23. Sorpresa

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Yeonjun se situó frente al espejo y comprobó su imagen por enésima vez. Había escogido una camiseta blanca y unos pantaloncillos cortos de color marrón, que marcaban cada una de sus curvas, su redondo trasero y dejaba expuesta la piel tersa y acanelada de sus piernas. Se giró un poquito, observó su culo perfectamente entallado, y sonrió satisfecho. Estaba sencillo pero sexy. Sí, no había duda de que se veía perfecto. Recordó el día que también se había puesto guapo para seducir al banquero. Solo que por aquel entonces estaba en juego su casa y ahora todo lo que le importaba era Soobin. Terminó de cepillarse sus rizos, se aplicó un poco de delineador y bálsamo labial, se echó unas gotitas de perfume en el cuello, se puso una gabardina y salió de casa listo para matar.

Para matar al azabache de un infarto.

Mientras se dirigía en taxi hacia el centro de la ciudad, leyó el mensaje que le había mandado por la mañana. 

Soobinnie:
Esta noche a las nueve te espero en mi casa. No olvides mi sorpresa, yo también tengo otra para ti. 

Yeonjun volvió a guardar el móvil en el bolsillo de su gabardina y se le escapó una sonrisa traviesa. Llevaba todo el día como un niño en vísperas de Navidad. No hacía más que pensar en Soobin. Tenía mil cosas que decirle, que le quería, que lo perdonase por haber sido tan estúpido y necio, que juntos podían empezar de nuevo. Había pensado en vender la mansión Kim. No le hacía falta una casa tan grande, ya no le importaba el tema de las apariencias ni del dinero. Con un apartamento pequeño y modesto sería suficiente. Buscaría un trabajo que pudiera compaginar con sus estudios. Había decidido terminar su carrera de derecho y quería buscar una universidad que estuviera dentro de la ciudad para estar cerca del pelinegro. Se le escapó un suspiro de alegría. Había hecho tantos planes.  

El taxista lo dejó cerca del lujoso bloque que hacía esquina, en una de las zonas más concurridas y comerciales de Seúl. Entró por el pomposo recibidor del edificio, saludó al portero y subió en el ascensor recargado de espejos.  

Soobin abrió la puerta cuando sonó el timbre y lo vio parado delante de él, esbozando una sonrisa radiante. Contempló sus ojos cafés brillando risueños, sus labios carnosos, sus hermosas hebras castañas, sus rizos cayendo por su frente con gracia, y por unos segundos se le cortó el aliento. Parecía un ángel. Un puto ángel venido desde el infierno para robar la poca estabilidad emocional que le quedaba.   

El menor soltó una risita nerviosa y se abalanzó a su cuello. Por un momento Soobin perdió el equilibrio y se tambaleó hacia atrás. Pero enseguida clavó los pies en el suelo y lo sujetó con firmeza. Aunque se le había derramado parte de su bebida en el abrigo del joven.  

—Tenía tantas ganas de verte —susurró abrazándole con fuerza. 

Pero él se mantuvo inmóvil, sin decir nada. Yeonjun se separó unos centímetros y al ver su mirada fría se quedó descolocado. ¿Eran imaginaciones suyas o parecía enfadado?  

—Ven —dijo cerrando la puerta tras él—. En la cocina tengo un poco de bicarbonato con el que podrás limpiarte —añadió observando la enorme mancha rosa que le había quedado en la manga del abrigo.  

El castaño lo siguió por el pasillo sin salir de su confusión. Se fijó en que él iba descalzo, llevaba solo un batín de raso negro y aún sujetaba la copa de vino en una mano. Una imagen de lo más atractiva si no fuera porque la tensión empañaba su deseo. Atravesaron el salón en penumbra y llegaron a la cocina. Soobin abrió uno de los cajones, sacó un botecito blanco y se lo tiró por encima del hombro sin mirarlo siquiera. Yeonjun lo atrapó al vuelo y le fulminó con la mirada.   

—¿Se puede saber qué bicho te ha picado? —le preguntó frotando el bicarbonato sódico en la mancha.  

El pelinegro lo observó fijamente, manteniendo las distancias, y de repente dibujó una sonrisa pérfida con la que a Yeonjun se le heló la sangre.  

—¿Te he dicho alguna vez que eres muy hermoso? 

—No —contestó el castaño sin apartar la mirada de sus ojos oscuros y desafiantes.  

Pese al cumplido no se fiaba de él.  

—Pues lo eres —repitió sonriente el mayor—. Eres el hombre más hermoso que he visto en mi vida. Por desgracia también eres como una traicionera cascabel del desierto. En cuanto la víctima se da la vuelta, ¡zas!, le picas con tu veneno mortal y te alejas zigzagueando por la arena. ¿Quieres una copa? —le ofreció de pronto. 

Yeonjun lo miró algo ofendido. ¿Acababa de insultarlo con sutileza? Se mordió la lengua y asintió nervioso. No estaba allí para discutir. 

Soobin cogió una botella que había sobre la mesa, llenó su copa de cristal y se la tendió sin apartar sus ojos de él. El menor le dio un pequeño sorbo mientras sentía como el pelinegro lo recorría con la mirada.  

—Quítate la gabardina, quiero ver mi sorpresa —le ordenó sin más.  

El castaño parpadeó sin saber qué hacer. Por un momento sus palabras lo pillaron desprevenido. Pero empezó a obedecer con dedos temblorosos y dejó que el abrigo cayera a sus pies. Soobin observó el atuendo que llevaba puesto y arqueó una ceja.  

—¿No se suponía que estarías desnudo por debajo del abrigo? —le recriminó.

—Sí, pero también pensé que no te importaría que me pusiera esta ropa —alegó en un tono coqueto.

—Pues te equivocaste, me gustas más desnudo. Pero se ve que estás acostumbrado a hacer lo que te sale de las narices. Por cierto, creo que esto te pertenece —dijo sacando unos cuantos billetes de su bolsillo. 

—¿Qué es eso?

—Treinta dólares. ¿No es lo que le pagaste a la vieja Wheein por sacarle información? 

Yeonjun se quedó helado. Oh Dios mío ¿cómo se había enterado? 

  

  

  

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𝐋𝐎𝐕𝐄 𝐃𝐄𝐁𝐈𝐓 © soojunDonde viven las historias. Descúbrelo ahora