28. Una dura prueba

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La angustia se apoderó de Yeonjun. ¡Se estaban enrollando! No, no sería capaz de llegar tan lejos. Era demasiado mezquino incluso para Soobin, se dijo en un intento desesperado por calmarse. Entonces escuchó algo más que unos besos, escuchó también el chasquido de una tela al desgarrarse, y de repente una presión espantosa aplastó sus costillas. Se quedó totalmente congelado. No solo se estaba tirando a ese desvergonzado, sino que lo estaba haciendo encima de él como si fuera realmente una mesa. Las lágrimas cayeron por sus mejillas a medida que notaba el vaivén de las embestidas y los jadeos del chico. Se mantuvo rígido, tenía la sensación de que en cualquier pestañeo se rompería en mil pedazos como una frágil copa de cristal. De vez en cuando sentía también la fricción de sus genitales a través de la fina sábana y tuvo que cerrar la boca para contener las náuseas.

Soobin siguió penetrando a Beomgyu con rapidez y sin ninguna emoción. Quería demostrarle a Yeonjun y a sí mismo que era un hombre libre. Que ya no ejercía ningún influjo sobre él y que si quería follarse a otra persona podía hacerlo sin sentirse culpable. Pero la opresión que atenazaba su corazón no hacía más que contradecirlo. Furioso, cogió al rubio por las caderas y lo bombeó más rápido para terminar cuanto antes con aquella situación. Beomgyu fue subiendo el volumen de sus gemidos a la vez que Soobin incrementaba el ritmo de sus sacudidas, hasta que le sobrevino el éxtasis y gritó todo lo que pudo para fastidiar a Yeonjun. Llevaba tanto tiempo siendo el segundo plato que el placer de la venganza fue superior al del orgasmo. 

Cuando acabaron el pelinegro se volvió a colocar la bata y le entregó su ropa, deseando despacharlo de una vez. 

—Tu camisa está algo rota pero creo que te la puedes poner sin problemas. 

Beomgyu se vistió en silencio. Ya estaba acostumbrado a su trato frío y cortante. 

—Bebé, sigues siendo un magnifico follador. Si quieres repetir algún día, ya sabes —le dejó caer. 

El mayor se mantuvo serio y distante. Nunca en su vida se había sentido tan asqueado.

—No creo que eso vuelva a suceder —objetó con franqueza. 

Beomgyu contempló su expresión oscura y comprendió que hablaba en serio. 

—Muy bien, pues en ese caso espero que seáis felices y comáis perdices —replicó enfadado antes de alejarse hacia la puerta.

En cuanto se marchó, Soobin se acercó a la mesa, retiró la sábana de Yeonjun y le quitó la mordaza. 

—¿Te encuentras bien? 

Yeonjun observó la ansiedad que reflejaba su rostro y se convenció de que estaba ante un sádico con trazos de bipolaridad. Tan pronto se mostraba amable como lo torturaba sin piedad. 

—Suéltame. 

—Yeon...

—¡He dicho que me sueltes! —ordenó más cortante. 

El pelinegro se fijó en su extrema palidez y se apresuró a desatar las ligaduras que lo sujetaban a la mesa. 

—Escucha —empezó a disculparse—. Sé que ha sido una prueba dura para ti, pero te prometo que lo ocurrido con Beomgyu no estaba planeado. 

—¿Una dura prueba? —se rió Yeonjun con furioso sarcasmo—. Eres un hijo de puta, maldigo el día que volviste a cruzarte en mi camino ¡Me das asco! —expresó lleno de rabia. 

Después se limpió las lágrimas con la mayor dignidad posible, se vistió deprisa y se fue sin mirar atrás. Soobin lo vio salir de su casa con la sensación de que el suelo se abría bajo sus pies. Pero hizo acopio de fuerzas y con toda la entereza que le quedaba, se dirigió al mueble-bar, se sirvió un whisky y fingió que todo seguía igual. 

Afuera llovía a cántaros, el viento arrastraba los cubos de basura y los paraguas de los transeúntes. Los carteles que colgaban de las fachadas de algunos locales se balanceaban y chirriaban. La gente corría de un lugar para otro, buscando donde refugiarse de la lluvia. A casi todos les había cogido desprevenidos la tormenta. 

Yeonjun era uno más de los que corría calle abajo con las manos metidas en los bolsillos de su gabardina. Pero él no buscaba protegerse de la lluvia ni del viento. Él huía de su propio dolor. Cuando llegó a casa todo estaba en penumbra y silencio. Los relámpagos iluminaban de vez en cuando el salón con un resplandor tétrico y azulado. Los truenos retumbaban por toda la estancia como un reflejo de su corazón demolido. El castaño dejó las llaves en la mesita, se quitó el abrigo chorreando agua y arrastró los pies hacia el jardín. Estaba tan aturdido que no notaba como su cuerpo temblaba de frío. Se refugió bajó un árbol y se quedó quieto, frotándose los brazos mientras contemplaba la oscuridad que asolaba su alrededor y dentro de él. De repente observó unas iniciales grabadas en la corteza del árbol. Binnie y JunJun, amigos para siempre. Y se echó a reír con amargura al recordar ese día en que también habían sellado su amistad con un juramento de sangre. Qué ironía, el Soobin de ahora era incapaz de hacer una simple promesa. Ya nada quedaba de aquel niño dulce. La vida lo había convertido en un ser egoísta y retorcido que solo sabía infligir dolor. Rompió a llorar al comprender que todo estaba perdido. 


    

     

—¿Yeonjun? —descolgó Soobin en cuanto leyó su nombre en el teléfono. 

—Tú tenías razón. Debí hacerte caso cuando me advertiste sobre él. ¡Es un monstruo! —gritó entre lágrimas. 

El pelinegro entrecerró los ojos, compungido. 

—Yeon, sé que te he hecho daño pero debemos vernos. Necesito hablar contigo —le suplicó demasiado atormentado como para seguirle el juego. 

—No, ya es tarde para eso. Ya no hay nada de que hablar. Esta noche he comprendido que Binnie murió hace tiempo. Adiós, fue bonito reencontrarnos y echaré de menos nuestras charlas pero ahora debo despedirme para siempre. 

—Yeon espera, no me cuelgues. ¡Yeonjun! —gritó fuera de control.

Pero ya solo se escuchaba el sonido de la línea comunicando.

—¡Mierda! —masculló irritado.

Tiró el móvil contra la pared, pasó una mano por su cabellera oscura y empezó a caminar de un lado para el otro como un animal enjaulado. ¿Y ahora qué iba a hacer? ¿Correr en su busca para suplicarle perdón de rodillas? Cogió el abrigo dispuesto a hacerlo. Entonces lo meditó un segundo y se detuvo en seco. ¿Iba a pedirle perdón por ser como era? ¿Por ser sincero? Puede que el castigo se le hubiera ido de las manos, pero lo había hecho con el firme propósito de mostrarle la verdad. Y la verdad es que él era así, oscuro y perverso. ¿Qué culpa tenía si había puesto las cartas sobre la mesa y Yeonjun había determinado salir corriendo? Así que fin de la historia. Debía respetar su decisión. Sin embargo algo dentro de Soobin se negaba a resignarse.

      

       

   
 

    

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𝐋𝐎𝐕𝐄 𝐃𝐄𝐁𝐈𝐓 © soojunDonde viven las historias. Descúbrelo ahora