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Intentó correr, pero no había escapatoria. La mujer de pelo blanco como la nieve se había metido en terreno peligroso, se había metido con quien no debía. El hombre la perseguía, intentando jugar con ella, como un gato juega con su presa, que estaba herida. La sangre borbotaba de la gran herida en su pierna, herida que había sido provocada por un bate lleno de clavos. Ese hombre era un maldito sádico, de eso no cabía duda.

Soy una idiota... Y la peor madre que existe. Mi niña... Se merecía una vida normal... ¿Por qué me pasa justo ahora cuando por fin pude dársela? ¿Justo cuando demostró que confía en mí?

Corría, tratando de llegar a la salida secreta, pero él no se lo permitía. La casa estaba llena de trampas, ni siquiera se había dado cuenta del momento en el que el psicópata había entrado en su casa, ella se encontraba encerrada en su estudio trabajando y se suponía que las puertas estaban cerradas. Necesitaba llamar al 911. Logró esconderse en un clóset, o eso creyó, porque al cerrar la puerta su pierna izquierda se encontró con una trampa para osos que le quebró los huesos. Un grito de dolor se le escapó, y no había nadie cerca, la casa estaba ubicada en un lugar un poco retirado del vecindario.

Las lágrimas se abrieron paso. Aún encerrada, quiso hacer la llamada y dejar el celular abierto, para que escucharan lo que sucedía, pero justo antes de pulsar el botón de llamar, las puertas se abrieron, mostrándole a su captor, que le quitó el aparato y la agarró del cuello.

—Maldita... ¿Dónde diablos tienes esos documentos?

—No sé de qué me hablas.

— ¿Crees que soy idiota? ¡Sé todo lo que has estado haciendo! ¡Sé que sabes quién soy! Si no me dices nada, será mucho peor que una trampa de osos.

La mirada sanguinaria del hombre le producía un terror que no podía explicar, las palabras se le escapaban, su mente comenzaba a abandonar la idea de ocultarle los papeles, comenzaba a considerar la idea de rendirse. Pero no podía hacerlo, si lo hacía, no sólo su hija estaría en peligro, sino su amiga y las demás personas del pueblo. Estaba demasiado cerca como para perder la oportunidad, ella jamás se lo diría. Si de todas formas iba a morir, entonces prefería llevarse el secreto a la tumba. Y si ella moría, alguien más lo sabría, y sus sospechas estarían confirmadas.

Esto no era lo que esperaba cuando me mudé aquí... Mi pobre niña... Quedará sola...

Sintió una bofetada en el rostro que abrió su piel en más de un lugar, el tipo tenía alguna clase de instrumento en la mano, notó que era una manopla de púas, y sintió la sangre cubrirle toda la cara y colarse entre sus labios, el sabor a metal era horrible. Notó como el asesino se desesperaba ante su silencio y sacaba un cuchillo para desollar, con varios dientes y la punta similar a la de un chuchillo de queso. Sabía que las dagas eran sus armas favoritas, pero aquel cuchillo haría el trabajo.

Tragó en seco. Intentó alejarse. Pero el peso en su pierna era demasiado. Y a continuación comenzó la tortura. El hombre se quitó su saco rojo, arrastrándola hasta el primer piso, y sacó varias herramientas, usando una tras otra, hasta llegar al punto al que la mujer ya no le salía la voz. Convulsionaba, y su mente la traicionaba.

Habla.

—"No lo haré" —se decía.

Habla y deja que te mate. Así no sufrirás más.

—"Claro que no, la protegeré" —volvía y se repetía.

La conversación con ella misma finalmente llegó a su fin cuando, luego de varios cortes específicos, sintió como la piel de su pecho le era arrancada, y no lo pudo soportar, no pudo hacer otra cosa sino desmayarse.

Ruleta RusaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora