la calle; los hombres estaban armados hasta los dientes, con cara de estar bastante enojados. Era la séptima patrulla que la chica se cruzaba en menos de media hora.

Los Reinos de Aden II: Promesa #WSAwardsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora