UNA SOLA VOZ

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NATALIA

Nada se compara con el miedo, el terror y la desesperación que viví al lado de mi familia el día en que tirotearon nuestra casa a plena luz del día.

Un sábado cualquiera, mientras mis hermanos, hermanas, mis padres, Leslie y yo comíamos entre chistes y comentarios al azar sobre ningún tema en particular, el impacto reiterado de un sinfín de balas nos hizo lanzarnos a todos al suelo de manera instantánea.

Sin entender lo que pasaba, cubrimos nuestras cabezas con las manos por petición de nuestros padres y entre gritos, sollozos y tensión acumulada, escuchamos cómo irrumpían en nuestra casa.

De pronto, las voces de al menos 2 personas resonaron en nuestros oídos pidiendo cese al fuego entre risotadas que erizaron mi piel. Acto seguido, un total de 10 o 20 hombres armados con metralletas y portando capuchas en las caras, con excepción de dos de ellos, nos rodearon.

- Vaya, vaya, te queda bien el color negro. - Dijo uno de los dos hombres que no llevaba puesta ninguna capucha y que era alto, de gran musculatura y cabello negro, acercándose a Leslie, que estaba a mi lado y jalándola de brazo la obligó a levantarse del suelo.

Vi de reojo cómo ella se removía incómoda al ser evaluada con la mirada por aquel tipo y forcejeando para zafarse del agarre, logró provocar una carcajada en el hombre que la atrajo más hacia él.

- Perdón por los daños, a su puerta y al resto de su casa. - mencionó el segundo chico sin capucha, que a diferencia del primero tenía el cabello rubio y los ojos verdes, pero igualmente poseía una musculatura considerable, señalando con su arma las paredes de la casa.

Con la pistola por delante y dejándonos saber que no bromeaba, el joven pelinegro que seguía sosteniendo a Leslie, habló con su potente y ronca voz, llamando nuestra atención.

- Familia Ramos, ¡de pie! -

Siguiendo las órdenes por temor a que nos hirieran, mis padres, hermanos y yo, nos pusimos de pie lentamente.

- Muy bien, ahora, van a salir en orden por esa puerta y por su bien no intentarán escapar, de lo contrario, nuestros hombres dispararán a matar y créanme, no quieren que los siguientes agujeros terminen traspasando sus cuerpos. Saldrán y subirán al camión que tenemos estacionado allá afuera en silencio y sin intentar nada raro. Sólo iremos a dar un bonito paseo y a encontrarnos con su hijo menor, que está ansiando verlos. - Explicó el chico rubio pasando la mirada entre cada uno de nosotros y dando la señal al resto de los hombres para que nos apuntaran con sus armas.

Entre sus últimas palabras, la respuesta a su irrupción en nuestra casa llegó, haciéndonos saber que todo ese alboroto estaba pasando por el único miembro de nuestra familia que no se encontraba en casa quien, al menos parecía seguir vivo según la explicación que se nos dio.

Sin tener más opción que hacer lo que nos pedían, uno a uno caminamos hasta el camión entre sollozos y el notable desespero de nuestros padres, que insistían en que se los llevaran a ellos pero que a nosotros no nos dañaran.

Finalmente estuvimos todos adentro y a cada uno nos amarraron con sogas gruesas en ambas manos y pusieron en nuestras bocas unas mordazas. Sin poder evitarlo, Reymund, Dante y Dylan, que habían intentado soltarse, fueron cruelmente golpeados mientras todos los demás suplicábamos que no les hicieran daño.

Minutos más tarde, las puertas se cerraron dejándonos a oscuras y solamente permitiéndonos ver los láseres de las pistolas de los guardias que nos vigilaban. Así, nuestro viaje dio inicio y durante casi una hora fueron los sollozos y quejas lo único que escuchamos.

POR ELLADonde viven las historias. Descúbrelo ahora