Al día siguiente Zabdiel se levantó temprano, como todas las mañanas para orar, sus ojos cerrados y aquellas palabras que recordaba de memoria salían de su boca.
Estaba tan concentrado, orando arrodillado frente a su cama, no prestó atención a nada, era él con el todopoderoso, era él con la presencia de aquel ser de luz que todo lo veía en su vida.
Lágrimas silenciosas viajaron por sus mejillas, otra vez lloraba sin razón pero con arrepentimiento en su ser, aquella sensación de que todo lo que estaba pasando en su vida ahora mismo lo convertiría en una mala persona.
Era fin de semana, no tenían clases en la universidad.
Zabdiel sale de su habitación y se sienta en el sofá, enciende la televisión para ver una película que estaban pasando, se recuesta en el sofá para mirar la televisión.
No entendía porque se sentía de aquella forma, porque se sentía mal al desear a Malexa, o porque su cuerpo reaccionaba de las formas que reaccionaba al tener cerca a Malexa.
Sí, la deseaba, se había dado cuenta de ello.
Pero la pregunta era, ¿por qué la deseaba? ¿Por qué se dejó llevar? Es decir, habían pasado tan poco tiempo juntos y tantas cosas ya habían pasado.
Cuando el rubio vio a Malexa salir de su habitación, su ropa de seda rosa, una blusa y un short que apenas cubría algo, aquel rostro con sueño y bostezando se dio cuenta de algo.
Él no había necesitado convivir mucho con Malexa, él no había necesitado hablar con Malexa, ella no lo había corrompido, fue su instinto de hombre el que lo había hecho actuar de la forma en que lo hizo, aquel instinto varonil que se dejaba llevar por las cosas, no fue ella.
Sus pensamientos de hombre, su cuerpo de hombre, sus instintos, aquello lo había llevado a donde había ido con Malexa.
Y aunque quisiera culpar a la rubia, ella no había sido la causante de nada.
Las palabras de su madre hicieron eco en su cabeza:
—El peor pecado de un hombre es caer bajo el encanto de una mujer hijo mío, porque cuando tú te fijas en una mujer por primera vez le quieres dar todo de ti. Y créeme, no serán solo palabras o besos lo que querrás darle, al menos cuando llegue aquella mujer que te saque de tus cabales —me dijo mi madre con una sonrisa. —La única forma que puedes ser fiel creyente y seguidor de dios será si no existieran las mujeres, porque el día que llegue una mujer que pueda meterse en ti sin dirigirte palabra, ella será tu perdición.
Malexa era la perdición de Zabdiel.
Su madre tenía razón, era increíble como las palabras de su madre cobraban sentido, Zabdiel ese día se había reído de su madre, simplemente negó con la cabeza y dijo:
—Eso no va a pasar madre, yo soy un hijo de dios, es muy difícil que una mujer pueda meterse en mi cabeza o en mi corazón. Dios me guía y dios está en ambos lugares a la vez.
La madre de Zabdiel sonrió escuchando a su hijo.
—Irás a la universidad Zabdiel, es muy difícil que no caigas bajo ningún encanto de alguna chica.
Malexa estaba de pie, no dijo nada, solo suspiró y cuando estaba a punto de dar la vuelta para entrar a su habitación Zabdiel le habló.
—Pecadora, ¿Quieres ver una película? —le preguntó él, Malexa lo miró y estuvo a un paso de negarse. —No intentaré nada, solo quiero pasar más tiempo contigo —dijo en susurro.
Malexa mordió sus labios, y antes de que el rubio insistiera más, se sentó a su lado, era de madrugada aún y ellos veían la televisión, Malexa recuesta su cabeza sobre el hombro de Zabdiel y el pasa el brazo por su cintura.

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Zabdisus
FanfictionÉl odiaba el pecado. Ella era un pecado. Él odiaba el fuego. Ella era el fuego. Él amaba la tranquilidad. Ella era descontrol. Él la amaba. Ella sólo lo tomaba como un juego. Él odiaba pecar; sin embargo, lo hizo gracias a ella.