El chico no pudo concentrarse en todo el día, estaba molesto consigo mismo por no poder sacar la figura de la mujer de su cabeza, no podía sacar de su cabeza las nalgas de aquella mujer, no podía sacar de su cabeza los senos de aquella mujer. No podía, le era imposible, por más de que se esforzaba en hacerlo.
No podía.
Hayes nuevamente estaba a su lado, sin él, tal vez el boricua ya habría perdido la cordura hace días, gracias a Hayes, Zabdiel podía tener un poquito de calma en su día. Quería a su amigo de una manera insana y lo apreciaba como si fuera un hermano suyo, podía decir que su amigo era un pecador impulsivo, pero eso no significaba que no lo quisiese.
—¿Estas bien? —pregunta Hayes viendo a su mejor amigo, quien tenía la mirada perdida en el suelo, sabía que algo le estaba pasando, pero no sabía que ese algo tenía nombre y apellido.
—¿Puedo confiar en ti? —pregunta Zabdiel mirando a su mejor amigo, quien asiente con la cabeza. —Necesito ir a la iglesia, necesito tomar agua bendita, necesito confesar mis pecados, necesito...—.
—¡Alto! ¿Qué hiciste, Zabdiel? ¿Mataste a alguien? —pregunto el rubio mirando a su amigo a los ojos, la culpa estaba carcomiendo a Zabdiel.
—He pecado, Hayes... y siento que no merezco la misericordia de Dios. Por favor no hables con bromas, porque no puedo lidiar con nada—confiesa Zabdiel.
—¿Robaste un lápiz? ¿Mentiste? ¿Qué hiciste? —pregunta Hayes con curiosidad.
Zabdiel se asegura de que nadie esté cerca de ellos, y con "nadie", se refiere a cierta rubia que hacía que perdiera la cordura con cualquier palabra que saliera de su boca; ambos chicos estaban en la cafetería de la universidad, donde cualquiera podría oírlos.
Así que podría ser que la innombrable (Malexa) estuviera por algún lugar, porque esa chica buscaba excusas, buscaba formas, buscaba lados, solamente para que Zabdiel se volviese loco, y eso era lo que él no quería, no estaba dispuesto a volverse loco por una mujer.
—Mire a una mujer con lujuria—confesó el boricua, causando que Hayes comience a toser, atragantándose con su propia saliva.
No esperaba esa confesión.
No esperaba que su mejor amigo cayera en el pecado tan pronto, tal vez si se lo hubiera esperado, en seis o siete años, no en un abrir y cerrar de ojos, esto definitivamente no podía ser posible.
—¿Te la querías coger? ¡Joder! ¡No puede ser! ¡Me lo esperaba de toda la universidad, pero de ti no! —exclamo Hayes con sorpresa, Zabdiel negó con la cabeza, muchas veces, demasiadas veces para ser contadas.
—¡No! Me refiero a que; por un momento desee a esta chica, me pareció que tenía un bonito cuerpo y.... ya no puedo dormir gracias a ella—los labios de Zabdiel se torcieron. —No sé qué es lo que está pasando conmigo, no lo sé y odio sentirme así—murmuro el rubio.
Hayes asintió con la cabeza, aún estaba shockeado por la revelación, pero su vital sentido del humor estaba funcionando a la perfección, así que soltó una carcajada para sonreírle a su amigo quien tenía los labios pegados entre sí.
—Eso se llama "caeré en el pecado uno de estos días" también puedes decirle, "me masturbo a diario imaginando en esa chica"—Zabdiel resopla, tratando de olvidar las palabras recién pronunciadas por su amigo.
—No soy un pecador, Hayes, mucho menos hago lo que has dicho—dijo Zabdiel entre dientes.
—No te avergüences, yo me masturb...—.
—¡Nunca hice eso, Hayes! ¡Y no quiero saber si tú lo haces o no! —exclama el más alto interrumpiendo a su amigo, Hayes resopla, no entendía a qué se refería con el decir que no podía dormir si no gastaba el tiempo masturbándose, era lo que más hacían los hombres a su edad. —Tengo sueños con ella, no puedo dormir por pensar en ella. Siento que estoy faltándole el respeto a nuestro creador, porque estoy pecando con los pensamientos—murmura el rubio dejando caer la cabeza hacia atrás.
Era obvio que sus pensamientos no cambiarían de la noche en la mañana, era obvio que no cambiaría de la noche en la mañana por ver unos senos, era obvio que no cambiaría de la noche en la mañana por tener sueños húmedos.
Nadie cambia de la noche en la mañana.
Zabdiel no cambiaría de la noche en la mañana, porque así no funcionan las personas, no por cometer un pecado, se volvería un pecador empedernido como su mejor amigo; porque sí fue un pecado lo que había hecho, sembró la lujuria en su cabeza, sembró uno de los pecados en su ser.
—Los inocentes pagarán por los pecadores...—murmuro Hayes captando la atención del rubio. —, por más de que te dignes en ser un maldito hombre ejemplar, por más de que no mates ni siquiera a una mosca, igual van a tomarte como un pecador, de todas formas, seguirás siendo un pecador—dijo terminando lo que empezó a decir.
—No me importa, nuestro padre sabe que no he cometido pecado alguno, más que ese. Aun así, trataré de mejorar, no dejare que una mujer acabe con mi estabilidad, no debería, porque no es imprescindible en mi vida—murmura el rubio levantando su trasero de donde estaba sentado, poniéndose de pie.
Su mejor amigo lo observa con las cejas arqueadas, nadie mejor que Hayes para confirmar que las cosas no sirven así. Su mejor amigo caería ante el pecado, estaba seguro de ello, Zabdiel caería y definitivamente Hayes no estaba dispuesto a ver eso, no estaba dispuesto a ver un cambio radical en Zabdiel.
No era porque le tenía envidia, tampoco porque lo extrañaría; sino, estaba tan acostumbrado a que su mejor amigo lo aconsejase, a que lo regañase como si fuera un niño, a que él fuera la única tranquilidad en su vida, y verlo tan desesperado por haber caído en uno de los pecados como lo es la lujuria, definitivamente aquella revelación lo asusto.
—Sea lo que sea que hagas, yo te apoyaré. No importa si deseas pecar o si deseas seguir siendo mi mejor amigo que no mata ni a una mosca; te apoyaré en todo, Zabdisus—murmura el chico copiando la acción de su amigo y levantándose también de donde estaba sentado...
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Creanme, yo estoy igual que Hayes, tampoco quiero soltar a Zabdiel santo😩😩😩😩
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Zabdisus
Hayran KurguÉl odiaba el pecado. Ella era un pecado. Él odiaba el fuego. Ella era el fuego. Él amaba la tranquilidad. Ella era descontrol. Él la amaba. Ella sólo lo tomaba como un juego. Él odiaba pecar; sin embargo, lo hizo gracias a ella.