Voy conduciendo por la carretera un poco rápido, quiero llegar a tiempo, me retrase algo con Mercy en el centro comercial; de niños solíamos tomar la misma ruta para nuestros viajes de verano, la autopista que nos da la salida de la ciudad, lo único que se puede ver en varios kilómetros son arboles y y asfalto. Si esto fuera mi niñez tendría la ventana abajo y mi mano sobre esta ondeándola de arriba a abajo, siguiendo las curvas del camino, pero esto no es un viaje de verano y tampoco es mi niñez.
Detengo el auto frente al edificio marrón, lo dejo en el estacionamiento y salgo del auto con la pequeña caja de cartón rosa en las manos.
"Gran Jardín, casa de reposo para adultos mayores" dicen las grandes letras plateadas sobre la puerta.
En recepción doy mi nombre y lleno la hora de registro de visitas. Pregunto por su paradero y la señora sentada en la silla giratoria me indican que deben estar en la sala de común dos, tercer piso. Tomo el elevador, me sé el camino de memoria. Camino en el pasillo a velocidad normal, nada me apura, vuelta a la derecha, dos veces, luego detrás de las dos grandes puertas de madera.
Los dos están sentados en unos sofás, jugando conecta cuatro en la mesita del centro, sus rostros un poco arrugados se mantienen firmes y serios, no de una mala manera, sino pensando en cuál será su próximo movimiento; sus manos acartonadas y llenas de pequeñas pecas sostiene algunas fichas. Recuesto mi hombro contra el marco de la puerta, donde me quedo de pie por dos minutos viéndolos jugar sin percatarse de mi presencia y me gusta así, verlos relajados olvidándose de los miles de problemas que existen a su alrededor.
Cuidadosamente me encamino a ellos. Mi padre es el primero en darse cuenta de mí.
—¡Liam, hijo! ¡Que bueno verte!— exclama saludándome. Se levanta del sofá dejando las fichas en la mesa y extiende los brazos para que lo abrace. Yo le devuelvo el gesto y nos damos un abrazo lleno de afecto.
—¡También me alegra verte, papá!— le digo al terminar con el abrazo —Mamá— la llamo para que centre su atención en mí.
Ella me mira por unos segundos con la mente un poco perdida, debe estar acomodando los pensamientos en su mente, entrecierra los ojos un segundo, por fin me reconoció. De inmediato risa su rostro se ilumina con una sonrisa y extiende los brazos aun sentada en el sofá, me agacho a abrazarla.
Cierro los ojos, su calor y su aroma único y natural es tan reconfortante para mí. Pero me tengo que separar de ella.
—¿Hijo, dónde has estado?— me pregunto como lo que es, una madre preocupada.
—Lo siento, se me hizo tarde en el camino— me excuso.
—Bien, que bueno que estás ahí, ya no tendré que preocuparme por ti...
—No tienes que preocuparte, mamá. Mira, ve lo que te compre— le enseño la caja que le había dado a mi padre para que sostuviera —. Son de nuestra pastelería favorita.
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Sabiduría del Amor (EN EDICIÓN)
ChickLitACLARACIÓN: ESTE NO ES UN LIBRO DE FILOSOFÍA El libertinaje universitario tiene nombre y apellido: Mercy Rodríguez. -¿Es irónico, no? -¿Qué cosa, Mercy? -Que siendo profesor de filosofía sepas tan poco de la "sabiduría del amor". -¿Q...