Capítulo 8

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Me llevé la mano automáticamente a la cintura, donde esperaba encontrar a Tahaiel. Por supuesto, allí no había nada. Y dudaba que, aunque la hubiese tenido, me hubieran permitido llevarla en un baile. Así que aquí estábamos, en medio de una multitud de personas en inminente ataque de pánico, desarmados y sin tener ninguna idea de lo que estaba pasando.

Kalen y yo avanzamos hasta donde se encontraban el príncipe y Anna, esta última a punto de entrar en una crisis nerviosa.

--¿Saben que está pasando?—William negó con la cabeza.

—No creo que...

Un fuerte ruido hizo que todos en el salón debamos taparnos los oídos. ¿Era un terremoto? ¿No debían de moverse las cosas? Segundos después de que el fuerte estrépito terminara, todo el mundo guardo silencio, expectante.

Y esperó.

Como salida de una pesadilla, una voz se alzó entre la multitud, y resonó por todo el lugar, haciendo a las paredes vibrar. Era incorpórea, pero se encontraba en todos lados. Se me puso la piel de gallina; a pesar de que ya la había escuchado antes, ahora parecía pertenecer a un gigante que amenazaba con aplastarnos a todos. Nadie se atrevió a hablar para no enfadar a la voz.

Gente del Reino Este, los saludo—dijo Nathaniel—. Me complace acompañarlos esta noche.

—¡Nadie te ha invitado, demonio! —Lord Alford había salido de entre la gente, y sostenía un candelabro a modo de espada. Bien, tal vez estaba un poquito loco— ¡Sal y pelea como un hombre, cobarde!

No he venido a pelear. He venido a negociar.

El rey se encontraba en medio del salón, con los ojos cerrados. Parecía estar sumido en algún hechizo, o algo que fuera capaz de localizar al portador de la voz. Todos permanecían a una distancia del monarca, mirándolo con ansiedad. Él resolvería el problema.

—Habla, hechicero—a pesar de que no había utilizado ningún tipo de magia, sus palabras llenaron el lugar del mismo modo que las del otro hombre. El rey Sivan era así; peligroso, imponente y poderoso. Rezaba para que eso bastaba.

Creo que me he expresado mal. Su Majestad el rey Ezran no desea sino lo que le corresponde por derecho, y quiero reclamarlo—contestó petulante Nathaniel.

—Aquí no hay nada que pertenezca a tu rey.

A mí me pareció reconocer al futuro monarca del Reino Oeste entre tus invitados.

—Padre ha perdido todo poder sobre mí—todos voltearos hacia nosotros, donde William había hablado—. Soy mayor de edad y puedo decidir por mí mismo.

Ah, joven príncipe, el rey estará muy decepcionado de escuchar eso. Pero no es el único en el que su Majestad está interesado. Quiere a su Oráculo devuelta.

No me di cuenta hasta ese momento que estaba aferrando el brazo de Kalen tan fuerte que prácticamente le cortaba la circulación, pero no parecía importarle. De ningún modo volvería al servicio del hombre que mató a Elainne y a Sarah, y menos aún sabiendo lo que le estaba haciendo a su reino.

—El Oráculo ha actuado acorde a su voluntad; no se encuentra retenida a la fuerza—agradecí la intervención de Sivan porque no me creía capaz de plantarle frente al hechicero.

Se produjo unos minutos de incomodo silencio, en el que solo nos miramos los unos a los otros. Sabíamos que la voz aún no se había ido, lo que había que la tensión en el aire se pudiera cortar con tijeras.

Finalmente, Nathaniel habló.

Muy bien. Comunicaré al rey su decisión. Pero tengan en cuenta que toda decisión trae consecuencia; y estas no le gustaran.

Los Reinos de Aden II: Promesa #WSAwardsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora