Él odiaba el pecado.
Ella era un pecado.
Él odiaba el fuego.
Ella era el fuego.
Él amaba la tranquilidad.
Ella era descontrol.
Él la amaba.
Ella sólo lo tomaba como un juego.
Él odiaba pecar; sin embargo, lo hizo gracias a ella.
Universidad de Lancaster: un lugar lleno de pecadores.
Ese era el resumen que Zabdiel podía dar de la universidad; mucha gente teniendo sexo sin antes llegar al matrimonio, mujeres que mostraban mucha piel, más de la que deberían, al igual que habían mujeres y hombres homosexuales. Entre más cosas que son un pecado exorbitante para el.
Definitivamente Zabdiel no era como los demás hombres de su edad, había sido criado para ser un hombre de bien, para encontrar a una buena mujer, para casarse. Mientras que los hombres de su edad estaban envueltos en el pecado de la lujuria; el estaba envuelto en biblias, aislado de cualquier tipo de pecado.
Aunque las mujeres de su edad normalmente lo veían como raro o inusitado, a él eso le importaba muy poco. Zabdiel tenia veinte años cumplidos y nunca en su vida había desobedecido ninguno de los mandamientos estipulados en la biblia.
Zabdiel había despertado temprano, —como todos los días—, lo primero que hizo fue arrodillarse a rezarle al señor, para que le purificara el alma, para que le perdonara todos los pecados y que cada día le ayudara a ser mejor persona.
Él se levanta del suelo con los ojos cerrados mientras sonríe levemente, estaba emocionado porque en la noche tendría que compartir su habitación con un nuevo compañero. Él nunca fue de hacer amigos, de hecho nunca lo habían tomado en cuenta para nada, y el único amigo que tenia era un pecador impulsivo que nunca media lo que decía o hacia.
Y vaya que era sorprenderte el autocontrol que mantenía el chico.
El chico se acercó al gran armario de su habitación, de ahí saco una pequeña medalla de plata que tenía la cruz de Jesús en ella. Su madre se la había dado como un regalo de cumpleaños hace seis años atrás, desde entonces Zabdiel la lleva a todas partes con el, como si fuera un pecado el no llevarla.
Se acomodó la ropa y caminó hacia la puerta de su habitación para salir de ésta, a primera hora tendría clases de derecho; su padre era el abogado más prestigiado del país, al igual que era un hombre bastante ejemplar con una buena trayectoria. Su madre era una psicóloga exitosa, su reputación no era tan buena como la de su padre, pero aun así, él amaba a su madre.
—Buenos días, Hayes, ¿Cómo estás?. —pregunta el boricua mirando a su amigo quien acababa de llegar a su lado.
—Bien, oye, ¿me cubres durante la primera clase?. —pregunta el rubio mirando a Zabdiel.
Zabdiel arquea una ceja, pensando en que podía hacer Hayes para no entrar a clases. Sí, no era la primera vez que se saltaba las clases de derecho, pero era la primera vez que lo hacía un lunes.
—¿Qué harás?. —pregunta Zabdiel viendo a su amigo, Hayes se encoje de hombros.
—Voy a hacerlo con una de contabilidad. —menciona el rubio, Zabdiel frunce el ceño sin saber a que se refería.
—¿Hacer el qué?. —pregunta él, mirando a su amigo quien tiene una sonrisa en sus labios.
—¿En verdad quieres saberlo?. —pregunta Hayes con un tono de picardía en su voz, Zabdiel no entiende de que habla, y tampoco está dispuesto a saberlo.
O tal vez lo sabía y solo se hacía el tonto, pero de todos modos no estaba para oír todas las palabras obscenas que saldrían de la boca de su mejor amigo.
Zabdiel comienza a caminar, dejando a su amigo atrás, al instante, Hayes se pierde por el camino. Zabdiel, restándole importancia camina nuevamente hacia el salón de derecho. La maestra no era del todo de su agrado, pero tampoco le caía mal.
Cuando entra al salón lo primero que ve es a una pareja besándose, la chica tenía una falda corta, el chico unos pantalones ajustados, ambos se tocan en partes que no deberían hasta el matrimonio (eso, según la Biblia y sus creencias). Zabdiel cierra los ojos instintivamente.
—¡Dios les tenga misericordia!. —exclama el chico al mismo tiempo que ambos jóvenes se asustan y se separan, ellos, bastante incómodos por la inorportuna interrupción, se acomodan en sus asientos.
El chico sigue parado con los ojos cerrados frente a la pareja de enamorados que permanecía ahí. Quienes tenían el rostro rojo por la vergüenza.
—Ya puedes abrir los ojos, hermano. —murmura el chico, Zabdiel suspira y lo hace para mirarlos a ambos.
—¿Se dan cuenta de lo que acaban de hacer?. Que Dios se apiade de sus almas. —dice Zabdiel al mismo tiempo que se dirige a su asiento.
—Oye, lo sentimos, no creímos que alguien fuera a entrar. —menciona la chica.
—No me pidan perdón a mi. Sino, a nuestro creador. —Zabdiel se aclara la garganta para hablar. —Dios dice: te perdonaré pero, no lo vuelvas a hacer. —menciona, ambos chicos miran a Zabdiel como si le hubiera salido una segunda cabeza.
Zabdiel como todo chico decente toma asiento con una sonrisa, y ambos chicos presentes en el salón se quedan confundidos y con el ceño fruncido. Conocían a Zabdiel a la perfección, y aunque siempre que maldecia causaba gracia, no se acostumbraban a él.
Él era un bicho raro entre todos, todos respetaban sus creencias y eso era lo único que Zabdiel necesitaba para encajar entre todos; tal vez no del todo, pero al menos un poco.
(***)
El castaño llega a su departamento y lo primero que hace es caminar hacia el baño, estaba demasiado emocionado, aunque emocionado quedaba corto; faltaba una hora para que su compañero o compañera de habitación llegará y él desde ya, estaba feliz.
Vaya que no sabía con quién tendría que compartir habitación y tampoco sabía cuántos problemas se desatarian más tarde....
(***)
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¡Hola!. Llámenme impaciente y todo, pero es que no aguantaba las ganas de, ¡Por fin publicar el primer capítulo!. No sé si ustedes están preparadas para conocer a mi parejita del libro, porque ajá, ambos seran una bomba y no estoy exagerando.
¿Están dispuestas a leer lo que se va a venir? (aparte de los personajes, claro).
¡Nos leemos, amores!🤍🌷
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