25. ¿Sorprendido?

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El pelinegro le dedicó una mirada profunda y Yeonjun sintió como su piel se erizaba.

—Soobinnie...

—Verás —dijo el azabache decidido a empezar—, cuando mi madre y yo abandonamos tu casa nos instalamos en un apartamento. Allí nos fue bien durante un tiempo, luego a ella se le acabaron los ahorros y ya sabes lo que vino después. El caso es que fueron unos años muy difíciles, llenos de miseria, por lo que yo también me vi obligado a hacer cosas embarazosas. Rebuscar en la basura, pedir en la calle, pequeños hurtos en supermercados. Hasta que decidí dar un paso más en mi trayectoria como delincuente y empezaron los timos, las apuestas ilegales, los trapicheos con la droga, los asaltos a mano armada.  

El castaño abrió los ojos de par en par. Recordaba a ese muchachito tímido, responsable, buen estudiante, y no daba crédito. Sencillamente le resultaba imposible imaginarlo con pasamontañas y pistola en mano.  

—¿Sorprendido? —se burló—. Pues no solo me convertí en un vulgar ratero, también llegué a ser el cabecilla de una panda de vándalos y timadores. Ya sabes lo hábil que soy con los números —añadió con un guiño de ojo.

—Dios mío —musitó Yeonjun.

—No, te aseguro que Dios no tuvo nada que ver en mi salvación —replicó con ironía.

—¿Y cómo fue que...? 

Observaba a ese hombre apuesto y poderoso en el que se había convertido, y le venía a la mente un ave fénix resurgiendo de sus cenizas de forma gloriosa.  

—¿Que retomé el buen camino? —inquirió con ironía—. Fue gracias a Choi Roowon.

—¿El hombre que te adoptó? 

Soobin esbozó una sonrisa burlona. 

—Veo que ya estás enterado del tema. Lo que no sabes es cómo le conocí. Escucha, es lo mejor de la historia —sacó una cajetilla de tabaco del bolsillo de su batín negro, se encendió un pitillo y echó el humo lentamente por la nariz. Hacía tiempo que no fumaba. Pero de alguna manera tenía que aplacar los nervios—. Yo tenía diecisiete años y mi madre salía con un capullo que la explotaba y le gustaba ponerse hasta el culo de crack. Ese día llegué temprano a casa, también estaba pasado de rosca. Pero mi madre aún no había regresado de trabajar. Fui a la cocina a prepararme algo de cenar y encontré a ese hijo de puta robando el dinero que ella escondía en el tarro de las galletas. Empezamos a discutir y a forcejear, y en un momento dado se me echó encima. Intenté defenderme, pero solo era un crío y él era mucho más fuerte que yo, por lo que en el primer puñetazo perdí el equilibrio y me doblé en dos. Entonces ese cabrón me empujó contra la encimera, me bajó los pantalones y... —no pudo terminar la frase. Era demasiado doloroso, demasiado espantoso de contar. Le dio otra calada al cigarro e hizo el esfuerzo de continuar—. Luego cogí un cuchillo y se lo clavé varias veces hasta que lo vi caer en el suelo sangrando como un cerdo. No sé cuánto tiempo permanecí agazapado en aquel rincón. Solo recuerdo los gritos de mi madre y el frío metal de las esposas oprimiendo mis muñecas —concluyó con la mirada perdida.  

—¿Él abusó de ti? —preguntó Yeonjun, horrorizado. 

El pelinegro volvió en sí y esbozó una sonrisa amarga.

—En realidad lo hacía cada vez que estaba borracho y mi madre no se encontraba en casa. Pero la diferencia es que esa noche decidí defenderme y lo maté. Y lo volvería a hacer una y otra vez —le juró lleno de odio.

—Lo siento mucho, Soobinnie. No puedo ni imaginar el horror por el que has pasado —manifestó el menor con los ojos nublados de lágrimas. 

—No, no puedes. Y me alegro de que no puedas hacerlo —le aseguró con un matiz triste en la voz antes de proseguir con la historia—. Pero por suerte mi madre trabajaba en la casa del señor Choi, un prestigioso abogado de la ciudad que aceptó llevar mi defensa. ¿Sabes? Aún recuerdo cuando se presentó en aquella fría sala de interrogatorios y me dijo: «Muchacho seré sincero, estás de mierda hasta el cuello. Pero eres menor de edad y puedo negociar con el fiscal tu ingreso en un reformatorio, o puedo salir por donde he entrado y dejar que te pudras en una cárcel estatal. Ninguna de las opciones es fácil de tomar. La primera conllevaría un año de internamiento y luego saldrías limpio y en libertad condicional. La segunda supondría el cumplimiento de una condena por asesinato y narcotráfico. Así que de ti depende el tiempo que decidas permanecer preso. Solo has de saber que ahí fuera hay una madre que te quiere y está esperándote» —expresó imitando la voz grabe de su padre adoptivo—. Y tras aquella reveladora charla me pasé un año interno en un centro de menores. Cuando salí de allí me fui a vivir con mi madre y el señor Choi. ¿Te das cuenta? Roowon consiguió que quedase absuelto de todos los cargos, me dio su apellido y pagó mis estudios. Él me dio una segunda oportunidad y nos sacó a mi madre y a mí de toda esa mierda. Yo le debo mi vida a Choi Roowon —reconoció emocionado. De pronto se aclaró la garganta, apagó el pitillo en el cenicero y se puso en pie—. Bueno, ahora ya conoces mi pasado oscuro. Se acabó la cháchara. 

Yeonjun volvió a alarmarse cuando vio que cogía otra vez la alcachofa de la ducha.   

—¿Qué vas a hacer?

—Seguir con el baño. 

El castaño quiso protestar pero Soobin abrió el grifo del agua fría y lo empapó entero. El joven soltó un grito en cuanto notó la temperatura helada en su piel y empezó a moverse frenético y a patalear. La barra a la que permanecía sujeto se agitó al compás de sus sacudidas violentas y la piel de sus muñecas comenzó a lacerarse por la fricción de las esposas.   

—Estate quieto. Te vas a hacer daño —le ordenó irritado. 

—¡Suéltame Soobin, el agua está muy fría! —suplicó entre gritos. 

—Vamos, aguanta. Ya casi he terminado.

—¡Estás loco! —sollozó Soobin temblando de frío.

—No seas niño. Solo es un poco de agua fresca —le regañó con suavidad.  

Pero el menor siguió forcejeando hasta que no pudo más y le soltó una patada en sus partes bajas. Soobin dejó caer la alcachofa de la ducha y se encogió por el dolor.  

—Oh, ahora sí que la has hecho buena, pequeño insolente —le advirtió asesinándolo con la mirada.

—Que te den. Si vuelves a mojarme te soltaré otra patada más fuerte. 

El pelinegro observó sus ojos cafés brillando desafiantes y una idea perversa pasó por su mente. 

—Con que la fierecilla saca las garras ¿eh? Verás ahora —dijo antes de salir del baño a toda velocidad.  

Al cabo de un rato volvió con un objeto negro en la mano. Yeonjun abrió los ojos, horrorizado.  

—¿Qué es eso? 

—Algo que iba a utilizar más tarde. Pero en vista de que deseas jugar...  

El mayor le enseñó el látigo de siete colas y Yeonjun palideció.   

—No, Soobin, no —suplicó con los ojos llorosos.

     

     

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𝐋𝐎𝐕𝐄 𝐃𝐄𝐁𝐈𝐓 © soojunDonde viven las historias. Descúbrelo ahora