Él odiaba el pecado.
Ella era un pecado.
Él odiaba el fuego.
Ella era el fuego.
Él amaba la tranquilidad.
Ella era descontrol.
Él la amaba.
Ella sólo lo tomaba como un juego.
Él odiaba pecar; sin embargo, lo hizo gracias a ella.
Por la mañana Zabdiel se encuentra haciendo su rutina mañanera, prepara unos brownies de chocolate junto un jugo de fresas, despreocupado comienza a tararear una canción que cantaba en el coro de la iglesia a los dieciséis años.
Cuando era pequeño iba a la iglesia todos los días con sus padres, aunque su madre no era tan creyente como su padre; igual los acompañaba. A veces se quedaba dormida en media misa, pero nadie se daba cuenta.
Su padre sí, aunque sonaba muy repetitivo, él siempre prestaba atención a cada una de las oraciones que salia de la boca del cura (padre).
Zabdiel no tenía hermanos, era hijo único, así que era una mini versión de su padre.
Coloca la masa para los brownies en una bandeja para luego meterlos al horno caliente, eran las seis de la mañana y el ya se encontraba cocinando. La figura de Malexa en ropa interior aparece en medio de la pequeña cocina, Zabdiel no se percata de su presencia hasta que voltea.
—¡Por la sangre de Cristo!—exclama Zabdiel volteándose nuevamente hacia el horno, Malexa resopla.
—¿Acaso tu no duermes?—pregunta bostezando. —Es de madrugada, Zabdiel—susurra ella.
—¿Acaso tú no tienes ropa? ¡Estás desnuda, Malexa! ¡Por el amor de Dios!—exclama Zabdiel, Malexa gruñe.
—¿Y acaso crees que voy a ponerme algo de ropa cuando pareciera que estás partiendo la casa en dos?. Jódete, Zabdiel—dice ella con molestia.
—Una mujer decente no debe decir malas palabras, ¿Acaso no te han enseñado los modales en tu casa?—pregunta él.
—¿Sabes qué?, Creo que no nos llevaremos para nada bien, eres guapo y todo, pero, ¡Mierda, eres jodidamente odioso!—dijo la chica frotando sus ojos.
—¿En serio sigues insultándome?—pregunta el rubio suspirando.
—En mi país, "odioso", no es un insulto—Zabdiel niega con la cabeza.
—Todo lo que rebaje al otro es un insulto—musita Zabdiel.
—Por favor, deja de hacer el papel de cristiano responsable y ve a dormir, porque en verdad estoy cansada como para escuchar como maltratas a la licuadora.
—Tengo clases dentro de dos horas, Malexa—dice Zabdiel suspirando.
—¡Dos horas es una eternidad! ¿Acaso no te das cuenta del tiempo desperdiciado?—pregunta Malexa exasperada.
—La flojera es un pecado, Malexa—susurra Zabdiel.
—¿Ah sí?. No te he preguntado—responde ella para darse media vuelta. —Por favor, déjame dormir tranquila, Zabdiel—el chico nombrado suspira. —En Italia lo único que no me dejaba dormir eran las noches de sexo—menciona la chica antes de salir.
La chica, sin obtener una respuesta sale del lugar, volviendo a dejar solo a Zabdiel, quien solamente juega con la cabeza repetidas veces.
El rubio está dispuesto a rezar nuevamente el rosario completo, esta chica lo único en lo que pensaba era en sexo, sexo y más sexo, cosa que a Zabdiel le molestaba en todo el sentido de la palabra.
Nunca fue alguien con poca paciencia, para perturbarlo y hacer que se moleste, deberías llegar a altos extremos que no te toleraría ni un mosquito; pero estaba seguro que su compañera de habitación le sacaría canas verdes.
(***)
Más tarde Zabdiel ya se encontraba en clases de contabilidad, las matemáticas no eran lo suyo y tampoco entendía que tenían que ver con derecho. Aunque siempre destacaba por tener las mejores notas de la universidad, odiaba con su alma esa materia.
Hayes a su lado, estaba semi-dormido, mientras la docente explicaba el tema del día de hoy, Zabdiel solo podía pensar en su desastrosa compañera de habitación.
La había visto casi desnuda y la culpa lo estaba carcomiendo, se había dignado tanto a evitar mujeres, se había dignado a no ser como su padre, se había obligado a no mirar a ninguna mujer. Y apenas conocía a esta chica y ya la había visto así.
—Zabdiel—lo llama Hayes, Zabdiel lo observa sin prestarle mucha atención. —¿Te pasa algo?—pregunta, el rubio niega con la cabeza.
En verdad le pasaba de todo, pero Hayes no tenía que saber nada de eso, porque sino se pondría histérico y diría un sinfín de cosas fuera de su lugar.
—Mentir es pecado...—susurra Hayes, Zabdiel lo observa con la ceja arqueada.
—No eres la persona indicada para decirme eso, Hayes.
—No juzgues a tu prójimo, Zabdiel—dice el chico rodando los ojos.
—No te estoy juzgando, Hayes—dice el rubio suspirando.
—¿Y entonces que te pasa? ¿Has follado con alguien y te sientes culpable?—pregunta el otro rubio, sin preocuparse por ser "sutil".
Así era Hayes, muy despreocupado por el qué dirán; nunca le había importado nada que no fuera verse bien y ser un papucho, en toda la extensión de la palabra.
Cada chica lo afirmaba, y no era algo nuevo, con un chico como Hayes en tu vida serías completamente feliz. Tiene todo lo que un chico debería tener,
—¡Hayes! ¡Dios te tenga misericordia!—exclama Zabdiel tratando de no llamar la atención de la maestra, quien despreocupada, sigue hablando.
—Es normal hablar de sexo en pleno siglo veintiuno, Zabdiel—el susodicho resopla.
No puede evitar pensar cuánto tiempo faltaba para que la clase terminase al fin, porque definitivamente estaba harto de sentarse al lado de su mejor amigo.
Las amistades no se escogen, Zabdiel y Hayes eran el claro ejemplo de ello, ambos eran como el agua y el aceite; pero de todas formas eran inseparables.
—Cuando todos son pecadores, lo es... Aún sigue en pie llevarte a misa, Hayes—musita el rubio, Hayes bufa.
—En tus sueños, Zabdisus—dice con diversión.
***
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¡Hola, hola!. Joder, es que ya necesitaba actualizar este libro❤️✨