Capítulo 7

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  El rostro del rey Sivan había recuperado su férrea calma habitual, aunque su mirada seguía perdida en el retrato de su difunta esposa.

La reina Olivia.

La madre de Kalen.

Nadie dijo nada por algunos –largos-minutos. Mi mente trabajaba a velocidad de la luz, y mi aún dormido cerebro intentaba asimilar la nueva información.

—Se que estás tratando de entenderlo—dijo con voz calma el rey—. Yo estuve en tu lugar hace algunos días.

—Pero...Elainne...

—¿Elainne? —su rostro reflejaba una nueva compresión—. Olivia tenía una hermana que se llamaba Elainne.

Eso me dejó aturdida. La mujer había mencionado que ellas –junto a mi madre- eran íntimas amigas. Pero, ¿hermanas? ¿Era eso posible?

—Esto no puede estar pasando. Significaría que usted es...

El rey asintió, como si estuviera confirmando el clima. Nada había cambiado en su expresión.

—¿Y no le importa? —susurré con un hilo de voz. Estaba siendo insolente, pero no me importaba.

—No es tu derecho juzgarlo—replicó Sivan con un tono me hizo temblar—. Si he guardado silencio ha sido porque lo creía conveniente. Y le aconsejaría, señorita Hale, que usted haga lo mismo.

—No pretenderá que...

—¿Le oculte un secreto tan grande? Sí, lo pretendo, y hará cuanto yo le ordene mientras se encuentre a mi servicio. De otro modo, usted y sus amigos pueden el castillo por la mañana. ¿Queda claro?

—Sí, señor—no pude evitar que el tono de mi voz sonara algo afilado.

—Bien.

Parecía el momento adecuado para retirarme, pero en cambio, me atreví a preguntar algo más al rey.

—¿Y no es posible que sea un error?

Sivan rió con amargura, y abandonó el salón rápidamente. Me quedé contemplando unos minutos más la pintura de la madre de Kalen. Era hermosa, claro estaba. Ahora que me fijaba con atención, podía ver mucho de los rasgos de su hijo en ella. Recuerdo haber pensado que Kalen no se parecía a Elainne de la manera en que William se parecía al rey Ezran, pero no le había dado mucha importancia.

Al voltear, algo me llamó la atención. Unos trozos de papel estaban tirados en el suelo, frente a la puerta. Seguramente el rey los había perdido.

Los tomé, y parecían muy maltrechos. Descubrí que eran cartas. Me mordí el labio, sin saber qué hacer. Podía correr y devolver los papeles a su legítimo dueño, y así salir impune.

O podía arriesgarme y averiguar de qué iba el asunto.

El camino a mi habitación nunca me pareció tan largo. Corrí por los pasillos vacíos, y al llegar, cerré con rapidez la puerta. Me faltaba el aliento y mis manos temblaban ante lo que había descubierto, pero pude prender una lámpara a gas y empezar la lectura.

Me senté en la cama y puse con cuidado los papeles frente a mí. Si los perdía o los rompía mi vida se vería comprometida. Por un segundo más consideré devolverlos, pero descarté la idea rápidamente.

Mí querido señor Sivan:

Hice un gesto de disgusto. ¿Quién empezaba una carta de esta manera? Además, no podía conciliar que las palabras "Sivan" y "querido" estuvieran en la misma oración. Me obligué a seguir leyendo.

Los Reinos de Aden II: Promesa #WSAwardsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora