Capítulo 17

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  La columna de fuego se elevaba sobre el cielo anaranjado del crepúsculo. Mis ojos ardían mientras contemplaba fijamente las llamas, intentando perderme en su calor.

Supongo que es por eso es que creman a los difuntos; para darle un poco de calor a la muerte.

La pira funeraria de papá ardía y ardía. Quemaba todo lo que podríamos haber vivido juntos, las risas que nunca compartiríamos, los consejos que nunca me daría.

Ahogué un sollozo con mi mano, y Kalen me atrajo hacia él, donde di rienda suelta a mis lágrimas otra vez. Anna se encontraba a mi derecha, con los ojos enrojecidos. William se encontraba a su lado.

El rito fúnebre en Aden era simple: una humilde ceremonia en la que se invocaba al Sol, y luego se cremaba al difunto. O algo así. Sinceramente, había sido Gyandev quien se había encargado de preparar todo, sacándome un gran peso de encima.

Había sido un ladrón. Curioso, ¿no es verdad? Estábamos en medio de una guerra entre dos reinos y el asesino resultó ser un simple ladrón. Al parecer, lo había interceptado en el camino hacia el castillo, y mi padre se había defendido. ¿Por qué se le había ocurrido usar la fuerza por primera en su vida justo en ese momento?

Musité una silenciosa oración mientras las últimas llamas se extinguían. Al parecer, mi padre había ganado bastantes amigos en estos últimos meses, ya que gran parte del castillo se encontraba aquí. El rey incluido. Se mantenía apartado, sin demostrar ninguna expresión en su rostro. Suponía que cuando uno enfrenta tantas muertes, como él, logra cierto autodominio para permanecer impasible ante esto.

Cuando la ceremonia hubo terminado, la gente fue retirándose poco a poco. Unos cuantos se acercaron y me dieron sus condolencias. Kalen no se separó de mí en ningún momento, ni cuando el fuego se apagó completamente y la noche cayó sobre nosotros, ni cuando volvimos al castillo y nos encontramos con algo que me desconcertó totalmente.

—¿Qué está sucediendo aquí? —pregunté, con la voz ronca.

La gente en los pasillos se había ataviado con sus mejores ropas, y reía y conversaba. Muchos se dirigían al salón principal. Kalen, al darse cuenta, maldijo en voz baja.

—Me había olvidado. Cada vez que una persona muere, se organiza un banquete en su honor después del funeral, o una comida, dependiendo del nivel de su familia. Con el rito, lamentamos su muerte. Con la celebración, celebramos su vida. No tenemos que ir—dijo, mirándome preocupado.

Dudé por unos segundos. No deseaba nada más que llegar a mi habitación y no salir en un buen tiempo, pero pensé en todas las personas que me habían mostrado su apoyo. Los cocineros, los cortesanos, la guardia. Unos cuantos minutos no me harían mal.

—Echemos un vistazo.

Tenía que admitir que no habían escatimado en gastos ni en comida. El gran salón se encontraba repleto se velas encendidas—para simbolizar al fuego del Sol, me explicó Kalen—y la gente conversaba animadamente.

Anna se acercó a mí, con William pisándole los talones. Estaba preciosa (y por la forma en que el príncipe la miraba no tan disimuladamente, no era la única que lo pensaba). El vestido azul oscuro contrastaba con su pelo, que tenía adornado con pequeñas piedritas que brillaban. Parecía una reina. De repente me sentí muy... común con mi sencillo vestido negro y mi cara que mostraba la falta de sueño.

—¿Te encuentras mejor? —preguntó, cuando llegó donde estaba yo—. No, por supuesto que no. Esto es una porquería.

—Estoy mejor, Annie. De verdad.

Los Reinos de Aden II: Promesa #WSAwardsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora